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De nuevo a partir a la escuela, dicho sitio no era su lugar favorito que digamos.

Entro, sin molestar a nadie pero, como siempre, el era el objetivo de ser arrastrado a las molestias de los demás.

La gente abría paso a Marco y sus "lacayos", aquellos chicos que siempre lo seguían, con el único propósito de sentirse « cool » patético, ¿verdad?

Marco diviso al Rivera, y al ver que se entrometía en su camino, lo empujo con gran fuerza, haciendo que el trigueño menor cayera al suelo con todo y sus cosas que tenía en la mochila, la cual tiene un gran agujero que mamá Elena no quería que nadie reparará.

De nuevo ese ardor en su garganta, a veces se preguntaba... ¿Por qué se tuvo que enamorar de la persona equivocada?

La risa de Marco se escuchó por los pasillos, ninguno tenia piedad de la caída del « marica » pues sentían que si se acercaban o intercambiaban alguna palabra con él, su "enfermedad" los contagiarían igual o peor que el Rivera.

Miguel intento que sus lágrimas no salieran de sus ojos, inútilmente las retenía pero ya había una que otra lágrima que se escabullía y salia de sus cuencas.

Recogió sus cosas con pesar, la campana había sonado y el alumnado seguía sin tener ninguna pizca de misericordia ante el morocho, algunos inclusive pateaban lo que el Rivera recogía.

Cuando noto que una mano ajena, le hizo alcanzar uno de sus lápices.

- ¿Esto es tuyo? - escuchó la voz de un chico, ofreciéndole su pertenencia.

Alzo la vista, encontrándose con unos orbes esmeralda y una alborotada cabellera castaña. Sintió su rostro arder y un golpeteo fuerte en su pecho, casi igual o más fuerte que sentía cuando veía a Marco... No, este era más fuerte que el antes mencionado, y de eso estaba completamente seguro.

- Si, si, eso es mí-mío - señalo el pequeño lápiz de color verde.

El contrario le ofreció el color para que lo tomase, Miguel lo agarró, y una vez que hizo esto en chico de orbes esmeralda comenzó a ayudar al Rivera menor.

- N-No tienes que hacerlo, yo pu-puedo sólo - tartamudeaba, gracias al nerviosismo que poseía por la gentileza del desconocido.

- Tranquilo, quiero ayudarte - le habló con una voz tan suave y serena.

La voz hacia que la piel de Miguel se erizar a completamente, mas nervios y el golpeteo constante en su pecho lo hacían actuar con cierta torpeza.

Una vez que se recogieron las cosas del trigueño Rivera, el desconocido se había levantado y le ofrecía ahora su mano para ayudarle a levantarse.

Miguel sintió el calor abrumar por sus mejillas, sí, estaba sonrojándose. Tómo la mano del contrario, sintiendo la gran calidez que emanaba.

- Gra-Gracias - agradeció, mientras abrazaba su tan rota mochila con sus útiles dentro.

- No es nada. Deberías de arreglar tu mochila si es que no quieres que te quiten algo - afirmó con gran seguridad - por cierto,me llamó Carlos Guerra, soy estudiante de intercambio, vengo del estado y apenas me acabaron de dar mi horario - se presentó ante el Rivera.

- E-Es un gusto, yo soy Miguel, Miguel Rivera - siguió el morocho con su presentación.

El castaño le sonrió con gran calidez, de nuevo Miguel sentía que su corazón saldría y que sus piernas no durarían soportarse por un segundo más.

- Por cierto, ¿Sabes dónde queda el salón dieciocho? - pregunto un poco avergonzado pero ya con la total confianza.

- Ah, ¡Si! ven conmigo yo te llevó - se ofrecía el trigueño, era un cierto cambio a causa de su ayuda con sus cosas.

- Gracias viejo, me has salvando - agradeció Carlos ante la amabilidad del Rivera y lo siguió.

Tal vez Miguel tendría un nuevo amigo...

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