"...Es mejor caminar que parar y ponerse a temblar
Hoy la vida les sonríe y Dios dirá
si el futuro les depara un buen color
regalándoles otra oportunidad
de empezar con su pie bueno ya van dos
y mil veces más tendrán que recorrer
la vereda más incierta y perdonar
mientras no les lluevan piedras les irá mejor que bien
ojalá que el sol no deje de brillar
Es mejor caminar que parar y ponerse a temblar..."
Tal como había prometido, Sara llamó a Anna unos días después para informarle del vuelo, día y hora en el que llegarían las hijas de Daniel, de una forma seca y cortante que dejaba bien a las claras la gracia que le hacía todo el asunto. Anna empezó a saltar de alegría, en la cocina cuando pudo confirmar la noticia. Afortunadamente no tenía más compañía que la de Deanna, quien la miraba confundida desde su comedero. Enseguida llamó a su madre para confirmarle la noticia. No vería a Daniel hasta el día siguiente pues esa noche tenía guardia, pero aún recordaba cómo habían hecho el amor sobre la isla de la cocina unos días antes. No habían podido repetir la experiencia por culpa de la incompatibilidad de sus horarios, pero esperaba impaciente a ver con qué nueva experiencia iba a sorprenderla la próxima vez.
Cuando llegó a urgencias, para empezar su turno, iba sonriendo, radiante. Carmen, su compañera y amiga, la miró con extrañeza
-¿Estás bien? –preguntó con curiosidad, la mujer
-¡Divinamente! –respondió Anna, palmeando el hombro como saludo a Rubén, su otro compañero, que entraba en ese momento en el cuarto de enfermeros, en busca de un café. Salió a la enorme sala de urgencias y se dirigió a su cubículo para comenzar su turno.
Daniel aquella tarde se pasó por la tienda de Tomás, para ver cómo le iba a su amigo en su nuevo trabajo, antes de ir al comedor para echar una mano, como todas las tardes. También él estaba deseando volver a coincidir con Anna el tiempo suficiente para volver a disfrutar de su cuerpo.
-Hola Daniel. ¿Qué tal te va? –preguntó Tomás sonriéndole detrás del mostrador. Su amigo Devmani, que había ocupado su puesto cuando él sacó su plaza de funcionario, salió de la trastienda para saludarlo con un afectuoso abrazo.
-Hola compañero. –saludó Daniel a su amigo. Miró a ambos. –Venía a ver qué tal os iba a vosotros. A mí, me va bien, como siempre
El joven indio sonrió ampliamente. –Muy bien, Tomás es un gran jefe, muchas gracias por buscarme este trabajo.
Daniel le quitó importancia al hecho con un gesto de la mano. –No importa. El puesto estaba vacante y tú eres un gran profesional, lo sé.
Tomás asintió con la cabeza. –Cierto, es un gran informático, apenas te echo de menos, Daniel. –bromeó el hombre con una sonrisa.
-¡Ah! Entonces procuraré visitaros menos. –respondió Daniel, haciéndose el ofendido, siguiendo la broma.
Tomás estalló en carcajadas y se apoyó en el mostrador. –Que va, hombre, siempre eres bienvenido, cuando quieras puedes venir a vernos. ¿Qué tal está Anna?
Daniel sonrió evocadoramente al pensar en su novia. –Muy bien. Está muy contenta con haber vuelto a trabajar, aunque hay días que apenas nos vemos. La echo mucho de menos esos días, como ella a mí, pero lo vamos sobrellevando.
-Me alegro mucho, muchacho. –Tomás lo miró seriamente ahora. –En serio, ambos os merecéis todo lo bueno que os ha pasado. Habéis sufrido demasiado en esta vida como para no ser felices ahora...
Daniel asintió. Tan solo había una espinita clavada en su corazón que le impedía disfrutar de una plena felicidad. Sus hijas... Estuvieron conversando un rato más y Daniel se despidió de ellos para seguir con su rutina vespertina, poniendo rumbo hacia el comedor social.
Cuando Anna regresó de su turno, se cruzó en la cocina con Daniel, que estaba desayunando para irse al trabajo. La atrapó cuando pasaba junto a él y la sentó en su regazo para saludarla con un beso largo y apremiante. Ella se le quedó mirando un tanto sorprendida, pero atrapó nuevamente su boca con pasión, mientras Daniel empezaba a jugar con las cintas de los pantalones de su uniforme de enfermera.
-No hay tiempo, cariño... -replicó ella, jadeante, pero sin hacer nada, para alejar sus manos. –Por cierto, ya sabes que mañana a las cinco y media llega mi tía. Vamos a ir los dos a recogerla, ¿no?
-Tal y como te prometí. –murmuró Daniel, perdiéndose en aquellos grandes ojos castaños y sonrientes que adoraba. Anna dejó su regazo para ir hacia la cafetera.
-Bien. Estoy muerta de sueño. –reprimió un bostezo. –Desayuno, una ducha y a dormir. –se agachó para acariciar a Deanna que pasaba por allí, probablemente esperando a ver si caía algo de comida.
Daniel dejó el taburete. Había terminado su desayuno y tenía que ir al trabajo. Volvió a besarla con pasión como despedida hasta esa tarde. Anna, al tener guardia, libraba ese día y el siguiente. Convenientemente. Así tendría tiempo de preparar el dormitorio de invitados para las hijas de Daniel. Ella le sonrió abierta y golosamente. Cuando él iba a salir de la cocina, lo buscó y agarrándolo por el cuello de la camisa, le dio un beso que los dejó mareados durante un momento. Con una sonrisa en los labios, Daniel se marchó a trabajar, mientras Anna volvía a su café.
Por el amplio ventanal del aeropuerto entraba el sol a raudales mientras el avión realizaba las últimas maniobras de aterrizaje. Daniel miraba ansioso al aparato, como si su vida dependiese de aquel aparato, aunque no sabía muy bien por qué. Y en cierto modo, así era, aunque él no lo supiera aún. "Después de todo, habían venido a recoger a la tía de Anna", pensó. Ella le tomó la mano y la apretó, haciendo que la mirase y le dirigiese una sonrisa insegura.
-¿Estás bien? –le preguntó preocupada.
-Me siento raro, no se... -respondió el, mirándola a los ojos.
Anna sonrió y le apretó de nuevo la mano, para infundirle ánimos. Se acercaron al inmenso ventanal que daba a la pista de aterrizaje.
Empezaron a bajar los pasajeros y casi al final de la cola, una azafata salió con dos niñas agarradas de la mano y empezaron a bajar la escalerilla. Eran morenas y bonitas, seis y ocho años, le había dicho a Anna. Separó la mano de su novia para estamparla contra el cristal como si pudiera atravesarlo. Boqueando como un pez ante la sorpresa. Se volvió a mirarla, totalmente confundido, con una muda pregunta en sus ojos grises.
Anna le sonrió dulcemente y asintió, dándole una palmadita en la espalda. –Anda, ve con ellas. Ahora si tienes una vida para darles.
Daniel la besó con todo el amor que sentía por ella y salió corriendo hacia la terminal, para por fin, reunirse con sus hijas.
FIN

ESTÁS LEYENDO
Segundas Vidas (COMPLETA)
RomanceAnna y Daniel, ella viuda precoz, el desahuciado de su casa y de la vida. Se conocen en un comedor social donde ella es voluntaria y el usuario. Entre ollas y cartones nace una historia de amor de hoy en día, marcada por la crisis, las penurias, las...