-11-

272 42 7
                                    

El roce de sus manos, la calidez de sus brazos, los tímidos besos en las mejillas y frente.

¡Maldición! ¿En verdad tenía que presenciar eso cada día?

¡Era asqueroso! Si seguían así matarían al pobre de la Cruz. O bueno, no tan extremista era el asunto pero…

— jajaja basta, Carlos — reía cual pequeño niño, esto era mas por los pequeños ósculos que le regalaban sobre las mejillas sonrosadas. Era un cosquilleo tan agradable para el pequeño Rivera.

Un completo martirio a los orbes ambarinos de Marco. La repulsión y el asco llegaba hasta la garganta, sintiendo como su desayuno mal cocinado volviera de su estomago.

¡Agh! Era asqueroso presenciar aquello, todo aquello que hubiera sido suyo sino fuese por su “intolerancia” hacia la orientación sexual de su ex-amigo de infancia.

Mientras que al Rivera, al parecer le estaba cambiando un poco la suerte. Carlos Guerra era quien le cambiaba la suerte a Miguel.

La escuela cambio, los alumnos cambiaron, todo estaba cambiando a los alrededores de Miguel, pero no todo era miel sobre hojuelas.

Pues todavía faltaba que la mente cerrada de su familia, cambiase de opinión. Y digamos que aquello era algo imposible, y mas si era doña Elena la matriarca de la familia Rivera, aquella que protegía a la familia de calumnias como lo era Miguel, quería llevar a cada miembro en buen camino, y Elena pensaba que su adorado nieto pasaba por una etapa de simple confusión, en donde solo quiere estar de rebelde como cualquier adolescente en etapas donde las hormonas eran alteradas, al igual que las aptitudes de cada uno. Y para Elena, la solución era que Miguel fuera ignorado, y no intercambiar palabra alguna con el menor.

En verdad que Miguel seguía sufriendo, y eso era sumamente doloroso si era su familia la que no le daba una oportunidad y, tampoco le dieran la dicha de aceptarlo tal y como él era, siendo un chico homosexual, y gritarlo sin vergüenza alguna.

Pero lo bueno de todo aquello, es que tenia a su hermano mayor, a su pequeña hermanita y, aunque fuera algo sumamente impresionante, sus primos de igual modo estaban de su lado.

Aunque los hijos de su tío Berto se limitaban a dirigirle la palabra siempre que estuviese su abuela cerca, pero para Miguel eso no era de tanta importancia, pues al final él se daba cuenta de las miles de veces que le ayudaron para que su abuela Elena no cachará a Miguel con Carlos en pleno acto de amor, claro no al punto de la pasión; sino que, eran simples mimos cariñosos que se daban, más cuando el último mencionado quería pasar tiempo con el pequeño Rivera.

Sí, sin duda Miguel llegaría a ser feliz al final del camino. Mientras que Marco se sentía mas desdichado siempre que veía al Rivera al lado de Guerra dándose muestras de amor tan empalagosas a su gusto.

MasoquismoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora