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Terminando la fogata nos trasladamos al recinto. La luz de la luna alumbraba la mayor parte del lugar. A mi lado iba Isabella, quien se encontraba cubierta con mantas que ella misma había traído de las cabañas, debido al frío que hacía.
Yo en particular, sólo tenía puesto el poleron de Juliane, pero por el momento que acababamos de pasar, me había hecho inmortal al viento que corría.

La adrenalina que sentí en el suceso seguía incrustada en mí. La respiración poco a poco había vuelto a su estado natural, y mis nervios se estaban esfumando por los segundos que pasaban.

Después del chance que tuve con mi orientadora, no nos habíamos dirigido la palabra hasta que llegamos a las habitaciones. Ahora vendría la fiesta para despedir la noche; las luces y música ya estaban instaladas en el salón principal. Sólo faltaba la presencia de los estudiantes y de los profesores que se animaban a participar.

La picadura seguía haciendo efecto en mí, así que apenas llegué a la cabaña busqué por todos lados alguna crema que me ayudara a retener el efecto de la planta. Pero sin haber encontrado mi objetivo, me senté agobiada en la cama. Alguna idea se me tenía que ocurrir, por tanto, sin pensarlo dos veces, me paré para ir donde mi profesora jefe recordando el botiquín de primeros auxilios.

Toqué la puerta del cuarto de al lado tres veces esperando respuesta alguna. Luego de unos segundos entendí a Isabella, ya que el frío en mi cuerpo no había tardado en llegar. Di un paso hacia delante con la intención de golpear nuevamente y antes de tocar la madera con el puño de mi mano, la cara de Juliane se había hecho presente.

—Profe —y el frío que sentí hace unos segundos, había desaparecido por completo; reemplazándolo con el ardor de la sangre que subía por mi cara.

—Leo, ¿qué sucede? —preguntó serena.

—¿Está mi profe jefe por ahí? —intenté ver a través de ella buscándola con la mirada, pero creo que sólo se encontraba Juliane adentro.

—Creo que no —volteó su cara viendo hacía el interior. —Sí, evidentemente no está —volvió a mirarme.

—Pucha, bueno. No importa —retrocedí un paso para irme por donde llegué. —Gracias de todos modos.

—¿Por qué la necesitabas? —preguntó cuando estaba apunto de adentrarme a mi cuarto.

—Necesitaba una crema para la picadura —me volví hacia ella.

—Yo tengo, ven pasa —dijo entrando.

Caminé a pasos lentos cerrando la puerta tras nosotras, y antes de volverme a su dirección, pegué un gran suspiro.

—Acá está. Vamos, siéntate —apuntó una cama, que suponía que era la suya. Me senté algo tímida y Juliane se sentó a una distancia apropiada. —Dime si te duele —hice un asentimiento con la cabeza.

Pasó sus dedos por la zona haciendo pequeños círculos. Lentamente mi vista se fue a sus labios para terminar en sus ojos, estos últimos estaban concentrados en la acción que estaba realizando. Miré detalladamente cada parte de su rostro, preguntándome el por qué de lo ocurrido hace poco. Cómo es posible que había besado a la mujer que estaba frente a mí, qué con tan solo unos minutos de su tiempo habían marcado mi vida de una forma única. Aún recuerdo la primera vez que la vi, cuando entró por la puerta de la biblioteca. Recuerdo como de apoco de fue metiendo en mi vida y yo en la suya. Cómo fuimos compartiendo secretos y experiencias y cómo me fui enamorando día a día para llegar ahora, verla y decir: que afortunada soy.

—Qué tanto me miras —dijo aún con su vista en la palma de mi mano.

—Yo —tartamudeé. —Yo no...

Eras, Eres y Serás Siempre Tú (COMPLETADO)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora