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Finalmente Miguel había acabado llenó, su apetito se había desvanecido gracias a la cena deliciosa que Simón le había preparado, seguiría presumiendo que su gran y talentoso hermano mayor era ¡El mejor chef de toda Santa Cecilia!

Miguel se encaminó hacia su habitación, y; por ordenes de Simón, hacer la tarea que tenia pendiente. Aunque al llegar pronto a su habitación y ver en aquel cesto de basura la chamarra tirada, los sentimientos que sintió en aquel corto momento que compartió con de la Cruz volvieron como ráfaga de viento que golpeaba su rostro con violencia y le hacia temblar de frío el cual, sintió recorrer todo su cuerpo.

Tomo de la basura aquella chamarra regalada por Marco, la sostuvo entre sus brazos, mirando los recuerdos tan espectaculares que tuvo al lado del castaño.

Pero era ahora los recuerdos recientes. Con aquellos orbes ámbar penetraban su silueta, miraban con detenimiento, y el choque de sus orbes con los contrarios, fue lo suficiente para que Miguel se inundara en la miseria. Sus ojos se llenaron de lágrimas, su corazón seguía palpitando de manera rápida ante aquellos vagos recuerdos y de la forma en la cual Marco lo miraba con esa misma mirada que la primera vez que se conocieron.

Y fue entonces que lloró, lloro en silencio, abrazando aquel grácil y vago acuerdo de infancia. Aquel recuerdo en donde todo estaba mejor antes de su cruel destino, antes de hablar y decirle a los cuatro vientos que era gay.

Se tiro de rodillas, llorando con el único consuelo de la chamarra roja, con el consuelo del recuerdo.

Por otro lado, Marco había llegado por fin a su hogar, y a pesar de la escasa lluvia que seguía con pequeñas gotas, pudo adentrarse a su hogar. Siendo recibido por fuertes gritos y un sin fin de insultos por parte de su padre ebrio, los golpes sordos de igual manera los escuchaba, no deseaba mas de ese dolor que su propio progenitor le daba con el cinturón y el propio metal que este traía.

Corrió, corrió lo mas que pudo hasta su recámara, los gritos se su padre se intensificaron, los gritos y sollozos de su madre igual los oía, una discusión que volvía a la monótona vida que traía cargando.

Sintió ardor en su pómulo, acercando primeramente su mano a su dolor, lo toco, toco su herida y gruño por el dolor, miro sus dedos notando rastros de sangre. El mental del cinturón le había cortado la mejilla.

Esto se estaba saliendo de control, y lo que menor deseaba era morir  en el intento de escapar de aquel descontrol que su padre causaba.

Lloró, y no por el dolor que sentía en su mejilla, lloro de impotencia, por no saber como manejar la situación y seguramente estar en la boca de todos los pobladores el día de mañana.

¿Cómo es que su padre cambio tanto de la noche a la mañana?

Recordaba lo amoroso y consentidor que era, recordaba a su padre como un ejemplo a seguir, lo recordaba con aquel cariño que sentía. Para finalmente que esa gran admiración y amor se desmoronará, dejando que la cólera le inundará el cuerpo.

Su ceño se fruncio, los puños que había formado en sus manos, y aferrados a sus sabanas se intensificó. El dolor y el enojo eran los sentimientos emanados por el joven de la Cruz.

Siguió llorando por la impotencia, siendo la música de fondo los gritos y sollozos de sus progenitores.

No podía hacer nada, y solo deseaba ayuda de alguien.

Cerro con fuerza sus ojos, deseando callar aquellos lamentables sonidos que intensificaban su enojó.

Y fue entonces que el rostro de Miguel vino hacia su mente. Sus cabellos cafés, sus orbes de un color chocolate, aquella piel morena y la singular sonrisa que le hacia mostrar un hoyuelo en un lado de su mejilla.

¿Por qué?

¿Por qué ahora era cuando Miguel se aparecía en su mente?

¿Por qué subconsciente?

¿Por qué mostrar al imbécil de Rivera con su estúpida sonrisa bobalicona?

¿Por qué ahora?

¿Por qué no antes de toda esta tragedia?

Negó.

¿Para que querer a alguien antes de tus tragedias, cuando tu mismo le has hecho la vida de cuadritos a esa misma persona?

Marco, acaso…

¿Te estas arrepintiendo?

— No… no debo, no ahora… Debo dejar de pensar en él… — habló colérico, dejando que sus lágrimas siguieran fluyendo, callando sus sollozos en la almohada.

Marco sentía deprimirse, los gritos, los sollozos y las lágrimas lo tenían cansado. Ya no deseaba seguir viviendo en el mismo infierno que su padre construyó.

MasoquismoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora