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⚠ A partir de este capítulo, se recomienda que el lector o espectador leer con discreción, puesto que a ahora el contenido explícito comenzará. Gracias por su atención ⚠

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     ── Sólo dilo Marco ── ambas frentes se habían juntado.

Los ojos del de la Cruz permanecían cerrados, su cuerpo inerte, sin dar señales de apartarse.

Marco abrió sus ambarinos ojos, dejándolos fijos en los grandes orbes chocolate del contrario.

     ── Te amo, Miguel ── murmuro, suspirando, tomando la cintura del menor, haciendo que el espacio entre cuerpos se redujera, que la conexión de antes renaciera de las cenizas y volara cuan fénix en el hermoso momento construido por ambos ── Te amo tanto, bonito. Te amo con locura, con deseo, con desdicha, con suplicios… te amo de tantas formas posibles que no deseo verte sufrir más, suficiente dolor te he causado, Miguel. Y no quiero ver que derrames mas lágrimas por el dolor que te he causado. Quiero protegerte, de todos y de mí, principalmente, porque sé que te he dañado y he arrancado esa pureza que me enloquecía y embriagaba de poder en hacer más, en el pecado del deseo de corromper tu alma tan pura y sin malicias llenado tus poros ── habló, acariciando con posesividad la cinturita del menor ── Estoy tan enfermo, Miguel. Eres la causa de que sea así, de que tus actos, tus miradas, caricias y besos me hagan tener tantas sensaciones. Tan posesivo, tan adicto, tan enfermo de ti, que siento ya no poder controlarme ── siguió, suavisando un poco el agarre que tenia con el Rivera.

     ── Marco… ── susurró Miguel con el gozo y la alegría a mas no poder, y en el impulso simplemente abalanzó sus labios con los contrarios.

De nuevo un beso, tan suave, tan fugaz, tan lleno de sentimientos y culpas que todo rastro de miedos se esfumaron. Sabían que ahora solo eran ellos dos, que nadie los vería si permanecían ahí, que la infidelidad podía ser justificada si solo los causantes de este crimen, lo mantenían en secreto. Algo que era mas que obvio que así seria, pues los corazones de ambos bombeaban a la par, sincronizándose y tomando ese recuerdo como el mas preciado y a la vez el mas efímero que podrían haber tomado, guandandolo recelosamente en el interior de todo lo que conocían.

Los labios de Miguel se movían torpes, a pesar por la experiencia de besos dados por Carlos, no eran lo suficientemente apasionados y tan profundos como en este momento efectuaba de la Cruz.

Marco volvió a acorralar el pequeño cuerpo entre el suyo y la pared de ladrillos detrás de Miguel.

Sus manos invadían cada parte de su cuerpo, por encima de su ropa.

Estaba necesitando de Miguel. Necesitaba saborearlo, morderlo, marcarlo, hacer mil calumnias al menor Rivera.

Estaba obsesionado con su inocencia. Obsesionado por corromperlo, obsesionado de la manera más enferma de lo que él pudiera imaginar, y así poder arrancar tanta pureza dentro de Miguel.

Y sabia que eso no estaba bien.

Mas sin en cambio, le encantaba hacerlo y saborear ese saborizante tan lleno de un dulzor indescriptible que gozaba su boca y deleitaba su paladar, al igual que sus manos tomaban posesión de su cuerpo y trataba de marcarlo con cada uno de sus toques tan bruscos, apretando, arañando, mordiendo, y demás.

     ── Marco ── fueron los suaves gemidos que Miguel daba, una vez que Marco atacaba sin pudor su clavícula y parte de su cuello.

Miguel se aferraba a él, con uñas y dientes, tirando levemente de su melena castaña, dando un pequeño brinco y enganchar sus piernas en la cintura del mayor.

Se sentía sofocado, atacado, vilmente sentía como su corazón era asesinado y sus sentidos se derretían. Su cuerpo hablaba y su raciocinio había abandonado su cuerpo.

Se sentía tan bien, tan caliente como el mismo fuego ardiente del propio infierno en el que ambos se habían metido.

Tan agonizante, tan placentero, tan lleno de egoísmo, y lleno de súplicas en no acabar el acto.

     ── Por favor ── hablo con dificultad el Rivera, jadeando y gimiendo sin vergüenza alguna ── Llevame ── bajo su mirada, donde el rostro de Marco se ocultaba en su clavícula, marcando esa misma zona.

Marco sonrió, alzo su mirada y reincorporo el cuerpo de Miguel en el suelo. Se acerco al Rivera y con aquella voz tan ronca y grave solo pudo susurrar en el oído del Rivera.

     ── Te llevare al limbo del cielo y el infierno, Rivera ── habló, estremeciendo cada parte del cuerpo contrario ── Y esta misma noche sabrás lo que es el estar conmigo ── siguió, tomando la mano de Miguel, entrelazando sus dedos y guiándolo a lo mas profundo de aquella zona tan desolada.

Sorpresivamente Miguel no se había dado cuenta de que aquel lugar pertenecía al hogar de los de la Cruz, entrando a su morada ya abandonada. Mirando como aquella casa efectivamente había sido abandonada y cada cosa estaba en su lugar.

Aunque aquello no era de sorprenderse, pues a pesar de haber pasado algunos meses. Miguel no tenia en mente lo que le rodeará, sino lo que sentían y necesitaba en aquel momento adictivo y enfermo.

Al abrir la puerta, Miguel fue jalado del brazo, siendo lanzado hacia la única cama de aquella habitación; el cuál pertenecía a Marco.

Y en un abrir y cerrar de ojos Marco llego con Miguel, lanzándose sobre este y besando sin pudor alguno sus labios, mordiendo y lamiendo cada parte de su boca. Explorando el interior de esta y siguiendo con sus toques bruscos en el cuerpo del menor.

Rivera tampoco espero, sus piernas se enredaron en la cadera de Marco, tratando de acercar lo mas que podía a Marco, sin pensar que al chocar y hacer fricción en ambas pelvis tuviera un placer mas allá que no podía entender.

Deseando mas de ese placer, Miguel siguió el movimiento de caderas, haciendo mas fricción, pegando mas ambos cuerpos y sintiendo corrientes eléctricas, y soltar gemidos ahogados por la pocesividad de  Marco contra su boca.

     ── ¡Mierda, Miguel! ── jadeo Marco una vez separándose de la boca del Rivera, mirando hacia donde Miguel hacia sus acciones sin pudor, y sintiendo como su miembro se ponía erecto ante dichas sensaciones que le otorgaba Miguel.

     ── ¿No te gusta? ── preguntó un jadeante Miguel, parando su acto, sintiendo dolor en su entrepierna.

     ── Mierda, Miguel me encanta  ── soltó de la Cruz, atacando el cuello del menor, juntando ambas pelvis y que Miguel siguiera con su acto con ese acercamiento vulgar ── Sigue, me estas excitando como no tienes idea ── gruño, saboreando cada centímetro de piel expuesta en el pecho del menor ── Carajo, te deseo tanto. ¿Qué mierda me hiciste? ── siguió, agradecía como loco el que Miguel estuviera potando su sudadera abierta y su playera de tirantes color blanco.

El menor no pudo responder, pues los actos del joven de la Cruz lo dejaban sin aire, y el extraño pero placentero acto que hacia con Marco, añadiendo sus leves gemidos y tratar de aferrarse a Marco, eran respuesta suficiente para de la Cruz y saber que estaba sintiendo lo mismo.

Miguel y Marco llegarían juntos al limbo, y se quedarían ahí hasta el día siguiente. Hasta hartarse y desear morir, y ser exiliados del cielo y pasar al ardiente infierno que los esperaba paciente.

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