Capítulo 20.

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—¡Darren ya está aquí! —se escuchó el grito de Natalie provenir de la sala.

Así había transcurrido las cuatro semanas siguientes, conformando el mes. Sin quererlo me había adaptado a una rutina. Desde el día en que mi coche se averió a medio camino del trabajo, Darren había estado llevando y trayéndome por propia voluntad. Pese a haberme negado reiteradamente, él había estado insistiendo con aventarme todas las veces que necesitara. No lo podía negar y es que, en ese mes, nuestra relación se había convertido en más que algo laboral.

Ahora éramos definitivamente amigos.

Siempre estaba al pendiente de mí, siempre invitándome a almorzar o a pasar la tarde. No podía mentir, me sentía a gusto teniendo a alguien –a parte de mi prima– con quien conversar y distenderme. Darren era un muy buen confidente, por supuesto no hablaba con él acerca de mis emociones por Harry, porque estaba eso de que eran buenos amigos (algo que extrañamente no me incomodaba), pero sí que hablaba acerca de mis aspiraciones a futuro y otras cosas de la vida.  

Ya no era incómodo estar a su alrededor, era algo típico. Y lo mejor es que pese a haber hecho más de una insinuación, como siempre, Natalie lo había aceptado sin problemas.

Como dije, ya se había hecho para la mayoría algo típico verlo cerca de mí.

—Un minuto —anuncié desde mi cuarto mientras me daba los últimos retoques antes de emprender una nueva jornada de trabajo.

Increíblemente ya casi se cumplían dos meses de mi estancia tanto en la empresa, como en Nueva York. Natalie había estado insistiendo en hacer algo para festejarlo pero no encontraba la necesidad. A ella siempre le encantaba vivir de fiesta. Podría decirse que todo parecía estar nuevamente en su lugar pero... no, simplemente no podía engañarme creyendo que mis sentimientos por Harry habían desaparecido tras su explícito rechazo. Así que no todo estaba en su lugar.

Esos sentimientos... por más que intentara eludirlos, seguían allí y allí estarían por un tiempo. Renacerían cuando lo miraba, esas sensaciones propias  que padecía –que se me acelerara el corazón o se me erizara la piel– sólo ocurrían cuando estaba cerca de él. Y aunque eso había sucedido muy pocas veces en el último mes, había sucedido al fin y al cabo. Tan sólo verlo servía para recordarme que mis sentimientos seguían allí intactos, pero vivos, y que prevalecerían con la intención de torturarme continuamente.

Y sí, parecía que a mi estúpido corazón le costaba entender que él no era para mí, y jamás lo sería. 

—¿Lista? —preguntó Darren en cuanto me aparecí por la sala. Él estaba parado cerca de la puerta y jugueteaba con las llaves de su coche.

—Completamente —tomé mi bolso de arriba del sillón y me lo colgué al hombro.

—Vamos, entonces.

Asentí, pero antes me volví en dirección a Natalie.

—Hoy salgo más tarde, regresaré para cenar.

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