XIV. La ciudad en las alturas

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"Mamá comenzó a contarme cuentos desde que la tumba de mi padre se erigió en el desierto. Habló sobre cuentos tan antiguos que parecían más sueños que historia.

Uno de los cuentos era sobre los pequeños seres que siempre volaban a nuestro alrededor: las potestades. Ella decía que la misma sangre y magia corría en nuestras venas. Pero eso no cambió lo que sentía por ellas, para mí siempre habían sido sombras difusas, fantasmas en el rabillo de mi ojo y nunca traté de acercarme a ellas.

Alguna vez, antes de marcharse al ejército, le pregunté si ella podía verlos. Ella solo sonrió y dijo: «Los veas o no, ellos están ahí para ti y estarán ahí siempre buscando tu magia y tú buscando la suya. Seguirán a los magos de Sarkat por siempre, hasta que no quedé ninguno».

Si mi madre no hubiera muerto tan joven, lloraría al escuchar la historia que escribo en este momento, la que no pude vivir, pero que escuché. Creo que lloraría al saber que el último de Sarkat no puede ver ni escuchar a las potestades como los demás, y que ellas nos abandonaron en el momento más importante.

Ella lloraría, se enjugaría las lágrimas y diría: «Ellas trataron de ayudar, ellas te acompañarán hasta que respires tu último aliento». Y me abrazaría." —de las Crónicas de Sarkat, de Hish Urtan

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Tocaron tierra en Mosit, al este de Sighart en el Golfo del Sur, en una tierra donde la niebla no permitía ver más allá de sombras de rocas en el agua, y la luz de un farol perforaba en la distancia. Y después de días de navegar y solo comer pescado quemado por Sakradar, pisar tierra, aunque fuera helada, fue un alivio para Evel.

Después de pasar la mañana en la ciudad portuaria, partieron a mediodía hacia Agroupe, el único pueblo cercano a dónde se encontraba la potestad que Kooristar había mencionado.

Evel no llevaba muchas cosas consigo, más que un abrigo y unos guantes —que Sakradar había conseguido de quién sabía dónde cuando la niebla todavía cubría la costa—, y alimento que había conseguido al vender el barco de Sakradar. El frío, a pesar de todo, seguía calándole en los huesos conforme más se adentraban al bosque y conforme subían las pendientes a la montaña.

Caminaron en silencio, Sakradar al frente guiando y Evel atrás, tratando de seguirle el paso y de dejar atrás a las pequeñas potestades que se colgaban de su capa.

—Sarkat —susurraron las potestades a su alrededor.

Evel ignoró aquello, y las quitó sacudiendo su capa. Y con la respiración entrecortada mientras subían una pendiente inclinada le preguntó a Sakradar cuánto faltaba.

—Una hora para encontrar el camino si seguimos en este ritmo —dijo Sakradar mientras alzaba una rama para pasar—. Tres o cuatro para llegar al pueblo si te apuras, Evel.

Evel soltó un largo suspiro y dio unas zancadas para alcanzar a Sakradar, y cuando lo hizo, él lo inspeccionó de arriba abajo.

—¿Qué? —preguntó Evel.

—Estás diferente.

Evel tragó saliva y siguió avanzando. No era la primera vez que Sakradar comenzaba esa misma conversación de una manera similar. Lo había hecho cuando le explicó algunos principios y cómo manejar su magia... Tampoco era la primera vez que Evel no respondía.

El mago de la ciudad destruida | Crónicas de Desconocido #0.5 |Donde viven las historias. Descúbrelo ahora