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Su mente se llenaba tanto de aquella risas y la voz parlanchina de Rivera, su imagen irradiando felicidad, con un sonrisa curvada, sacando risas leves que se reproducían mil y un veces en la cabeza del castaño.

Era un tremendo suplicio no aventarse de la ventana que lo tentaba a un perfecto acto suicida.

Se removía bruscamente en su colchón, ya ni sus sábanas estaban sobre él por los intensivos movimientos de su cuerpo. Tomando con furor sus cabellos, intentando no arrancarse grandes cantidades de dichos cabellos castaños.

¡Solo deseaba dormir!

Pero su mente le daba una mala jugada al hacer que su cuerpo se relajara, más con aquellas imágenes que se le presentaba como los flash de una cámara fotográfica.

¡Miguel, deja dormir a Marco!

No puede, y más que nadie lo sabe, no podrá reconciliar el sueño, por mas que su mente se pintase en blanco, el primer lienzo que dibujara su mente era el Rivera, con una sonrisa que mostraba felizmente su hoyuelo, con las mejillas sonrosadas, con aquellas risas que eran una mortal tortura para sus tímpanos, y un martirio ver las segundas imágenes que su mente le procreaba.

Carlos besando a Miguel.

¡No! ¡Que horror!

Su sueño se interrumpió en un grito ahogado, seguido de jadeos desesperados, sintiendo la separación de su espalada del colchón. Marco había despertado de aquella pesadilla.

El sudor frío llegó a viajar lentamente del cuerpo del joven Marco, teniendo una respiración agitada y entrecortada. Chasqueo la lengua luego de recordar tal blasfemia que su mente y sueño le daban.

¡Una completa aberración!

Por inercia vio el reloj que reposaba sobre un taburete pequeño al lado de su cama, marcaba apenas las cuatro y cuarto de la madrugada.

Cansado y disgustado volvió a recostarse, colocando su antebrazo por su coronilla, mirando atento a cada detalle de la desgastada pintura de su techo, uno pensaría que al ver a Marco, contaba ovejas al ver lo alto de su techo, pero no era así, pues sus pensamientos eran inundados por los estúpidos recuerdos del Rivera.

— ¡Aaahhhhgh! — gruño, tomando de nueva cuenta sus hebras castañas, cerrando fuertemente sus orbes ámbar — ¡Déjame dormir tranquilo Rivera! — exclamó colérico, dando media vuelta en su colchón, tomando una de sus almohadas y poniéndola encima de su nuca, poniendo fuerza e intentar absurdamente esconderse de sus tan escalofriantes recuerdos y sueños que atormentaban cada vez mas sus pensamientos.

Y sin desearlo, las horas pasaron volando, haciendo que su tiempo para consolidar el sueño muriera.

Siete con cinco minutos y su alarma seguía sonando como una alarma que lastimaba sus tímpanos como taladros. A regañadientes apago dicho aparato, viendo que tenia el tiempo muy justo para llegar a la escuela.

Sucumbiendo por los insistentes gritos de su padre, aclamando el desayuno de aquel día, dio por terminado su sesión de un lamentable despojo de sabana, sintiendo un golpe de frío sobre su flácido cuerpo.

De inmediato tomo todo lo necesario para darse una lucha y tener listo todo para una súbita jornada académica.

El tiempo paso y con ello Marco ya se encontraba en la mesa, que compartía con sus padres, quien solo el padre le reclamaba de la mala comida que esta hacia.

— ¿¡Qué acaso me quieres matar!? — gruño, y de la manera más cruel posible tiro la comida con todo y el plato de porcelana, la cual al momento de estrellarse tanto la comida, como el plato se esparcieron sobre el suelo — ¡LIMPIALO! — gritó exasperado el padre de Marco.

Los sollozos de su progenitora no esperaron en escucharse de una manera muy tenue.

Aquella mirada ahora están dirigida hacia él, se sometía cruelmente a una plática en donde el « marica » era el protagonista de aquella conversación, lo sabía, esa mirada lo decía todo, completamente todo.

— Entonces… — oh no, no por favor.

— Sé lo que vas a decir, así que de una vez te digo que sí — interrumpió Marco, ganándose a que su padre se levantará de su asiento y golpeara a puño limpio una de las mejillas del joven de la Cruz.

— ¿¡QUÉ TE HE DICHO DE INTERRUMPIRME!? — y así un grito de parte del mayor, hizo temblar a su heredero — ¿¡ES QUE EN ESTA CASA YA NO SABEN RESPETARME!? — y con este dicho ultimo fulminó con aquella mirada ámbar tan pesada a ambos que estaban tirados en el suelo, para finalmente irse de la morada de la Cruz.

Y una vez estando a solas con su madre, esta rápidamente se acerco al menor, mirando su herida viendo con horror aquel hilo de sangre y el hematoma que se le formaba a Marco en su mejilla afectada.

— Déjame curarte, solo… — la madre llena de terror quería verificar su herida, acercando si mano a la zona afectada de Marco, pero este se lo impidió dando un manotazo y desviando su mirada.

— Déjame en paz… — susurró lleno de cólera que cavaba dentro de su ser, no quería desquitarse con su madre.

— Pero hijo… — y con la poco paciencia que a Marco quebraba miro con aquella afilada mirada ámbar a su progenitora.

— ¿¡Qué no entiendes que me dejes en paz!? — gritó, levantándose con gran rapidez y yendo por sus cosas, para imitar la acción que su padre hizo, irse de su hogar camino a la escuela.

MasoquismoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora