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El juicio continuó ocupando su tiempo durante las mañanas, así que la oportunidad para conversar con Yuuri se esfumaba entre sus dedos. Estaba cansado. Odiaba todo ese asunto de las leyes, pues quedarse sentado sin hacer nada mientras otras personas discutían de mil formas distintas para llegar a una simple sentencia era lo más aburrido que jamás hubiera podido imaginar. Además, no sentía rencor hacia el sujeto que lo había dejado en ese estado: De alguna manera comprendía que también había tenido algo de culpa al no ser más cuidadoso en su andar. Pero el ser humano era así: Siempre buscaba un culpable al que apuntar el dedo.

Quería conversar con Yuuri, aunque otra parte de sí mismo se resistía. Sabía que Yuuri no relataba nada acerca de su vida amorosa, era discreto respecto a ese asunto —que no hubiera dicho nada acerca de su divorcio lo probaba—, mas temía mucho descubrir un día que estaba en compañía de alguien más. De solo pensarlo, su pecho dolía. No podría soportar la idea de haber perdido frente a otra persona (Viktor estaba fuera de cuestión, pues era el maldito Viktor Nikiforov, el sujeto por el que todo el mundo perdía la cabeza).

Pero debía enfrentar la realidad tarde o temprano y, además, ¿Qué no se había prometido dejar de ser egoísta? Estúpido Yuri Plisetsky, pon los pies sobre la tierra de una vez, cabeza hueca... No querrás perder de nuevo a Yuuri por culpa de tu idiotez cuando ya haz logrado estrechar lazos con él como amigos cercanos.

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Por fortuna, el juicio acabó en el transcurso de las siguientes semanas, y aunque hallaron culpable al conductor del automóvil, solo lo obligaron a pagar un monto descomunal, además de horas de servicios sociales, en lugar de ir a la cárcel. Yakov y Lilia estaban sumamente indignados, pues consideraban injusto que el culpable no fuera encerrado tras haber dañado a un patinador profesional, pero Yuri simplemente estaba feliz de que ese asunto hubiera acabado de una vez por todas, así podría volver a conversar con Yuuri.

Al día siguiente, volvió a conectarse a Skype desde temprano en la mañana, esperando con paciencia a la llamada de Yuuri al tiempo que desayunaba. Por fortuna, no necesitó esperar demasiado, pues al parecer no era el único impaciente que necesitaba oír su voz, y ver su rostro aunque fuese frente a una pantalla.

Tras el saludo, evitaron tocar el tema de su última conversación, y así estaba bien, pensaba Yuri, pues de ese modo no se sentirían incómodos. Yuuri aseguró que retornaría a Japón en unos meses, pero que antes necesitaba finalizar algunos asuntos que lo mantenían en Canadá, no eran graves, pero prefería librarse por completo de ellos. Yuri se sintió consternado.

—¿Y qué hay de la persona que te gusta? —cuestionó—. ¿No vive en Canadá?

Yuuri se mostró estupefacto, aunque de igual forma sus mejillas se tornaron rojizas.

—¡No, no! ¡Él no es de este continente! —exclamó agitando las manos de forma negativa y, tras una pequeña pausa, y bajando la vista, añadió—: Vive... en Rusia.

—¿Rus...? —sus ojos se abrieron, su corazón se aceleró. No quería ser un iluso, por supuesto que no lo deseaba—. Espera, ¿Cómo es la persona que te gusta?

— ¿P-Por qué deseas saberlo? —balbuceó Yuuri desde el otro lado de la pantalla, abochornado y nervioso.

—¡Solo dime!

—B-bueno... Es alto —Yuuri evitó contemplar a la cámara, aunque de igual forma se apreciaban sus mejillas y orejas tan rojas como el pétalo de una rosa—, es muy guapo, y huele bien. Tiene un gusto de la moda un poco extraño, pero me gusta como viste. La mayoría del tiempo se comporta como un niño caprichoso, pero eso es solo una apariencia: En realidad es gentil, talentoso, y tiene una sonrisa muy bella, y yo... ¡Yurio! ¡No me hagas continuar, por favor! Qué vergüenza.

Yuri sintió un estallido de fuegos artificiales en su interior. Se llevó una mano al rostro para cubrir su creciente sonrojo (Estaba abochornado con la idea de demostrar que estaba abochornado), y las mariposas una vez más invadieron su estómago revoloteando furiosas.

—Cerdito, dime la verdad: Estás hablando de mí, ¿Verdad?

Contempló que Yuuri casi perdía el equilibrio, pero no miró a la cámara cuando admitió por lo bajo:

—A-Así es...

—Dime en dónde vives, ahora.

—¡¿Eh?!

—¡No preguntes nada! ¡Solo hazlo!

Yuuri balbuceó una dirección, y Yuri se la anotó mentalmente.

—Espera, ¿Qué piensas hacer? —inquirió un Yuuri nervioso y confuso.

—Ya lo verás. Nos vemos luego —con una última sonrisa, cortó la llamada.

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Esa misma mañana preparó el equipaje rumbo a Canadá.

—¿Qué se supone que haces? —cuestionó Yakov al notar que introducía ropa a gran velocidad en el interior de una maleta.

—¿No es obvio? —replicó Yuri sin prestarle mucha atención.

—Yuri... Todavía no te has recuperado por completo, ¡Así que te prohíbo que cometas alguna locura! Tu abuelo no me lo perdonaría jamás.

Yuri detuvo su labor por unos instantes, y arqueó una ceja.

—Intenta detenerme, si es que puedes.

—Yuratchka...

—Estaré bien, es una promesa —aseguró no dejándose intimidar, y prosiguiendo con su labor—. Pero es urgente que vaya ahora mismo.

—¿Y a dónde se supone que irás? —inquirió Yakov, claramente impaciente.

—Canadá. Alguien allí me espera (O quizás no).

—No me digas que...

—Bueno, bueno —Yuri lo vio con las manos sobre las caderas— ¿Qué haces ahí de pie? ¿Intentarás detenerme? ¿Atarme de brazos y encerrarme con llave?

—Primero Viktor, y ahora tú... —Yakov suspiró con pesadez—. Uno solo hace lo que puede, pero este par de tercos se comportan peor que un niño de cinco años y me dejan todo el trabajo a mí —Yuri ladeó la cabeza sin comprender sus palabras—. Está bien, te permitiré ir, pero con una condición: Yo iré contigo.

Yuri sonrió.

—Entonces ven a ayudarme con esto.

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Cuando llegaron a Ottawa, era de tarde. El clima era radiante, pues se encontraban en pleno verano, y Yuri deseó haber llevado puesto algo más ligero. Avanzó fuera del aeropuerto con el fin de tomar un taxi que lo llevara a su destino, pero entonces se sorprendió al ver a una figura esperándolo allí, alguien a quien conocía de sobra: Katsuki Yuuri.

—¡Yurio! —exclamó y corrió hacia él.

—¿Eh? ¿Tazón de cerdo? ¿Pero qué haces aquí? ¿Cómo...?—Yuri no ocultó su perplejidad en lo más mínimo.

—Yo lo llamé —informó Yakov mientras ajustaba el ala de su sombrero.

Yuri pestañeó sin salir de la consternación.

Al acabarse la distancia entre los dos, Yuuri lo abrazó con lágrimas en los ojos.

—Bienvenido.

Yuri no pudo resistirse más. Había estado guardando esos sentimientos por demasiado tiempo y, al decir verdad, ya estaba harto, así que se acercó al rostro contrario y lo besó. Acostumbrado como estaba al rechazo, creyó que recibiría un empujón, sin embargo, esa vez Yuuri rodeó su cuello con ambos brazos y correspondió al beso sin importar que estuvieran siendo vistos por un millar de ojos, sin importar nada más en el mundo más que ellos dos, y sus corazones latiendo con furia.

Promesa de conquistaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora