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"Cuando era joven, no sabía apreciar a Sarkat como lo hago ahora. La Gran Cordillera del Rey me parecía la vista más común y aburrida desde los patios del castillo. Los atardeceres color fuego del desierto eran una pintura bonita que podía ser ignorada, y los festivales llenos de luces eran los mismos de siempre.
Cuando salí del país en busca de nuevos cielos, me fui pensando que Sarkat seguiría ahí por una eternidad. Que las risas de la gente mientras jugaban con las potestades, que la magia que podía alzar murallas, que la comida de mi madre estaría ahí incluso después de años, incluso después de siglos, incluso si no volvía nunca.
Siempre estuve equivocado. Después de la guerra, de ver un país destrozado, mi país, no pude evitar preguntarme. ¿Esto es todo? ¿Fue un designio de los dioses del exterior de Sarkat por no alabarlos? Y los que habíamos sobrevivido, ¿tendríamos que cargar con el peso de haber perdido todo lo que siempre estuvo ahí para siempre?
¿Merecíamos perderlo todo? ¿Merecían algunos perder su libertad y jamás volver a ver las montañas y el desierto? ¿Merecían algunos perder su humanidad y volverse cristal, arena? ¿Merecíamos el dolor de mil tumbas y arena?
¿Es que acaso merecimos perder a nuestra diosa y nuestro reino, nuestro hogar?" — de las Crónicas de Sarkat, de Hish Urtan
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Evel miró la franja oscura y delgada que se alcanzaba a distinguir en el horizonte que era Dramaris hasta que dejó de verla entre las olas. El capitán gritó órdenes en setranés, e izaron las dos velas en los mástiles grandes y una triangular en el mástil pequeño cercano a la popa. Con eso, Sakradar se dio la vuelta y Evel lo siguió a su camarote.
Caminó desganado en la cubierta de madera y miró uno a uno a la tripulación de setraneses en sus labores. Era un barco comerciante que viajaba más allá del norte en el continente de Iriak hacia el sur para vender e intercambiar. Habían hecho una parada en Dramaris, por supuesto, porque no solo traían productos del norte, sino que también vendían esclavos.
En aquel momento solo había tres esclavos en cubierta trabajando. Llevaban camisas y pantalones de lino sucias y desgastadas. Y aunque no llevaban cadenas, sus caras lucían como si lo estuvieran. No hablaban ni se quejaban, pero le daban a Evel miradas de desgana.
Evel jamás se hubiera subido en aquella embarcación si otro barco también se dirigiera a Sighart, pero al final Sakradar lo convenció. «No tenemos tiempo. Recuerda a la bruja». Quiso preguntar a qué se refería, pero por el tono y por lo que escuchó antes de huir, se mordió la mejilla y se resignó a escucharlo.
Si tan solo hubiera llegado a tiempo al puerto hubiera viajado con Sliere a Sighart en lugar de tener que pasarla en su camarote todo el día recordando cosas que no deseaba recordar.
Abrió la puerta del camarote. Solo había una cama y su morral. Entraron y Evel cerró la puerta detrás de él.
—Ahora te gusta pasarla mucho aquí —dijo Sakradar y se subió a la cama—. Pensé que no te gustaba estar en un camarote, Evel.
Evel no quiso responder y se echó sobre la cama junto a Sakradar. Realmente odiaba estaba estar encerrado ahí, pero las náuseas le impidieron decir nada. Miró una de las paredes de madera para distraerse. Esperaba que ese viaje no se alargara más después de llegar a Sighart. No quería volver a viajar en barco si era posible.
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El mago de la ciudad destruida | Crónicas de Desconocido #0.5 |
FantasyLa magia es una forma de poder importante, prohibida, y detestable, que solo pocos poseen. Evel Berbentis, un chico adoptado que puede hacer magia, se enfrenta a las consecuencias de su imprudencia al practicarla frente a las personas que la...