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La sonrisa de Marco se había anchado, el nuevo amigo de Miguel veía aquella hoja que el Rivera había creado con sus manos y el sentimiento guardado dentro de su corazón.

Miguel, por su parte, veía con horror la escena, veía la espalda ancha de Carlos, sí, el susodicho le daba la espalda, estaba frente a de la Cruz, quien disfrutaba cada segundo y lo disfrutaría más con lo que sucedería después.

- Miguel, ¿Tú lo hiciste?- escuchó la pregunta del mayor, su voz era bastante sería y daba algo de miedo por el tono alto y frívolo.

- Yo eh...- Miguel titubeaba, los nervios le invadieron el cuerpo, el sudor frío bajo e inundo sus manos, tomo su muñeca como era de costumbre, su semblante fue decayendo y simplemente soltó un suspiro pesado. Era el fin de un cambio en su vida, por lo menos ese pequeño grano de felicidad, lo veía desvanecerse en su miserable vida, como arena en el desierto.

- ¡Responde Miguel!- ordenó el castaño de orbes esmeralda, volteó levemente su rostro, pero sin dejar que nadie viera realmente su semblante, ni siquiera Miguel lo podía ver bien.

- ¡Sí, yo lo hice!- gritó el trigueño, cerrando fuertemente sus ojos, y de nuevo, el nudo en la garganta se formaba y obstruía el paso del aire a los pulmones de Miguel, comenzó a calar aire de forma brusca, como si ese gritó le hubiera costado todo el aire de sus pulmones.

Marco disfrutaba la escena en silencio, con una sonrisa llena de regocijo ante todo lo que le pasaba al « marica » , su mirada se alzaba, como si hubiera cometido lo mejor en lo que en su vida podría haber hecho.

Carlos, quien veía a Miguel con un semblante decaído, y notaba como el alumnado que visualizaba aquel momento y, al parecer lo disfrutaba, decidió tomar cartas sobre el asunto.

Ahora ya sabía un poco de la vida de Miguel y de por qué tenía esos ojos opacos, completamente muertos al principio de verlo.

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