24-Mercy y Séneca. Visitas

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La ropa de dormir terminó en el suelo, se lavó la cara, y se preparó para salir a correr

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La ropa de dormir terminó en el suelo, se lavó la cara, y se preparó para salir a correr. Después de sus acostumbrados cuarenta minutos de ejercicio regresó para cocinar el desayuno y... como siempre el Divino seguía dormido.

De hecho pasado un rato se despertó, de hecho ya habían desayunado y de hecho, Makishima le preparó un almuerzo que, le recordó por enésima vez, guardó en el microondas.

–Saldré por unas horas –informó Edgar–, volveré para la cena. Traeré mucha carne deliciosa.

–Vale –bocabajo en el futón levantó una mano para despedirlo. Sentándose pasados unos segundos, le llamó la atención su atuendo–. Seguiré aquí cuando vuelvas, pero dormido –antes de despedirse agregó–. Te ves diferente –apartó la mirada

– ¿Diferente mal?–. Pero Gabriel no le respondió.

–Que te vaya bien.

–Gracias, entonces me voy –cerró la puerta mientras suspiraba pesadamente.

Algo le cosquillea en la nuca al pensar dejar solo al Divino, pero lo olvidó cuando pasados treinta minutos de profunda reflexión se encontró cerca del orfanato. Los paisajes que le había brindado alejarse de su pequeña ciudad eran esclarecedores. El viaje en shinkansen se le pasó en un suspiro, observando con admiración el cambio entre ciudad y campo.

Caminó por las calles que conocía de memoria, le confortaba pasearse y rodearse de naturaleza, recordando con nostalgia su infancia; escuchando los pájaros cantando alrededor. Dirigió su rumbo al convento que hacía de orfanato. Observaba las pequeñas casas que cambiaban casi nada cada año y que eran tan similares a cuando era solo un niño.

Ya frente al orfanato pudo notar que habían reemplazado la puerta, la anterior era de madera antigua con figuras talladas, el madero café fue sustituido por madera blanca; el picaporte, era de latón antiguo. Quedaba bien para la fachada.

–Recuerdo cuando solo eras un bebé, un hermoso y regordete bebé –al entrar, le recibió una de las monjas que más le habían mimado, Kaory–. Mírate ahora, un adulto trabajador y delgado; y no sé, pero te veo un poco diferente –su forma de ser era la representación de la maternidad perfecta–. ¿Más maduro?, se podría decir. Aunque me parece más que te encuentras enamorado –sonrió cómplice–. ¿Quién es la afortunada? –sus ojos oscuros brillaban interesados, era una mujer delgada y un poco más pequeña que su visitante. Quien, confundido por su transparencia ante la monja, tuvo que resignarse a contar una pequeña versión tergiversada de su persona ideal. Bastante cambiada cabe recalcar.

–No la conoces –hizo un esfuerzo por comenzar restándole importancia, pero cuando pensaba en describir a Yuusuke, por su mente se atravesó la vista de otra persona y casi sin darse cuenta, la describió–. Es un poco más alta que yo, competitiva, no sabe cocinar y cuando lo intenta no trae nada bueno, tiene el cabello de un blanco muy puro, sus ojos son color chocolate con quedes dorados y tiene un temperamento del infierno –el último adjetivo tuvo por lo bajo un quedo entre broma e incomodidad.

Ashes [Hijos Divinos] |•COMPLETADonde viven las historias. Descúbrelo ahora