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Un camino silencioso, un recorrido con una tensión entre dos de los mas jóvenes que transportaban el vehículo de la familia de la Cruz.

Marco mirando el lúgubre paisaje, viendo las calle de Santa Cecilia ser desalojadas con rapidez a medida que la tormentosa lluvia llegase a un punto de poder sucumbir.

Por el contrario, Migue intentaba no hacer algún contacto, no cerca de Marco, estaba mas que petrificado. Su mirada se paseaba, desde la punta de sus botas marca Rivera, hasta voltear un poco para ver los movimientos que Marco daba.

Debía de admitir, estaba nervioso y con un indescriptible miedo que este le humillará frente a la propia progenitora de Marco. Pero ese simple hecho no sucedía, sus manos estaban inquietas, sus dedos jugaban a chocar con sus propias rodillas, entrando en nervio vivo.

Y por ultimo la madre de Marco, simplemente su vista se daba mas en los estrechos caminos, mirando atenta a cada peatón que deseaba cruzar la calle. Era difícil su visión y la lluvia no ayudaba mucho al salpicar en el parabrisas, agradecía que todavía tenia limpiadores. Pero ella simplemente no se percataba tanto del ambiente, aunque deseaba tener una conversación con el antiguo amigo de Marco, no podía, sentía que si llegará a hacerla, podría inclusive causar un accidente que preferiría no cometer en un pueblo como lo era Santa Cecilia.

Miguel viró a ver a Marco, pues este había hecho un movimiento, que era refugiarse en una de sus manos, aspirando aire en una acumulación profunda. Destapo sus gemas ámbar, mirando al frente, y hace bastante que no veía con tanta cautela y detalle esos hermosos rasgos que Marco poseía como lo eran sus ojos.

Parecía que Marco tenía oro pulido en vez de ojos, su brillo, aquel amielado color era el que mas cautivaba al Rivera en estar hipnotizado en aquella mirada, a pesar de ser intimidante y afelinada, era una majestuosidad, y gran deleite para su vista.

Finalmente Marco soltó un suspiro, y viro hacia Miguel, quien después de darse por descubierto giro su rostro, ocultando su sonrojo. Y Marco, simplemente sonrió con altanería y superioridad, pero el no noto que en aquella sonrisa había una pizca de anhelo y conmoción al saber que el « marica » seguía atento a él.

Marco volvió a intimidar con su sola mirada, cruzo sus piernas con gala, su codo se recargo en el estrecho espacio que le ofrecía la ventana y el soporte de donde esta estaba, y finalmente se recargo una de sus mejillas en sus propios nudillos.

Miguel sabía, sabía mejor que nadie que el joven de la Cruz lo estaba mirando fijamente, desafiándolo a un juego de atrevimiento y valor, pero ese atrevimiento y valor de voltear y encarar esa mirada no lo tenia Rivera. Se estremeció y encogió en su propio lugar, no deseaba voltear, no quería voltear. Sabia que si lo hacía, Marco aprovecharía la oportunidad de molestarlo, rebajarlo y humillarlo enfrente de su propia madre, y Miguel ya no quería ser víctima de aquello que le dolía y seguirá doliendo, pero tenia que afrontarlo como Carlos le había dicho tiempo atrás.

Finalmente con timidez volteó, encarando a Marco con una mirada llena de pavor hacia su propia presciencia y mirada tan intimidante.

Su mirada avellana choco con la mirada ámbar, llena de superioridad, que en vez de la suya no era mas que simple terror, pero solo fue por u momento que Miguel se perdió en los brillantes ojos amielados del mariachi azul.

Quería decirle algo, quería preguntar porque lo miraba tanto pero…

— ¡Ya llegamos Miguel! — la voz de la progenitora de Marco se escuchó, haciendo sacar a Miguel de aquel trance tan increíblemente silencioso, en donde solo él se podía embelesar por el color tan atrayente de los orbes ámbar que Marco posee.

— Ah, eh… ¡S-Si, gra-gracias! — hablo un nervioso Miguel.

— Puedes tomar el paraguas para que no te mojes, aunque ya no esta lloviendo tan fuerte pero mejor tomala — volvió la voz de la mujer — Marco, ¿si le puedes dar el paraguas a Miguel? Por favor hijo — pidió amablemente, haciendo que un chasquido por parte de Marco se escuchara tenuemente.

Marco tomo el objeto, dándoselo a Miguel para que este lo tomará.

Y sin demora, Rivera lo tomo; claro con el cuidado de no rozar la mano del mas joven.

— La cajuela esta ya abierta para que tomes tu mochila — volvió a informar la mujer de ojos claros.

— Claro, gra-gracias por traerme — titubeo Rivera, virando mueven te con disimulo hacia el mas joven de ambos de la Cruz.

Miguel bajo del vehículo, acercándose a la parte trasera de la camioneta, abriendo la cajuela y tomando sus cosas; de nuevo, sin gozar alguna pertenencia de Marco.

Y una vez tomadas sus pertenencias cerró, yendo hacia la puerta de piloto, entregando el paraguas prestado.

— Tranquilo, quedatelo, así entras a casa. Ya otro día se lo puedes entregar a Marco — informo la mujer, dibujando una sonrisa gentil.

Miguel solo pudo asentir, tomando aquello prestado y finalmente entrar a su hogar.

Al partir la familia de la Cruz, Marco solo miraba aburrido aquel paisaje ya menos lúgubre. Pero volteo hacia atrás, notando como Miguel esperaba que la camioneta desapareciera de su vista y poder entrar. Esto a Marco le dejó un sabor de boca algo agradable, haciendo que inconscientemente sonriera con levedad.

¡Oh! Marco, si tan solo supieras que has dejado ir a un hermoso ser, de tus propias manos.

Pero esta será tu condena por intentar arrancarle las alas a un ángel tan hermoso, e impedir que volará como se lo era permitido.

MasoquismoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora