-¡Los escarabajos son geniales!
-¿Quiénes?Un par de niñas con pulcros e infantiles vestidos largos platicaban en el enorme patio con una gran variedad de coloridas flores.
Era de esperarse. Se trataba de la mansión de los Soto y el lugar no escatimaba en belleza. El día era soleado y todo en esa escena era tan perfecto que parecía que alguien hubiera pintado a las niñas en ese hermoso paisaje.Una de ellas era la hija de los Soto, Yyovan, mientras que la otra era su prima, Dulcinea.
Aunque eran familia, Dulcinea no era meingka, Sin embargo, eso no le importaba, ambas eran grandes amigas incluso desde esa temprana edad.Se encontraban discutiendo sobre la canción de los animales de Cielo. Igual y era una melodía infantil pero ese día, al cantarla mientras entrelazaban las manos, les pareció divertido hablar sobre qué animal de la cancioncita era el mejor.
A lo lejos, un pequeño niño de cabello rubio cenizo las observaba bajo un frondoso árbol que le daba una inmensa y oscura sombra. Era el menor de los Soto. Siempre estaba solo. Fue criado por los sirvientes debido al trabajo tan acaparador de sus padres.
Esa situación lo hizo huraño y un poco gruñón para su corta edad. Debido a la poca atención recibida, empezó a odiar el trabajo familiar que lo alejaba de sus distantes padres.
Su único amigo era uno de los sirvientes. A pesar de ser nuevo, todos le llamaban el "viejo Yaymo".
En cuanto lo conoció, le agradó ese señor. Era algo hosco, peludo, se veía resentido con todo mundo. Incluso al principio alejó al niño con insultos y gruñidos. Pero poco a poco se hicieron amigos. Pese a que olvidaba a cada rato su rostro en esa etapa de su vida, consideraba a ese antipático y amargado sirviente, la única persona que le podía llamar "amigo".
Mientras veía a lo lejos a las chiquillas, una mano esquelética y con algo de vellosidad se posó en el hombro del menor.
-¿Por qué no vas a jugar con tu hermana?
-No, no me gusta, parece una hurraca con la prima.
-Hurraca.
-Sí, Yaymo, hurraca, es un pájaro muy escandaloso.
-¿Y sabe bien?
-No se come, Yaymo.El pequeño seguía observándolas a pesar de que no paraba de hablar con el sirviente. Ahora que lo recordaba, nunca vio de frente a la cara a Yaymo. Era muy alto y se encorvaba mucho, como si quisiera ocultarse del mundo y no pudiera.
-Bueno, Blas, creí que era bueno estar con los tuyos, pero no te gusta, eres raro.
-No, no me gusta, además...Un pequeño Soto tomó la manga del traje negro y descuidado de Yaymo. Esto era debido a las tareas más duras de la casa a las que estaba a cargo; como arreglar desperfectos, cargar objetos pesados y otras actividades similares.
-Contigo estoy bien, solo tú me quieres- dijo el pequeño con una sonrisa apenada y mirada esquiva.
-Jaja, Blas, mocoso raro.Quedaron un momento en silencio, el anciano y el niño siempre se llevaron así. Se comunicaban como un abuelo gruñón y su nieto melindroso que iba que corría para heredar un temperamento similar. La madre de Blas lo consideraba un sirviente grosero e idiota, pero lo toleraba, todo con tal de tener al menor de sus vástagos tranquilo, estaba cansada de esa actitud tan "grosera" del mejor de sus hijos. Al llegar el anciano, todo mejoró para esa familia.
-Oye, viejo.
-¿Qué quieres?
-Y para ti, ¿qué animal de esa canción que canta mi hermana es el mejor?
-No sé, no conozco a muchos animales de esos.Eso generó un leve brillo en los ojos del pequeño, Yaymo provenía de un lugar muy lejano y abandonado por la civilización a la que estaba habituada el niño. Siempre se sentía bien cuando le enseñaba cosas al anciano, se sentía sabio, útil para alguien más. Y no el típico niño "burro" del que se burlaban sus hermanos y al que humillaban sus padres por no ser lo suficientemente inteligente, como alguien de su raza debía ser.
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Sino en una cajita de metal
General FictionSoto ya no espera mucho de su vida, a sus 16 años ya se aburrió de pertenecer a una familia importante y a una raza que para muchos es rara y por eso mismo discriminada. obligado por su comportamiento negativo a asistir a una de las escuelas mas imp...