"...Ya no volveré a apostar por nadie
Ya no volveré a ser como soy
Ya no volveré a nuestra calle
Ya no volveré a firmar mi rendición..."
Anna se levantó de la mecedora, furiosa. La noche acababa de caer, cálida y cargada de promesas. Estaba harta de sentirse derrotada y deprimida. Ya no más. Entró en el baño, donde se duchó, se peinó y maquilló con esmero. De vuelta al dormitorio eligió un corto y sexy vestido negro con palabra de honor y sandalias negras de tacón de aguja y se vistió lentamente, poniéndose debajo del vestido ropa interior provocativa, solo por el placer de sentirse sensual ella misma.
Iba a salir de marcha ella sola, si un hombre podía hacerlo, ¿por qué ella no? Se dio un último vistazo en el espejo y sonrió satisfecha. Estaba arrebatadora. Bajó las escaleras taconeando sonoramente, con seguridad y salió de la casa, montando en su coche para ir a una de las más conocidas discotecas de la ciudad.
Una vez dentro del recinto, se puso a bailar como una posesa durante un largo rato, transportándose en alas de la música. Cuando tuvo sed se acercó a la barra para pedir una bebida. Le apetecía algo fuerte, que la atontara, pero el recuerdo de la resaca de noches atrás aún la perseguía, y además, tenía que conducir, así que pidió un San Francisco, justo cuando se volvía dándole un largo trago a través de la pajita, escuchó una voz masculina en su oreja.
-Te invito a una copa, guapa. –le dijo el tipo. Miró a su derecha y lo vio. Un tipo normal que intenta ligar en una discoteca. Decidió responderle con voz seca. No tenía ganas de compañía, sólo de no sentirse tan mal como se sentía por dentro.
-Tengo una en la mano, gracias. –lo miró hosca y el tipo se quedó un momento sin saber que decir.
-Pues te invito a la próxima y mientras podemos charlar. –insistió el hombre. Anna puso los ojos en blanco.
-No, gracias. Yo me pago mis copas. –el tipo la miró mal, pero comprendiendo su derrota, se alejó de ella. Durante un rato, estuvo apoyada de espaldas en la barra, terminándose su bebida. Luego volvió a bailar durante más rato todavía. Cuando iba por su segundo cóctel sin alcohol, la interceptó otro tipo. Esta vez ni siquiera lo dejó hablar, sino que lo esquivó enviándole una maliciosa mirada, que lo espantó de inmediato. Se sentía halagada, pero no quería ligar con nadie, sólo bailar y disfrutar. Nada más.
Al final, harta de esquivar ligones, decidió irse a casa de madrugada. Condujo el coche de vuelta, distraída, pensando en que aquella salida no había tenido ningún sentido. No lo vio venir. De repente un perro cruzó por delante de su coche, corriendo a través de la carretera. No pudo esquivarlo y aunque iba a la velocidad reglamentaria, el coche patinó y perdió el control, viendo con horror como un enorme pilar de hormigón que sujetaba un cartel gigante venía hacia ella a toda velocidad. El crujido de metal y cristal roto sonó como un horrible chirrido en el silencio de la noche, cuando el coche se empotró contra el hormigón. El airbag saltó, absorbiendo casi todo el impacto hacia delante de la cabeza de Anna, pero la cabeza salió disparada desviada de su trayectoria y fue a estrellarse contra el marco metálico de la ventanilla del conductor. Anna sólo pudo sentir un dolor atroz en su pierna izquierda antes de que todo se volviera negro.
La ambulancia, la policía y los bomberos llegaron casi inmediatamente, alertados por el conductor que Anna llevaba detrás. Trabajaron rápido, trabajaron bien, pero les llevó veinte largos minutos excarcelarla de dentro del coche. Los médicos habían inmovilizado su cuello con un collarín. Cuando por fin la pusieron en la camilla, la examinaron con minuciosidad y la llevaron rápidamente al hospital.
Al llegar a urgencias, algunos de sus antiguos compañeros la reconocieron y la trataron con rapidez, pero era fin de semana y estaban saturados. Necesitaban hacerle un TAC, pero una de las dos máquinas del hospital estaba averiada, así que estaban tratando a los enfermos de mayor a menor gravedad, y Anna estaba estable, aunque su pierna izquierda estaba rota.
Una de sus antiguas compañeras de trabajo levantó el auricular del teléfono con mano temblorosa, para llamar a Amelia.
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Segundas Vidas (COMPLETA)
RomansaAnna y Daniel, ella viuda precoz, el desahuciado de su casa y de la vida. Se conocen en un comedor social donde ella es voluntaria y el usuario. Entre ollas y cartones nace una historia de amor de hoy en día, marcada por la crisis, las penurias, las...