XXIII. La última vez

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"En mi vida, de muchas cosas me arrepiento, pero prefiero olvidar. Me arrepiento de haberme ido, de seguir vivo, de no despedirme de mis maestros y de la tumba de mi padre, de no usar magia después de huir a Osvian. De vivir en un sueño ligero.

Pero si alguna vez olvidó mi hogar, de dónde vengo, en donde nací, lo que ocurrió en mi hogar, no solo estaré arrepentido, sino que me odiaré a mí mismo. ¿Quién se atreve, quién tiene el coraje para olvidar lo que retumbó en su hogar, lo que sacudió sus pies y que borró su vida?

Si he de olvidar a Sarkat, será solo cuando renazca en mi siguiente vida, cuando el mundo ya no esté lleno de fuego ni lleno de sangre. Solo así olvidaré mi hogar, yendo con él, hacia la muerte o cayendo en un sueño profundo." —de las Crónicas de Sarkat, de Hish Urtan.

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Cuando abrió los ojos, se encontraba en una casa de madera oscura, inundada por el olor a pescado y a tomates. Pudo escuchar el murmullo de las olas chocando con las rocas, los silbidos del viento golpeando en la casa, un tintineo ahogado cercano y el tarareo suave de una voz conocida. Además de eso, el lloriqueo apaciguado de un recién nacido.

Pero además de eso, no entendía qué estaba pasando o qué estaba viendo, o cómo había llegado ahí. Necesitaba respuestas, pero al mismo tiempo... quería dormir un rato. Sacudió la cabeza y se incorporó hasta sentarse.

Encontró frente a él una pequeña terraza de madera mojada, rota y oscura, con puertas que se deslizaban y que estaban completamente abiertas. Al frente, se extendía un pequeño jardín donde se veían pequeñas flores pomposas de colores distintos, y arriba había campanas de viento con cascabeles que giraban y se agitaban con el viento. En esa imagen había un hombre sentado en el suelo, tarareando por lo bajo y encorvado.

Al fondo, Evel encontró un mar azul profundo extendiéndose al infinito, y nubes coloreadas en rosa. Evel avanzó despacio hacia él, con pasos lentos para que la madera no crujiera bajo sus pies. Cuando se acercó lo suficiente, encontró un hombre con ojos cansados, grises y piel morena que arrullaba a un niño en sus brazos.

El hombre sonreía, y el niño abrió sus ojos grises, alzó las manos para alcanzar algo y el hombre señaló al jardín frente a él.

—Mira, Nan —dijo y señaló las flores—. Esas las plantó tu mamá para que florecieran en tu cumpleaños...

»¿No son bonitas?

»Plantemos más para ella después.

El niño miró las flores, pero no podía hablar, así que solo rio y su padre lo alzó en el aire. Luego, esa imagen se difuminó antes de que pudiera entender qué estaba sucediendo, antes de poder preguntarle algo a ese hombre y se perdió.

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Escuchó vacío, ruido. Al abrir los ojos por fin, vio azul y peces nadando a su alrededor. Evel abrió la boca y la cerró de inmediato, pero ninguna burbuja había escapado y tampoco sintió el agua entrar a su nariz. Nadó hacia arriba y al estar en la superficie, se percató de que su cabello no estaba mojado, ni su rostro, ni su capa.

A pesar de eso, podía sentir el peso del agua contra su cuerpo, y las olas meciéndolo como una canción de cuna. Frunció el ceño, y buscó a sus alrededores alguna costa, pero en cambio, encontró un pequeño barco de velas. Sin pensarlo, nadó hacia ahí.

El mago de la ciudad destruida | Crónicas de Desconocido #0.5 |Donde viven las historias. Descúbrelo ahora