XVI. El regreso a casa

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"El luto es una herida que no sana. Es el sentimiento que te provoca ver polvo y arena acumulándose por siempre en tu hogar, en un hogar vacío donde ningún recuerdo volverá, en un lugar donde nada volverá a lo que era antes.

Solo queda avanzar, avanzar y avanzar hasta dejar de sentir, hasta que recordar no sea tan doloroso como vivir sin nadie en el mundo. Hasta olvidar que ya no hay nadie en el mundo a quien llorarle en el hombro.

Hasta que lo único que exista sean tumbas del alma de miles, tumbas del alma de mis sentimientos, tumbas del alma que jamás regresaran lo que arrebataron." —de las Crónicas de Sarkat, de Hish Urtan.

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Evel caminaba cuesta abajo, solo, con pensamientos yendo y viniendo sin parar y a través de un montón de roca oscura con menos nieve que en la cima. Aquel no era un camino que guiara a Sighart, ni a Agroupe, era el camino de quienes abandonaban a la potestad de la montaña luego de perder sus recuerdos.

La potestad le había pedido que bajara por ahí para no regresar a Agroupe, para mantener su reputación —lo que Evel pensaba que era una tontería—, y para no tener que encontrarse con Sakradar... Evel suspiró. No estaba seguro de que aquello fuera una buena idea, y en realidad, ese último motivo no lo había convencido. Sakradar lo había encontrado antes, por lo que no sería difícil para él encontrarlo de nuevo. Librarse de él no sería tan fácil como pensaba la potestad.

Pero Evel no quería librarse de él. Ni siquiera le había hecho algo malo, lo había ayudado durante todos esos meses, lo había esperado, le había salvado la vida muchas veces más, le había enseñado magia y lo había protegido...

Lo único malo que había hecho era el cambio en su magia, pero para él, su magia había sido así toda su vida. Si él lo dejaba, ¿su magia sería diferente? Lo dudaba. Evel sacudió la cabeza y siguió descendiendo con cuidado hasta que el sol cayó por completo.

Alzó su mano y convocó una pequeña luz, luego buscó algunas ramas de arbustos, las juntó y trató de hacer una fogata. Jamás había encendido una, así que primero trató con dos rocas y no pudo. Ni siquiera intentó encenderla con magia y solo se encogió a un lado de ella en la oscuridad. Era un tonto.

«Volveré por fin», pensó y el sentimiento se instaló en su corazón. Su estómago se retorcía. Sabía que nada sería igual, que no podría quedarse. Tenía que enfrentarse a los cargos por usar magia y atacar soldados con ella, tenía que fingir ser un extraño si quería salvar a Hok, a Mark, a Lara y a Alek. Cerró los ojos y plegó sus rodillas a su pecho mientras veía la fogata apagada. Se preguntó si Hok lo desconocería como su hijo cuando eso sucediera, o si le reclamaría y le prohibiría usar magia el resto de su vida. Quería creer que la respuesta era no, pero Evel no sabía que esperar... además, de cierta forma lo merecía.

Al menos Hok sobreviviría y eso era suficiente para él.

El viento sopló helado en su rostro y Evel cerró los ojos.

—Vaya camino que elegiste, Evel —dijo Sakradar.

Los vellos en la nuca de Evel se erizaron. Por supuesto que no se iba a librar de Sakradar tan fácil. Lo sabía. Abrió los ojos y se giró para saludarlo.

—Hola.

—Traje más madera —dijo Sakradar y se sentó a su lado, colocó la madera en la fogata sin encender—. ¿No la encendiste?

El mago de la ciudad destruida | Crónicas de Desconocido #0.5 |Donde viven las historias. Descúbrelo ahora