XIII. A quien aguardó pacientemente

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"En Sarkat había un cuento que los padres solían contar para que los niños se portaran bien. Era sobre Halthorn, la potestad de la podredumbre y de las sombras. Pero no era solo un cuento, él existió y traicionó a nuestra diosa

Era una potestad con mil formas que encontró su castigo al luchar contra catorce sabios en la Torre de Halthorn. Y que se vengó de nuestra diosa y de su encierro al apoyar la muerte de todos los magos de Sarkat en el país.

En los cuentos para niños, los adultos hablaban de evitar cometer malos actos para no terminar como aquella potestad: corrompido, encerrado y con deseos de venganza.

Es bien sabido que las potestades resentidas, en especial aquellas encerradas por milenios no perdonan, buscan venganza, buscan sangre y se alimentan del sufrimiento y del caos. Halthorn esperó por el momento adecuado para salir, para vengarse y regresar al mundo." de las Crónicas de Sarkat, de Hish Urtan

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Su mano seguía sangrando, a pesar de que había cubierto la herida con un pedazo de su capa. Además, la modorra comenzaba a nublar su mente y sus ojos. Sabía que no había forma de salir de ahí luego de golpear la pared de roca en la entrada de la cueva al menos cincuenta veces, y después de gritar por ayuda otras cincuenta. Nadie respondió del otro lado, y la modorra aumentó con cada segundo.

Encender una luz había sido una decisión estúpida, pero necesitaba ver el espejo y comprobar que lo que había sucedido ahí era solo un sueño, que en realidad no había entrado ahí, que no había dejado atrapado a ningún mago. Pero era tonto creer eso... Y tal vez moriría ahí como castigo por ser el único que salió del dominio de Kooristar. Se obligó a mantenerse despierto.

No podía cerrar los ojos, no aún, no hasta encontrar una salida. Tenía que ir a Sighart, quería regresar con Hok, tenía que cumplirle su promesa a Sakradar, pero tenía tanto sueño...

Sabía que, si usaba magia en aquel momento, las cosas podrían terminar peor que cuando rompió los brazaletes, se enfrentó a la potestad en el puerto de Osvian o cuando entró a la torre de magos. No podía arriesgarse de esa manera, mucho menos estando solo, así que solo estaba en el suelo, recargado contra la pared helada de roca y con las piernas plegadas contra su pecho.

Cuando dejó de entrar luz y la cueva se oscureció, el frío comenzó a calar por su espalda y tuvo que alejarse de la roca y se encogió en su lugar. Su estómago rugía, y tenía escalofríos, además de la boca seca.

Tal vez sí iba a morir ahí.

Mirando atrás, era un idiota. ¿Por qué había pensado por un momento que tendría una oportunidad? Sí, había leído muchísimo por su cuenta, pero no sabía muchas cosas. No sabía dominar ciertas magias elementales, y no dominaba ni una sola de las magias avanzadas, y solo conocía pocos sortilegios de cada una. Al final, la rectora tenía razón: solo era un mago sin educación. Incluso si había practicado cómo mejorar su magia con Sliere y Sakradar, eso no era suficiente. Incluso si había logrado hacer algunos sortilegios de improviso, sabía que no podía repetirlos en una situación así. El problema nunca había sido su magia, sino él y su ignorancia.

Había una idea que vagó por su mente en aquel momento, mientras pensaba en lo que le habían dicho de He-Sker-Taín y en su decisión de entrar... Más bien, era una advertencia. Y quizá por la modorra, no sintió como si aquello fuera importante. El tiempo se escurría de sus manos... ¿y si había pasado demasiado tiempo? ¿Y si no quedaba nadie en esa isla que lo fuera a ayudar? ¿Y si no quedaba nadie en el mundo en realidad?

El mago de la ciudad destruida | Crónicas de Desconocido #0.5 |Donde viven las historias. Descúbrelo ahora