X. La academia de magos

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"La magia es un arte poderoso. Es un instrumento y una habilidad que solo pocos tienen y muy pocos de los que nacen con ella logran dominar. En el mundo es bien sabido que hay países llenos de magia, y países que no la tienen. Y también es bien sabido que, en el mundo, solo existía una región donde todos nacían magos, un lugar donde la magia ancestral todavía seguía presente.

Hoy, sigo preguntándome cómo se sometió a una nación entera de magos y cómo fueron masacrados en una sola noche. Lo único que tengo seguro es que esa semana, en especial esa noche, las potestades y nuestra diosa nos abandonaron.

Quizá por odio, desdén, por venganza o porque crecimos arrogantes y sin conocer el mundo. Sin embargo, la muerte de inocentes sigue doliendo." — de las Crónicas de Sarkat, de Hish Urtan

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—Ev, abre los ojos —dijo una voz familiar, lejana, ronca.

Inhaló para desperezarse y entreabrió los ojos. La luz del cielo en la mañana lo cegó. Frotó sus ojos, se levantó, y encontró agua por todos lados a su alrededor. Azul y solo azul. Parpadeó varias veces para saber si no estaba soñando.

Estaba a la deriva en un pedazo de madera en medio del mar. Sin sus cosas, y sin señal de ir hacia algún lugar. Sacudió la cabeza, y trató de recordar, pero no había nada claro en su mente. Había sido arrojado al mar, las olas lo arrastraron lejos y luego el barco se hundió... Miró la madera debajo de él. Contuvo su aliento.

¿Y si era un trozo del barco?

Entonces, el pedazo de madera comenzó a moverse hacia el frente, aunque no había viento ni olas hacia ninguna dirección. Evel buscó qué era lo que lo empujaba y miró a un lado. Había dos manchas negras y largas, eran como peces, pero enormes. Evel se inclinó más y alargó su mano.

Una de las manchas dejó de empujar en aquel momento, saltó hacia arriba, se convirtió en un ave negra, voló hacia y aterrizó frente a Evel en el pequeño trozo de madera. Evel suspiró aliviado en cuanto cambió de forma.

—Creí que... —comenzó y suspiró—. Me alegra que estés bien.

—¿Dormiste bien, Evel? —preguntó Sakradar—. ¿Cómo te encuentras?

Evel abrió y cerró la boca y bajó la mirada para encontrar una respuesta, porque no estaba seguro. Recordaba haber caído al mar, el barco y luego nada... Luego miró al pez que seguía empujando el trozo de madera, cerró los ojos y sacudió la cabeza.

—No entiendo nada... —admitió—. ¿Q-qué pasó?

Sakradar extendió sus alas negras y las agitó salpicando agua por todos lados.

—El barco se hundió —dijo y comenzó a picotearse debajo del ala.

Evel apretó los labios y bajó la mirada. Plegó sus rodillas a su pecho y la tabla se tambaleó. «Todos los de Sarkat debieron morir...». «¡Él está causando todo esto!». Las palabras se repitieron en su mente. Todos ellos estaban muertos ahora. No había podido hacer nada por ellos, pero no sintió remordimiento, no sintió nada. De todas formas, se atrevió a preguntar:

—¿Fue por no controlar bien mi magia? —preguntó Evel sin mirar a Sakradar a los ojos.

Tenía la sensación de qué sabía la respuesta. La pesadilla había sido demasiado intensa, su magia ya estaba extraña desde que los cristales brotaron de sus manos y empeoró con la potestad y todo lo que había sucedido en los días anteriores. Hok se lo había advertido muchas veces antes, la magia era peligrosa y ahora había muerto gente por no saber controlarla...

El mago de la ciudad destruida | Crónicas de Desconocido #0.5 |Donde viven las historias. Descúbrelo ahora