III. Días de verano

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"Todo fue caos. Todo fue oscuridad. Mi hogar fue arrasado en llamas. Fue en un verano seco, el primero de cientos, y perdí mi hogar.

¿Dónde están las estrellas para llorarles? ¿Dónde quedó la diosa y sus templos para pedirles que regresen todo lo que me arrebataron?" — de las Crónicas de Sarkat, de Hish Urtan

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Si pudiera definir a Villa Berbentis con una sola palabra, esa sería tranquila. Era bastante calmado, y los días transcurrían del mismo modo siempre: la tienda de los hermanos de Lara exhibía frascos con mermeladas y confecciones, las panaderías abrían desde temprano e inundaban las calles con su olor y las tiendas mostraban sus hierbas, esencias, frutas, verduras y carne. La gente se detenía a comprar desde muy temprano, a veces solo veían, pero la mayor parte del tiempo se detenían a charlar sobre alguna noticia de Osvian o algún chisme del pueblo.

Realmente vivía poca gente en Berbentis. Era uno de los condados más pequeños en Osvian por lo que la mayoría de la gente se conocía, o al menos se habían visto de reojo. Debido a eso, siempre solía haber pocos guardias, y normalmente eran personas habían crecido ahí.

Evel no sabía qué pensar de Villa Berbentis. Por un lado, siempre le había hecho feliz ir ahí con Hok, por los olores, y los colores; por otro lado, siempre se había sentido alejado de todos. La gente lo miraba, murmuraban a sus espaldas y podía saber que lo juzgaban. Los vendedores más atrevidos le daban excusas para no atenderle e incluso lo ignoraban si iba solo.

Sabía por qué: todos en Berbentis sabían que tenía magia. Jamás lo habían delatado ante el gobierno, ni solían mencionarlo públicamente —quizá por respeto a sir Hok—, pero eso no cambiaba el hecho de cómo lo trataban.

Por eso, siempre que decidía visitar la biblioteca evitaba caminar por las calles principales, y optaba ir por callejones donde sabía que rara vez encontraría gente. Aquel día fue lo mismo de siempre: se escabulló por un callejón antes de que alguien lo viera, y recorrió el camino que había memorizado toda su vida. Luego de andar por un buen rato, salió a la plaza principal.

En el centro, frente al templo, había niños jugando alrededor de la fuente, había varios negocios alrededor de la plaza y a la izquierda de la plaza estaba la entrada a la biblioteca. Evel no lo pensó mucho y se dirigió al pequeño edificio.

La puerta negra con florituras estaba abierta, pero desde ahí no se veía nada. Evel entró y bajó los escalones sin pensarlo mucho. El olor a polvo y a tinta inundó su nariz, y lo primero que vio fue a Issa detrás de un escritorio. Estaba leyendo, y por la forma en la que se concentraba en las letras, parecía que todavía no había notado su presencia.

Evel se paró ahí, y esperó a que ella alzara la cabeza del libro, pero ella siguió leyendo. Se movió un poco para ver el título y encontró: La epopeya de Draimat. Jamás lo había leído, pero sabía que iba de cómo Draimat derrotó al demonio que arrasó con Crysal. La trama no le impresionaba ni le interesaba del todo a pesar de que Mark se lo había recomendado, pero le pareció curioso que a Issa le gustara cuando ella prefería leer no ficción.

Issa siguió un buen rato sin alzar la cabeza, y Evel no supo qué hacer con sus manos ni sus ojos. Miró al techo, miró a Issa una vez más, miró afuera y decidió recargarse en una pared porque no planeaba volver a casa hasta más tarde y tampoco quería aguardar adentro sin que ella supiera que estaba ahí. Miró de nuevo el techo y perdió la mirada ahí.

El mago de la ciudad destruida | Crónicas de Desconocido #0.5 |Donde viven las historias. Descúbrelo ahora