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Era la sensación tan fuerte, caliente y excitante que hicieron que ambos cuerpos se fundieran y dejaran que las garras del deseo los condujera, sin previa cordura, al mas vivo y vil infierno de la pasión.


Cardenales, gemidos por parte de ambos, obscenos sonidos de pieles al chocar, sudor que bajaba por ambos cuerpos desnudos, en un vaivén desenfrenado del calor compartido.

La maldita necedad de besarse sin el afán de tener pizca alguna de consideración de sus pulmones, violando la cavidad bucal e intimar de la manera mas torpe sus bocas, chocando sin descanso sus dientes, probando ese elixir que compartían, envenenándose de esta misma sustancia sin descanso.

── ¡Marco! ¡Aahhh! ── se escuchaba la voz del menor, tomando las hebras castañas del nombrando, empuñándolas y jalarlas, de manera que de la Cruz supiera del maldito desesperó que sentía el menor al sentirse vilmente profanado y embestido de una manera que; a pesar de ser víctima, sentía ceder ante sus propios instintos sexuales y un primitivo acto carnal de tomar todo aquello del cuerpo de Marco.

── ¡Aahhh! Miguel ── gimió el contrario, al sentir esas placenteras paredes carnales apretar de manera deliciosa su miembro, que se movía a un ritmo tan descoordinado y con el único fin de otorgar placer al individuo debajo de él y sentir un rico espasmo por el mismo y la corriente eléctrica de su propio placer, en tomar el cuerpo tan inofensivo.

Vaya sacrilegio entre ambos cuerpos.

La mentalidad de los dos amantes se volvía de manera que recriminaba, y a la vez persuadía  tantos actos que fueran posibles. Que ya ni siquiera se disponían a ver las consecuencias de sus actos.

Pensando que una vez consumado el acto, volverían a saborear el mismo cielo, o simplemente se rendirían y volverían a las garras del placer exquisito que les otorgaba el infierno, en un tentador placer lleno de orgasmos y amor infame. Dónde solo ambas almas se comprendían y se amaban de manera asquerosa y sadomasoquista que el mismo Lucifer les tendría el mas grande de los respetos al tener el pecado más grande que ambos amantes se entregaban sin pudor alguno ese mismo día, en los suaves y sensibles rayos del sol desvanecerse por el horizonte y dejar paso a otro espectador y principal testigo a la misma luna de la infidelidad de esa misma noche.

Rivera lloraba, sin poder aguantar mas tiempo ese aguante y desgaste en su cuerpo, sintiendo esa necesidad de expulsar sus líquidos y culminar su acto en ese primer y fenomenal orgasmo, que tanto llamaba a su puerta y dejar volver de una vez por todas a la cordura misma, pero llevarle la contra y necesitar mas que solo consumar un simple acto con de la Cruz a su lado.

No, no quería, y necesitaba aguantar un poco, solo un poco más en ese desgaste de energía y poner todo de su parte para que Marco fuera quien diera el paso a expulsar sus líquidos seminales dentro de su cuerpo.

── No puedo ── hablaba con un hilo de voz doloroso, avisando a su amante de ese limite que estaba a punto de sucumbir y expulsarlo todo.

── Yo tampoco… ya no puedo ── le respondió el agitado de la Cruz.

Y a pesar del dolor causado por Rivera en su espalda y miles de marcas en esta con escasos brotes de sangre, no pudo contener esas ganas de seguir marcando territorio en esa piel achocolatada, mordiendo y sentir fuertes espasmos, estremeciendo su cuerpo, al tiempo que sus dientes se encargaban en el cuello del menor, haciendo que este gritara y finalmente que sus paredes anales se contrajeran, y así que su líquido seminal fuera expulsado a chorros dentro del cuerpo del Rivera.

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