VI. Una partida necesaria

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"El día en que el fuego ardió perdí mi hogar cerca del fin del mundo, perdí las eternas sonrisas de mi familia, perdí los brazos amistosos de Midas, Grenh y Hulu.

Perdí todo lo que amaba. Perdí desiertos de arena con cielos de cristal, perdí confines altos en donde las olas chocaban abrazando con su espuma. Perdí mis ganas de vivir y sobre todas las cosas, perdí mi nombre.

Me perdí a mí mismo. " — de las Crónicas de Sarkat, de Hish Urtan

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Las olas se arrastraron en la arena y luego retrocedieron para impactar una roca desgastada por el tiempo, y sobre ella, un hombre sonreía mostrando una hilera de dientes amarillos. El filo plateado de una espada brilló con el sol a la distancia, y el hombre se levantó.

El mar perdió su movimiento en un instante y se convirtió en un espejo, la espuma marina se disolvió con cada paso del hombre. La arena envolvió sus botas, pero no se inmutó, subió por un camino de rocas, y pisó las flores de la abuela justo como había destruido vidas ajenas.

Y Evel despertó parpadeando y con el sudor perlando su rostro, porque esa se había vuelto la rutina de todas las mañanas: un vaivén que le recordaba todo lo que había perdido. Se restregó los ojos para quitarse la modorra y apartó las cobijas.

Ya había pasado una semana desde su incidente en el pueblo, y hasta aquel momento, no había escuchado que algún guardia del exterior fuera a Villa Berbentis a investigar. Sus entrañas se retorcían al pensar que pronto sucedería algo, y todo cambiaría. Estaba viviendo esos días en espera de que el mundo se cayera a pedazos en un instante. Necesitaba tomar una decisión, pero no quería pensar en eso, no todavía, no si al menos podía conservar esos días tranquilos un poco más.

«Solo un poco más...».

Pero lo sabía, no habría un hogar para él, tal vez nunca había existido un lugar al cuál pudiera llamar hogar, al menos no desde que sobrevivió. Pero si eso era cierto, ¿por qué lo habían tratado como si perteneciera ahí? ¿Por qué seguían sonriéndole como un hijo más de Hok en esa casa? ¿Por qué sentía un vacío en el corazón al pensar en dejar la casa de los Berbentis?

—Nunca entendí por qué papá te prefirió —dijo Alek en la entrada de su cuarto.

Evel lo miró, había abierto la puerta sin que él lo notara y ahora estaba recargado en el marco. Aquello le tomó por sorpresa, no solían hablarse ni acercarse en casa. Al final no pudo responder a lo que dijo, era algo que también se había preguntado.

—Vas a causar la ruina de la familia —soltó Alek y entró al cuarto, cerró la puerta detrás de él—. Pero sé que no quieres eso, yo tampoco.

»Te tengo un trato.

Evel frunció el ceño, pero Alek no sonrió un poco a pesar de su confusión. Supo que sus palabras iban en serio, eran más que las bromas crueles de siempre. Quizá era lo más sincero que jamás vería a su hermano frente a él.

—¿Me vas a escuchar?

Evel apretó los labios, a pesar de saber que estaba siendo sincero, todas las palabras tenían un peso en su corazón. Para él, aunque lo intentara, las palabras de Alek estaban cargadas de veneno.

—No lo sé...

—Tienes que irte, Evel —dijo Alek sin tapujos, sin endulzar las cosas, directo, firme y sin dudar.

El mago de la ciudad destruida | Crónicas de Desconocido #0.5 |Donde viven las historias. Descúbrelo ahora