Capítulo 9.

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Mi mente se dio cuenta de cuán incorrecto era aquello y por más que lo había estado evitando no podía pasarlo por alto. Aquello no era parte de mi personalidad, no era así en absoluto... la culpabilidad comenzó a carcomerme al punto de lograr que mis labios abandonaran –con pésame– los de Harry.

 

Bajé la mirada para evitar la de él, me sentía avergonzada conmigo misma pese a que no había sido yo quien había comenzado el beso, porque lo había anhelado.

 

—Sam —habló con una voz más ronca que lo habitual pero pronunciando mi nombre lentamente.

 

No, no quiera escucharlo porque sabía perfectamente qué iba a decir. Diría lo que dicen ellos siempre en esos casos, que fue un error, que nadie debe de enterarse, que no sintió nada. Negué lentamente con la cabeza.

 

—Y-yo no —comencé, mas no sabía qué decir exactamente ni cómo finalizar aquella frase, así que hice lo más cobarde que pude haber hecho, avanzar unos pasos más adelante y detener el primer taxi que pasó.

 

—¡Samantha! —el grito de Harry se escuchó a mis espaldas en cuanto el taxi frenó contra la acerca, y en cuanto me incliné para abrir la puerta del copiloto.

Antes de subirme, le lancé una rápida mirada sobre mi hombro, se mantenía estático sobre la acerca mirándome con pesar e incertidumbre. Sentí que se me nublaba la vista al momento que mis ojos se cargaron de lágrimas, así que rápidamente dejé caer mi cuerpo sobre el asiento apresurándome a darle al chofer la dirección de mi apartamento, quien sin aguardar más tiempo se adentró en el tráfico nocturno de Nueva York.

 

Sin poder evitarlo más, las lágrimas descendieron de mis ojos humedeciendo mis mejillas, mi cabeza no podía deshacerse del recuerdo de Harry sobre la acera, totalmente desorientado y vulnerable.

 

Dejé caer mi cabeza sobre el asiento y cerré mis ojos, ¿qué iba a hacer ahora?

 

+++

 

Me había costado conciliar el sueño, tal vez porque el recuerdo del beso con Harry persistía con fuerza en mi cabeza o tal vez porque me sentía culpable por lo que había hecho, y por haber dejado a Harry confundido sobre la acera luego de haber escapado a los hechos como una cobarde. Cualquiera fuera la razón, me servían de excusa para permanecer sobre mi colchón, arrollada bajo el edredón, todo el domingo.

 

La luz que irradiaba los rayos del sol a esa hora del mediodía me cegaron momentáneamente cuando sin previo aviso y sin tocar, Natalie se adentró en mi habitación y corrió abruptamente sus cortinas. Gemí y me di vuelta sobre la cama, cubriéndome el rostro con las sabanas. Sin verla podía asegurar que permanecía parada a mis espaldas, con los brazos en jarra y lanzándome una mirada inquisitiva.

 

—¿Me vas a decir qué demonios pasa contigo, Samantha? —preguntó, sentí sus pasos resonar sobre la cerámica del suelo, avanzando hacia mí.

Mi mano se aferró al edredón y tiré de él más sobre mi cabeza, gruñendo y dándole a entender que no tenía ni una pizca de gana de darle explicaciones sobre mi situación. Me mantuve callada, se escuchó únicamente su suspiro.

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