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Miguel había llegado por fin a su hogar, miro por algunos segundos mas, como el vehículo en el que iba, se alejaba y desaparecía de su campo de visión. Suspiro, relajando por fin cada musculo de su cuerpo, pero mirando con anhelo ese punto en donde la camioneta había desaparecido de su vista.

Tomo con cuidado la puerta y abrió para pasar a la morada, su vista se clavo en sus primos que estaban a su espera, sonriendo dándole una pequeña y cálida bienvenida con sus miradas y sonrisas. Miguel devolvió aquella sonrisa débil, pues de inmediato su tío Berto salió, haciendo que Miguel borrara su sonrisa al instante.

— Y-Ya llegue tí-tío Berto — informo el menor, siendo olímpicamente ignorado por el mayor de bigote.

Con aquel pequeño dolor punzante de ser ignorado siguió su camino, cerro el paraguas y lo dejo afuera, al lado de la puerta para que no mojara el piso, y finalmente entro al comedor.

— ¡Miguel! — Simón era quien lo recibía, era el único familiar que se encontraba sentado en aquella gran mesa vacía — Hice la comida, pero como no llegabas... empezamos sin ti — dijo apenado, bajando su mirada.

Miguel imagino a su hermano tomándose de la muñeca como el mismo lo hacía, sonrió al ver el gran parecido que tenían.

— Tranquilo, no pasa nada, la vuelvo a calentar, Simón — dijo con simpleza, dejando sus cosas en el respaldo de una de las sillas, la cual estaba en frente de su apetitosa comida.

Miguel no podía evitar babear al ver la obra gastronómica que su hermano llegaba a ser, pues la imagen que daba, cada que Simón cocinaba parecía de un restaurante gourmet, aunque sean solo unas enchiladas con mole, tenían ese refinado toque. Inclusive si estuviera o no fría, se la devoraría en segundos por tan buena mano que Simón tenia para la cocina, vaya que tener clases con mamá Elena y la maestra de su curso de gastronomía daban sus frutos.

— ¡Chiles en nogada! — exclamo con felicidad Miguel — ¡Bistec ala mexicana! — sus ojos brillaban al ver la exquisita comida de su hermano servida en la mesa.

— Y aguita de melon — finalizo Simón con aires de orgullo, y finalmente sacar unas cuantas carcajadas, siendo secundado por Miguel.

— ¡A hincarle el diente! — hablo de manera emocionante el Rivera, frotando ambas palmas de sus manos con el brillo en sus ojos y casi babear a río suelto en el piso.

— Ah-Ha-Ah — negó Simón impidiendo su delirio de atragantarse la boca con su deliciosa comida, Miguel solo lo miro confundido — Te cambias, te lavas las manos y ya comes — dijo con diversión el mayor.

— Pero... — intento excusarse Miguel.

— Nada de peros Miguel, ve — ordeno Simón, levantándose de su lugar y tomar los platos servidos — en lo que lo haces, te caliento la comida y las tortillas, anda — volvió a decretar el mayor de los Rivera, dejando que Miguel refunfuñara bajo y a regañadientes fuera a acatar la orden. Simón, al ver este comportamiento de su pequeño hermano, simplemente rió.

Miguel, ya estando en su habitación en completa soledad, tomo ropa de su cajón, sacando su tan querido suéter rojo. Se desvistió y vistió con rapidez, pero al momento de colocarse su tan apreciado suéter rojo, recordó un pequeño fragmento de su pasado con Marco.

« — ¡Feliz cumpleaños, compita! — fue el festejo de Marco, entregándole al hijo de zapateros un presenteEsto, pa'que veas, te lo puedes poner ya sea cuando haga frío o calorinformo con orgullo Marco.

Miguel con gran regocijo abrió el regalo, viendo como adentro de esta había una sudadera roja, con franjas blancas a cada lado de sus mangas.

Marco esto... — titubeo . Impresionado por el regalo.

, vi que te gustaba mi sudadera azul, pero como no te queda el azul, pensé que un rojo llegaría a ser mejor para hablo un avergonzado Marco rascando su nuca por aquel hechoPuede que te quede algo grande, pero ya vez que uno crece así que cuando crezcas ya te quedara mejor. Lo siento, mi madre y sus rebajas que bueno, ya sabes quey sus excusas murieron por el simple hecho de ver a un conmovido Miguel a punto de llorar de alegría.

Me encantasusurro con voz entre cortada y lágrimas bajar lentamente de sus orbes.

— ¿E-En serio? — hablo ahora Marco esperanzado de no haberla cagado con el regalo.

— ¡Sí! — exclamo Rivera, mirando a su mejor amigo y rápidamente ir a abrazarloGraciasfue el rápido susurró que le dijo a Marco.

Por otro lado, Marco estaba mas que estupefacto y emocionado, una serie de emociones mezcladas inundaban su pequeño corazón. Correspondió a ese tan amigable abrazo y solo lo reforzó un poco mas.

Lo que sea por verte feliz, Miguesusurró Marco, dejando mas enamorado al pobre y frágil corazón del Rivera menor »

Un vago y simple recuerdo de su niñez, la misma sudadera que había usado durante tanto tiempo.

Rápidamente se la quito, tirándola y yendo por un simple remplazo. Ya no quería nada con el cual sus pertenencias lo lleven a recuerdos dolorosos y de un Marco que empezaba amar.

MasoquismoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora