11. Nomeolvides

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     El incomparable olor a tierra mojada se escabullía hacia las fosas nasales de Elena, quien se dirigía al Hospital Saint Thomas.

     La lluvia comenzaba a cubrir nuevamente a Londres. Noviembre llegaba a su fin y la mayoría de las hojas ya habían abandonado su lugar en los árboles para que estos fuesen arropados por la venidera nieve en algunas semanas.

     Después de haber recibido la fotografía de Trenton golpeado en el piso, un ataque de ansiedad había atrapado su sistema. Temió por la vida del muchacho, pero se relajó cuando recibió una llamada de parte de Meghan, la cual le comentó lo que William le había dicho: Trenton había sido brutalmente golpeado, su teléfono y dinero habían sido robados y le habían internado en el Hospital Saint Thomas hasta que estuviese mejor.

     Cuando Anne volvió junto con Andrew de la peluquería, Elena no lo dudo ni un segundo para decirle a su mamá que la llevase al hospital lo más pronto posible. Debía asegurarse de que el pelirrojo estuviese fuera de peligro.

     Ahora se encontraba en el asiento del copiloto, mirando por la ventana. Dust in the Wind sonaba desde la radio, una canción que en lo personal la hacía sentir muy melancólica. Desde que había subido al auto no compartió palabra alguna con Anne. Decidió ahorrarse algunos detalles con respecto a lo sucedido con Trenton o la fotografía, y solo le preguntó si podía llevarla al hospital a visitar a un amigo que había sido golpeado; a lo que Anne con indignación contestó «sí». Incluso le había entregado un pequeño ramo de nomeolvides azules que había traído un día anterior de su floristería, ya que, según su madre, siempre era bueno llevar flores a los enfermos.

     —Para ser muy parlanchina estás algo callada hoy, ¿es por lo de tu amigo? —preguntó Anne con suavidad. Elena asintió—. No me has contado como estuvieron las cosas anoche, ¿todo bien?

     —Sí... Todo normal.

     —Estás muy distraída. Por lo general no eres así.

     —Lo siento, mamá —susurró su hija.

     Anne no quiso insistir en sacarle información a Elena en esa conversación. Ella entendía como podían llegar a ser los jóvenes a la edad de su hija. La adolescencia no era una etapa nada fácil, la mayoría de los jóvenes de entre doce y dieciocho años pasaban por muchas situaciones, teniendo que verse sujetos a cambios algo desagradables; sus hormonas comenzaban a surgir, y muchos sentimientos empezaban a chocar; alegría, furia, tristeza, miedo... depresión. Comprendía lo difícil que era la pubertad en estas épocas, la sociedad podía ser muy estricta, y si no hacían las cosas bien les veían como una simple máquina descompuesta y eso era un completo error. Para ella el viejo dicho: «cada cabeza es un mundo», no valía —al menos no con los jóvenes—... Para Anne McFly, cada cabeza de cada adolescente habido y por haber, era un universo.

     Y si su hija estaba deprimida lo mejor sería dejarla desahogarse por un par de días, cuando llegase el momento indicado hablaría con ella, y pediría explicaciones, pero lo mejor que podía hacer ahora era dejarla quieta.

• • •

     Cuando Elena bajó del auto de su madre todo su cuerpo se estremeció. Odiaba los hospitales y hacía unos cinco o cuatro años que no había tenido la necesidad de visitar uno. No estaba cómoda.

     Del lugar salían y entraban unas que otras personas, por unos segundos se quedó observando a un niño calvo que sacaban en silla de rueda, mujeres en trajes blancos iban y venían por los pasillos, y todo el movimiento que en la planta baja había solo provocaba un poco más de ansiedad en ella. Con paso lento caminó a la recepción en donde fue amablemente atendida por una enfermera de al menos cuarenta años. Ella se había ofrecido a llevarla a la habitación del pelirrojo, ya que por azares del destino era ella quien lo cuidaba. Le explicó su estado de salud y el modo tan crítico en que había ingresado al hospital.

DEREK © #1 [✓]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora