3. Eldorado

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..."Vi a mis padres correr en busca de Eldorado,

vi a mis padres luchar, cada uno por su lado.

Lo mejor de sus vidas, dónde se ha quedado.

Quizás yendo detrás del maldito Eldorado."...


Pasaron varias semanas y Daniel fue acomodándose poco a poco a su nueva rutina. Por la mañana, saludaba a Miguel y a Enriqueta, los voluntarios limpiadores, que llegaban sobre las ocho. Ya se había levantado, lavado cara y dientes y recogido el saco de dormir, guardándolo junto a su ropa, en uno de los archivadores vacíos.

Después salía al cada vez más frío aire de la ciudad, mientras se cruzaba con rostros bostezantes camino del colegio o del trabajo y empezaba su rutina deportiva diaria. Corría varios kilómetros por las calles aún semidesiertas. Las botas de trekking no eran lo más recomendable para correr, pero menos daba una piedra. Llegaba jadeante a su parque favorito y se ponía a hacer ejercicio en las máquinas de gimnasia que utilizaban tanto él como los jubilados que pasaban la mañana conversando entre ellos y dándole de comer a las palomas.

Justo después se encaminaba al albergue donde siempre solía ducharse y lavar la ropa. Estaba bastante alejado del parque, así que se pegaba una buena caminata, después del ejercicio, con lo cual iba haciendo estiramientos para contrarrestar las temidas agujetas.

Luego volvía a la Posada de Pablo, justo a tiempo para hacer la comida. Los primeros días se puso un pañuelo prestado para tapar su cabello rizado, que le llegaba casi por los hombros, para evitar que cayeran pelos en la comida, tal como la Ley de Sanidad mandaba. Lo que le daba un aire heavy. Pero aquel día por fin había llegado su gorro de redecilla, igual al que los demás cocineros utilizaban a diario. Le hizo una ilusión absurda ponerse aquella cosa horrorosa, porque lo hacía sentirse plenamente aceptado, como si por fin hubiera encontrado una familia.

Estaba concentrado picando zanahorias cuando escuchó a sus espaldas unas sonoras carcajadas. Dejó el cuchillo y se volvió sorprendido para ver a Anna doblada literalmente de risa, las lágrimas asomando de sus ojos y apretándose el abdomen con las manos de forma compulsiva.

Se cruzó de brazos mirándola y alzó una ceja inquisitiva al ver que el ataque de hilaridad no se detenía después de unos minutos. Por fin Anna se incorporó limpiándose las lágrimas con la mano, soltando aún alguna risita incontrolable.

-Perdona Daniel. –murmuró ella tratando de recuperar la compostura y fracasando estrepitosamente. –No he podido evitarlo. Lo siento, pero tengo que decirte que te ves ridículo con esa cosa en la cabeza. Parece... Bueno, no se siquiera lo que parece, pero te sienta fatal.

Él se la quedó mirando, ofendido. –Siento que no te guste, pero a mí me ha hecho mucha ilusión recibirla. Puede que no sea un sombrero de Dior, pero para mí es tan valioso como si lo fuera. Me hace sentirme como uno más de vosotros.

Anna abrió la boca y volvió a cerrarla, arrepentida. –Lo siento. No sabía que significaba tanto para ti. La verdad es que te sentaba muy bien el pañuelo y el cambio ha sido... traumático. Me ha dado la risa floja. Perdóname, por favor.

Él se la quedó mirándola, viendo como su enfado se esfumaba al perderse en aquellos ojos color avellana de largas, espesas y negras pestañas. Sintió que no habría nada que no pudiera perdonarle. –No pasa nada. Es solo un gorro al fin y al cabo. –se volvió y siguió picando zanahorias como un profesional.

Tras un rato en un silencio incómodo, pues la sentía detrás, mirándolo, ella se decidió a hablar. –Es fascinante. –murmuró mirando como manejaba diestramente el cuchillo. -¿Dónde has aprendido a hacer eso?

Segundas Vidas (COMPLETA)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora