veintiuno | milkshakes.

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Keith era tardado en agarrar la corriente cuando un cambio sucedía en su vida, por mas pequeño que fuese. Le gustaba su zona de confort, e incluso cuando los riesgos no eran lo peor en su vida, prefería evitarlos, porque tenía la mala costumbre de tomar malas decisiones en momentos apresurados. Pero después de que su figura paterna hubiese desaparecido y una serie de muchos cambios se presentaran en su vida, Keith estaba tomando las riendas de si mismo a la mejor manera que le resultaba.

Lo primordial, la casa de Shiro le brindaba un lugar cálido con buenos recuerdos y era acogedor, la gente ahí le quería y Keith lo hacia también. Casi, casi podía ver un futuro positivo para su vida cuando aquellos tres personajes que le aceptaron con los brazos abiertos se encontraban con él. La escuela había sido aburrida y tediosa, pero después de una semana sentándose en la mesa de Pidge, Keith comenzó a adaptarse mejor. Y el trabajo era trabajo, pesado, aburrido y a veces, estresante. Pero Keith lo amaba, al menos, amaba el efecto que hacia en él.

Coran era fácil de agradar, siempre ofreciéndole una mano y preocupándose porque el pelinegro no trabajara de mas y no se desenfocara en sus estudios tampoco. Y Allura había tenido razón, ella iba a Altean Palace con bastante regularidad. Y ella era amable, generosa y una buena persona con la cual charlas de temas triviales y a veces, mas profundos que otros, eran bien aceptados. A Keith le agradaba, sí. Y mucho. Así que él no era un adolescente mas quejándose de su trabajo, cada día iba ahí y daba su mejor intento y esfuerzo. Y aquel viernes no sería la excepción.

Keith estaba de espaldas hacia la caja registradora cuando escuchó aquella campanita resonar muy típica en las tiendas para avisar que alguien acababa de entrar. El pelinegro se volteó con aquella sonrisa que tenía que poner y comenzó su habitual discurso.

"Buenas tardes, bienvenido a Altean Palace, hogar de las mejor malteadas en el universo" Sí, Keith también creía que era exagerado, pero Coran tenía fe en su propia creación. "¿Qué desea ordenar?".

La señora frente a él miró al menú arriba de ambos con una cara pensadora mientras una mano descansaba inconscientemente en su barbilla, un gesto que Keith comenzaba acostumbrarse a ver.

"Uh... quizás un licuado". Dijo la mujer no muy segura de si misma. Keith había tenido problemas al inicio con la gente tardando en ordenar lo que llevarían, la paciencia no era su punto fuerte. Pero él estaba intentando ser mejor en eso. "Sí, sí. Un licuado de fresas y almendras, por favor".

"Seguro, ¿chico, mediano o grande?".

"Mediano".

"Sería un dolar con noventa y nueve centavos" Dijo él mientras el ticket se imprimía. La mujer buscó entre su bolso y pagó por su pedido. "En un momento está". Keith se volvió hacia atrás donde la licuadora estaba y comenzó a preparar dicho licuado al tiempo que escuchaba la puerta abrirse una vez mas.

Keith se volteó inconscientemente hacia atrás para dar una mirada rápida y descubrir quienes eran los nuevos clientes, pero él tuvo que voltearse dos veces para comprobar lo que había visto, la segunda vez con el ceño fruncido y mas brusco, llevándose una mirada extraña de parte de la señora esperando por su licuado.

Hunk, Pidge y Lance se encontraban detrás de la caja registradora mirándose tan inocentes como era posible, centrados en una conversación intima y propia de ellos. Keith se volvió rápidamente hacia la licuadora y terminó lo mas rápido posible de hacer el licuado. Lo sirvió en el vaso con el tamaño que se había pedido y se volvió al frente con aquella sonrisa que aun si tenía que hacerla con cualquier cliente, seguía sintiéndose rara en su rostro.

"Aquí tiene" Anunció Keith en un intento de sonar casual y no nervioso.

"Gracias, ¿no tiene servilletas?" Sí, sí tenía. El pelinegro había olvidado darle un par. Tomo algunas y las tendió a la mujer.

Is it hate or love? | KLANCEDonde viven las historias. Descúbrelo ahora