13. La flor más bella

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"...Por vivir la flor más bella, ¿cuántas más han de morir?

¿De qué sirve ser la reina, si no hay nadie en el jardín?

¿Para qué tomar la playa, cuando nadie quedará?

Para hacer torres de arena y que se las lleve el mar..."


Los fuertes golpes en la puerta del dormitorio la despertaron de un sueño inquieto y nada reparador. Se notaba los ojos hinchados de tanto llorar, le dolía todo el cuerpo y la cabeza le palpitaba al ritmo de su corazón, creando un dolor sordo que la aturdía. Se puso en pie trabajosamente, retirándose mechones de pelo de la cara. Trastrabilló con la alfombra y a punto estuvo de darse de bruces contra la puerta, donde había un charco dorado que seguramente había dejado Deanna, quien dormía aun plácidamente en su cesta.

Descorrió el pestillo y abrió para encontrarse con el rostro preocupado de su madre. Amelia abrió unos ojos como platos al ver el aspecto desaliñado y aturdido de su hija, con los ojos hinchados y el pelo despeinado y enmarañado. -¡Hija! ¿Pero qué te ha pasado? –hizo ademán de entrar, pero Anna se lo impidió señalando el charco del suelo. Ella cruzó por encima y empezó a caminar por el pasillo en busca de una fregona, con su madre pegada a sus talones con la alarma pintada en su rostro. Llegaron a la cocina en silencio y entraron en el lavadero. Anna agarró el cubo y el mocho de la fregona, le añadió agua y lejía y volvió a subir las escaleras en silencio, seguida de su madre, para limpiar el estropicio dejado por la perrita.

Anna. –llamó Amelia cada vez más preocupada. –Anna. –recibió el mismo silencio por respuesta, mientras su hija pasaba la fregona, así que gritó. ¡Anna!.

Por fin Anna alzó sus ojos abotargados y se quedó mirando a su madre como si la viera por primera vez. A Amelia se le encogió el corazón al verla. –Hija. ¿Qué ha pasado? –preguntó sentándose en la cama.

Anna dejó el mocho junto a la puerta y se sentó junto a su madre, cruzando las piernas encima de la cama, para quedarse mirándola un largo rato antes de decir en voz muy baja. –Se ha ido...

Entonces Amelia reparó en que había algo raro en la mesita de noche de su hija y vio el retrato volcado de Pablo. Frunció el ceño, antes de abrazarla como se abrazan a los bebés y acunarla contra su pecho, mientras las lágrimas silenciosas volvían a acudir al rostro de Anna.

-Cuéntamelo, hija. –susurró contra el cabello de Anna. –No te lo guardes. Será peor, cuéntamelo, cariño...

Anna se separó de ella para volver a mirarla en silencio durante un largo rato mientras se secaba las lágrimas con un pañuelo que su madre acababa de darle. –Se ha ido. –comenzó con voz trémula y procedió a relatarle a su madre la amarga discusión que habían tenido ella y Daniel la noche anterior. Como, impulsada por la ira y los celos, lo había echado de casa después de estrellar el adorno contra la parte de arriba de la puerta. –Y se ha ido con... -la voz se le quebró por la tristeza y el miedo que sentía. –con... -la palabra "zorra" cruzó por su mente, pero tenía demasiada clase como para decirla en voz alta. –con esa mujer. –alzó su mirada cargada de pena, hacia su madre. –Y ni siquiera sé si va a volver. He perdido la cuenta de las veces que me ha llamado durante la noche, pero no quiero hablar con él. Por eso apagué el móvil...

Amelia asintió con la misma mirada apenada que su hija. –Me llamaron del comedor al no poder localizarte. Yo también te he estado llamando y al ver que no me respondías, he venido.

-¡Ay, mamá! ¿Qué voy a hacer ahora? –se abalanzó de nuevo a los brazos de su madre, con las lágrimas de nuevo pugnando por salir de sus maltratados ojos. Amelia volvió a acunarla como a una niña, con un suspiro.

Segundas Vidas (COMPLETA)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora