VII. El cielo y el mar

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"Todo comenzó con un sueño que no pude sacarme de la cabeza: conocer el mundo y explorarlo. Era el anhelo del corazón de un niño mirando al mar que se volvió en un hecho al crecer.

Me despedí de mi familia un día con un amanecer rosado y les dije adiós a mis amigos, porque sabía que era poco probable que volviera a entrar a Sarkat de la misma forma que me fui. Hubo llantos y bendiciones, subí al barco y agité la mano mientras el mar me mecía a mí y solo a mí. Y todos se despidieron. Sabíamos que sería difícil reencontrarnos, pero jamás supieron que sería la última vez que nos veríamos.

No sabía que sería la última vez que los vería con vida.

El mar me llevó lejos, y pasé por diferentes tripulaciones. Conocí tanta gente que mi corazón pareció llenarse de estrellas, una por cada alma que había brindado conmigo en cada embarcación. Me fui del fin del mundo, de mi hogar para conocer nuevos cielos y ver miles de lugares.

Yo sonreía, pero mi hogar en el fin del mundo me llamaba y me necesitaba, y yo no estaba ahí." —de las Crónicas de Sarkat, de Hish Urtan

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Evel llegó al puerto en el condado de Histra al amanecer. Se había ocultado dentro del carromato lleno de libros y otros bienes que el padre de Issa iba a intercambiar al puerto. Se había ocultado durante todo el trayecto y había tenido cuidado para que el padre de Issa no lo notara, al menos así, si lo interrogaban, estaría bien.

El viaje fue un recorrido solitario solo con sus pensamientos, porque Sakradar se quedó en silencio sobre su hombro todo el trayecto. Durante esos dos días, durmió cuanto pudo para aliviar el dolor de cabeza de la magia, para recuperar un poco de fuerzas, calor y para que sus brazos cicatrizaran de nuevo.

Fue cuando el carromato se detuvo y los primeros de rayos de luz entraron entre los libros y costales a su alrededor que se desperezó, y Sakradar, que jugaba con las correas de su bolsa, le habló:

—Te buscarán pronto, tenemos que irnos ya, Evel.

Evel suspiró y asintió. Luego de asegurarse de que no había nadie alrededor, bajó del carromato. El padre se Issa se había detenido en una pequeña calle frente a una librería, pero no se veía por ningún lado en el asiento del conductor. Cuando estuvo seguro de que nadie lo veía y que él no estaba cerca, Evel se marchó.

—Necesitarás una capa para cubrirte de la lluvia en el mar, Evel —le indicó Sakradar.

Asintió. Había visitado el puerto antes, cuando era mucho menor. Había acompañado a Hok a lidiar con algunos papeles ahí, así que recordaba vagamente en dónde estaba la plaza central de ese lugar. Trató de evitar chocar con los mercaderes llenos de cajas, esquivó a los pescadores con sus cañas a los hombros, e incluso evitó estorbar a la gente que se movía a un ritmo inconstante.

Sin embargo, a varios metros en la multitud que se dirigía hacia él, vio a alguien extraño. Estaba todo vestido de negro, y aunque su cara no estaba cubierta por nada, no logró distinguir ninguna facción en su rostro. Era una cara completamente normal, pero nada destacaba, y al mismo tiempo eso lo hacía destacar. Evel bajó la mirada cuando creyó que sus ojos se encontraron y siguió avanzando hacia el frente. Pero eso no sirvió, pareció provocarlo aún más, porque evitó a los demás transeúntes como si simplemente no estuvieran ahí y se dirigió hacia Evel. Él alzó la mirada y trató de entender sus movimientos. Evel lo miró directo a los ojos para tratar de entender por qué se veía así.

El mago de la ciudad destruida | Crónicas de Desconocido #0.5 |Donde viven las historias. Descúbrelo ahora