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Nunca me había levantado tan feliz un día lunes en la mañana. Las emociones corrían por mi cuerpo sin poder retenerlas, y la sonrisa en mi rostro no me la quitaba nadie.

Al llegar al colegio fue inevitable sentir los nervios en mi estómago y la respiración agitarse. No veía a Juliane desde el momento que vivimos en la playa y a consecuencia de eso, estaba sintiendo lo que no experimentaba hace un tiempo.

Cuando tocaron el timbre para la formación mi corazón se volvió un revoltijo, así que entré al baño para tomar un poco de agua. Intenté relajarme y volver a tomar el control de mis sentidos. Salí decidida con la mirada al frente en busca de mis amigas. Cuando las vi ya formadas, me acerqué rápidamente.
Me puse detrás de Isabella, ya que eramos casi del mismo porte.

—Hola —susurré cerca de su oreja.

—Hola —volteó su cabeza para mirarme con una sonrisa.

—¿Pudiste descansar el fin de semana? —pregunté.

—Sí, de hecho me la dormí toda —rió sigilosamente.

—Somos dos —reí también.
Tuvimos que parar la conversación debido a que el inspector general nos observaba con una cara de pocos amigos.

Miré a mi alrededor buscando la mirada de Juliane. Y cuando me di cuenta que ella estaba en el mismo objetivo, el tiempo se me detuvo. Le sonreí y ella hizo lo mismo. Luego de unos segundos de miradas cómplices, tuvo que ir donde unas alumnas que la llamaban en la fila. La seguí con la mirada, viendo sus gestos y cómo se dirigía a ellas. Analizar cada movimiento que hacía se estaba convirtiendo en una rutina. Una rutina de la cual no me cansaré nunca.

Después de la típica charla que da el director para comenzar la semana, nos dieron la orden de irnos para la sala. Así que nos volvimos todos en dirección contraria para comenzar a subir las escaleras, pero antes de subir eché un último vistazo como si dependiera de eso, y la encontré concentrada conversando con una profesora. Sonreí al aire y seguí el trayecto con mis compañeros.

Ya era medio día y debíamos ir a almorzar, por lo tanto, con Isabella nos trasladábamos al casino para saciar la hambre que ambas sentíamos.

—¿Nos sentamos ahí? —preguntó apuntando el único lugar disponible que había.
Hice un asentimiento con la cabeza y caminamos a la mesa para sentarnos.

—Te noto más feliz —dijo mientras daba un mordisco a su hamburguesa.

—Siempre estoy feliz —respondí no dándole tanta importancia al tema.

—Pero hoy se nota más —se limpió la boca con la servilleta. —¿Hay algo qué debes contarme? —levantó sus cejas.

Se formó una lucha interna en mí, no sabía si debía contarle o no. Si le contaba ahora me sacaría un gran peso de encima. Sin embargo, si mantenía la mentira, las cosas seguirían igual como ahora. Vamos, era Isabella, mi mejor amiga, sabía que podía confiar en ella y nada malo pasaría.

—Bueno —empecé a decir mientras me miraba atenta. —Sí, hay algo qué no sabes.

Miré mis manos que jugaban entre sí, y después alcé mi vista a su rostro.

—Soy toda oídos —movió el resto de la comida que le quedó hacia delante para girar la silla a mi dirección.
Hice lo mismo para que quedáramos frente a frente.

—Isabella yo... —paré para dar un largo suspiro.

—Hey, tranquila —tocó mi hombro. —Sabes que siempre te apoyaré en lo que sea —me tranquilizó.

Sonreí. —Esto que te voy a contar para mí es muy complejo —apreté los labios. Ella asentía dándome ánimos para seguir. —Isabella soy bisexual —dije por fin.

Eras, Eres y Serás Siempre Tú (COMPLETADO)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora