II. La magia del pasado

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"En las palabras decidí ocultar mi pena, en un nombre falso decidí llorar por los muertos.

¿Seré capaz de recordar?

¿O siquiera decirle al mundo quién soy?

¿O moriré sin que mis palabras hagan renacer a mis amigos?" - de las Crónicas de Sarkat, de Hish Urtan

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La magia era peligrosa, un poder detestable que no traía nada bueno. El desliz de la mente de un mago, emociones sin control o un sortilegio demasiado grande no solo alteraba el equilibrio de Draimat, sino que destruía, asesinaba, borraba lo que bloqueaba su paso... Por eso, la magia estaba prohibida en Osvian, y en la mayor parte del mundo.

Era demasiado peligrosa usarla, poseerla y vivir con ella.

Evel lo sabía bien, un descuido y no solo terminaría con él, podía terminar hiriendo a Hok, a Lara, a Mark, podía destruir su hogar, o peor, podría destruir Villa Berbentis entera. Y si sobrevivía, no sería suerte, sabía que perdería todo.

«Todo por anhelar algo que no te pertenece».

La magia era algo que debía evitar, algo que se hacía con consciencia, pero en aquel momento era demasiado tarde.

No pudo ignorar a Alek con su sonrisa mordaz, ¿cómo podía fingir que no había escuchado nada? Y le pudo importar menos cuando la magia ya había calentado su sangre, su cabeza, sus alrededores, y supo que no había vuelta atrás cuando una punzada atravesó su cabeza.

Alek siempre era así, y se lo tenía merecido. Siempre decía cosas así de sus padres, siempre lo humillaba. ¿Por qué tenía que seguir aguantándolo? ¿Por qué tenía que ignorar eso y marcharse como si nada? No entendía por qué dijo eso, solo estaba estudiando cuando lo molestaron... Y quizá no hubiera hecho nada si no hubieran mencionado a sus padres.

Gillian y Grot, los secuaces de su hermanastro, seguían riendo. Alek, por su parte, llevaba su libro en la mano, sin intención de devolvérselo, pero con intención de humillarlo aún más.

—Discúlpate —gruñó Evel.

—¿Por qué? —río Alek cerrando el libro—. ¿Por decir la verdad?

—Discúlpate.

—Ah, cierto, cierto. Perdona la confusión... No te abandonaron porque eran pobres, murieron por ser ladrones. Ratas.

Los tres rieron.

—¡Cállate!

El mundo se movió más lento para Evel, como si estuviera sumergido en el agua. El pasto a su alrededor murió de poco en poco, las hojas se contrajeron y el verde vibrante pasó a un amarillo pálido y seco. Evel se dirigió hacia Alek, pero su sonrisa no disminuyó ni un poco frente a él. Gillian y Grot retrocedieron.

—¿Qué? ¿Dije una mentira? Ni siquiera los conociste. No puedes negar algo que ni siquiera tú sabes.

Alek volvió a lanzar el libro hacia los chicos, pero Evel ni siquiera se molestó en ver en dónde cayó.

Evel alzó las manos, y todo el pasto se secó en un parpadeo, las gotas de agua se elevaron y giraron a su alrededor, agitando su cabello, salpicando su ropa y su cara. La sonrisa de Alek se borró por completo cuando vio las manos de Evel y retrocedió.

El mago de la ciudad destruida | Crónicas de Desconocido #0.5 |Donde viven las historias. Descúbrelo ahora