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Las clases transcurrían con normalidad, aunque para Miguel era más entretenido escribir el nombre de aquel chico que le había ayudado.

Amor a primera vista, al parecer eso era lo correcto y estaba en lo correcto.

En poco tiempo, aquella pagina en donde Miguel se dedicaba a escribir y adornar el nombre de Carlos, se había llenado completamente, haciendo que el Rivera sacará grandes suspiros de anhelo.

Miguel se había enamorado muy pronto y todo gracias a la amabilidad del nuevo estudiante.

A pesar de no estar en las mismas clases, Miguel haría lo que fuera para volverse amigo de Carlos y estaba más que claro que no desaprovecharía aquella oportunidad.

El receso había comenzado, Miguel había sido el primero en salir a toda velocidad hasta el aula dieciocho, en donde el castaño se encontraba.

Al verlo a él solo, tocó la puerta del salón, atrayendo la atención del susodicho y en ese mismo instante sonreír, lo que hizo que Miguel se le contagiará y sonriera de vuelta.

Se adentró al salón, se sentó en el asiento de enfrente del Guerra.

- ¿Es pesado tu primer día de escuela? - preguntó, rompiendo de una vez el hielo entre ambos.

- Algo así, ya he visto varios temas de los que apenas están viendo ustedes - confirmó, haciendo notar los apuntes con una calificación perfecta.

- ¡Que chido, sacaste diez! - exclamo con total alegría el Rivera.

El castaño río bajo ante la actitud de su compañero.

- Por cierto, ¿Tu en que salón estás? - preguntó Carlos a Miguel, quien de inmediato se tenso un poco ante la pregunta.

- E-En el catorce, e-esta en la planta de arriba, el tercer salón, después de subir las escaleras del lado izquierdo - dijo, mientras señalaba el trayecto con su dedo índice.

- Ya veo... - fue lo único que pudo soltar, sonrió mientras seguía viendo a Miguel que veía el techo, como si fuese lo más entretenido posible - ¿Sucede algo, Miguel? - hablo con cierta gracia, al ver que el contrario murmuraba cosas en tono bajo y sin ningún sentido.

-¡Ah este! Ehhh... - reacciono, sintiéndose descubierto de alguna fechoría, se encogió de hombros en el asiento - Es que... o-olvide mi a-almuerzo y m-mi dinero se quedó en el salón - hablo con pena.

El castaño rió un poco ante la memoria que había hecho Miguel. Se levantó de su asiento y miro a su compañero.

- Vamos, te acompañó por tu dinero y de paso compramos unas papas, ¿Va que va? - habló con gran alegría el joven de cabellera castaña, mientras que de nuevo le ofrecía la mano al Rivera.

Este asintió y tomo la mano del contrario, de nuevo, sentía aquella calidez desbordar y el calor abrumar por sus mejillas.

Una vez que el Rivera se levanto, ambos fueron al salón del ultimo mencionado.

La vida de Miguel cambiaría a partir de ahora.

Y parecía que iba por buen camino dicho cambio... o así parecía.

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