VIII. La ciudad llena de soledad

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"Hoy todavía me pregunto cómo es que sigo vivo de entre todos los rostros sonrientes y amables que se volvieron arena. ¿Tiene que ver con un designio de los dioses? ¿O simplemente fue una casualidad?

Sin importar lo que sea, sigo pensando que, si no hubiera tomado un barco, decidido a explorar el mundo, a desafiar las costumbres de mi tierra y a conocer el cielo, quizá hubiera llegado a tiempo, quizá no estaría contando esta historia. Sería una viruta más, y no tendría que recordarme día a día que abandoné el hogar que jamás volveré a ver." — de las Crónicas de Sarkat, de Hish Urtan

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Dramaris era una ciudad completamente diferente a Osvian. Mientras que en Osvian, las casas tenían fachadas de color pastel y techos con tejas rojizas o marrones, con ventanas de metal formando florituras y cristales claros o ambarinos; en Dramaris todas las casas estaban pintadas con blanco, con dorado o plateado en los bordes. En general, los edificios típicos y más antiguos no poseían vidrio en las ventanas, y los edificios que sí tenían ventanas de vidrio parecían más osvianos o de los continentes del norte que de Setranyr

La luz del amanecer se reflejaba sobre las cúpulas redondas y blancas que terminaban en filos dorados con rombos o círculos. Las gaviotas volaban cerca y así, esa ciudad parecía sumergida en un eterno atardecer a pesar de que el movimiento apresurado de los mercaderes en el puerto demostraba lo contrario.

La impresión no duró mucho, pues escuchó el grito iracundo de un hombre en otro idioma y vio una hilera de personas vestidas en harapos grises con grilletes en sus pies y cuellos.

También por eso, Dramaris era diferente.

Evel evitó mirar al hombre gritando y pasó de largo siguiendo a Sakradar, que seguía con su forma de perro negro.

Caminó por las calles adoquinadas, esquivando las carretas con comerciantes, e ignorando a otros transeúntes que se detenían para cuchichear detrás de él con mala cara. Él era diferente, lo sabían por su piel, lo sabían por sus ojos, lo sabían por cómo vestía. Tragó saliva y pretendió no saber de qué hablaban mientras limpiaba en sudor de sus manos en su pantalón.

Fue más difícil ignorar a las criaturas oscuras que paseaban por ahí o que estaban sentadas a las orillas de las avenidas. Aunque fingiera no notarlas, sus cabezas se movían al verlo pasar frente a ellos. Lo extraño sucedió cuando vio algunas criaturas blancas sobre las cabezas de algunos mercaderes, o sobre las cúpulas de algunos edificios. Incluso vio a una con forma humana, de piel tan blanca y ojos completamente oscuros que caminaba en círculos en una calle.

—No te alejes, Evel —dijo Sakradar, se relamió los labios de perro.

Evel escuchó algo cortar el aire, y luego un estruendo y su corazón se detuvo, miró de soslayo atrás de él y vio como la multitud se apartaban del centro. Evel dio un paso atrás y volvió a escuchar aquel sonido como relámpago y el grito enfurecido de un hombre. Una carreta jalada por hombres en harapos y con cadenas en el cuello avanzó lentamente en el centro de la avenida. Un hombre vestido en telas finas iba sentado sobre la carreta y sostenía un látigo en la mano.

Evel sintió un escalofrío en su espalda y una vieja marca pareció arder como en antaño en su espalda baja. Apartó la vista cuando los seis esclavos caminaron frente a él. El hombre bien vestido frunció el ceño, levantó su mano y golpeó a los esclavos más cercanos. Las ropas se habían desgarrado y a pesar de las espaldas ensangrentadas de los esclavos, ellos seguían avanzando, el hombre seguía golpeado y nadie se acercaba a ayudar.

El mago de la ciudad destruida | Crónicas de Desconocido #0.5 |Donde viven las historias. Descúbrelo ahora