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Las llamadas de Yuuri se volvieron constantes. No transcurría un solo día en el que no conversaran a través de Skype, conversaciones que muchas veces eran insignificantes y llenas de datos inútiles, pero que estaban cargadas de los más puros sentimientos. No existían los silencios incómodos, y siempre hallaban la manera de continuar conversando a pesar de todo. Yuri siempre comentaba sus avances en la rehabilitación de la marcha, y Yuuri lucía feliz de saber que pronto volvería a caminar.

Pronto, sus «te extraño» y «quiero verte» se tornaron comunes. Yuuri siempre lucía feliz a pesar de todo, y cuando por primera vez dejó escapar un «Te quiero», él notó que todos esos sentimientos que tenía guardados por él volvían a florecer con intensidad. Se suponía que ya no tenía esperanzas, que éstas habían muerto mucho tiempo atrás, pero incluso así... No se vio a sí mismo capaz de responder, solo sonrió y asintió en señal de comprensión antes de cortar la llamada.

—No sientas nada por él —se decía con los ojos cerrados—. Él no te quiere de esa forma, sino como un amigo. Compréndelo.

Pero la memoria de esas palabras persistía fresca e intensa.

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El tiempo continuó transcurriendo, y cuando menos lo imaginó, llegó su cumpleaños.

Yakov y Lilia, en compañía de su abuelo y personas contra las cuales había competido en la pista, organizaron una fiesta en el centro de rehabilitación. Recibió incontables felicitaciones, así como regalos y palabras de ánimo, y él aceptó todo. Él esperaba, sin embargo, la llamada de Yuuri, y eso lo distrajo de disfrutar la fiesta por completo.

Pero la llamada jamás llegó, y una sonrisa decepcionada se apropió de sus labios.

No obstante, mientras los presentes comenzaban a marcharse, una figura agitada ingresó, apoyándose en sus propias rodillas mientras intentaba recobrar el aire perdido en la alocada maratón en la que se vio inmerso.

Era Yuuri.

Los ojos de Yuri se abrieron como platos, y sintió la garganta seca. La ausencia de palabras pronto lo obligó a adoptar una expresión pasmada, y se percató de que en su pecho unos estallidos de emociones se apropiaban de cualquier sentimiento que pudiese tener en esos instantes, y nublaban su uso de razón.

—¡Yurio! —el recién llegado acortó las distancias, y se fundió con él en un cálido abrazo.

—¿C-Cerdito...? —el mencionado aún no abandonaba la consternación de la que era presa—. ¿Cómo...? ¿Por qué?

Yuuri se apartó viéndolo con una de sus mejores sonrisas.

—¿Creíste que me perdería de tu cumpleaños? —inquirió visiblemente animado—. Darte las felicitaciones por Skype... no se me antojaba del todo correcto. Necesitaba hacerlo personalmente. Aunque... —su voz se tornó nerviosa—, mi vuelo se retrasó y por eso no pude llegar a tiempo.

Yuri entreabrió la boca, desprovista de palabras, y notó la aceleración de su corazón. No, no.

No quería llenarse de falsas esperanzas.

—¿Y Viktor? —cuestionó intentando sonar indiferente.

La expresión de Yuuri se nubló un poco, y evitó verlo a los ojos cuando respondió.

—Es el coach de un nuevo patinador canadiense, y no ha tenido tiempo para venir —afirmó.

Yuri extendió el brazo y sujetó el de Yuuri.

—¿Estás bien?

Yuuri asintió con la cabeza, y abandonó la habitación tras apartarse, aunque poco después retornó con un paquete cuidadosamente envuelto, el cual depositó sobre las rodillas de Yuri.

—¡Feliz cumpleaños! ¡Ya tienes veintiún! Me cuesta creer que ese niño vándalo eras tú.

Yuri elaboró un mohín en señal de protesta, pero no comentó nada al respecto. Se limitó a abrir el obsequio, y notó que sus ojos se aguaron al contemplar un nuevo par de patines. Elevó la mirada, y clavó los ojos sobre los de Yuuri, quien sonrió con timidez.

—Quiero volver a verte patinar —dijo—. Prométeme que lo intentarás a toda costa.

Yuri asintió con la cabeza, y abrazó los patines con los ojos cerrados para que las lágrimas no fluyeran.

—Es una promesa, cerdito —aseguró con la voz temblorosa—. Lo haré. Definitivamente regresaré.

Yuuri acabó con la distancia entre los dos y apoyó la frente sobre la de Yuri, permitiendo que las miradas de los dos estuvieran fijas sobre la otra. Yuri sintió que el aire se acababa ante esa cercanía, pero permaneció en el más puro silencio, observando esos brillantes ojos castaños e intentando descifrar lo que se ocultaba tras ellos.

Así, sumidos en su propio mundo y sin que nadie los molestara, permanecieron estáticos, diciéndose cosas en silencio, y exponiendo los sentimientos que guardaban en sus pechos sin la necesidad de palabras.

Promesa de conquistaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora