22. A merced del diablo

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     Derek jadeaba sobre la gran cama matrimonial en donde aún permanecí recostado mientras observaba a la joven que tenía a su lado, la cual le daba la espalda. Por el momento se había quedado tranquila, aunque en algunas ocaciones podía escuchar como pequeños sollozos se escapaban por sus dulces labios e inhalaba fuertemente por su nariz.

     Muchas veces había soñado con ese momento, pero ninguna de sus fantasías se comparaban a la realidad.

     Cerró sus ojos por un momento, su desnudo pecho cubierto únicamente por la oscura tinta de sus tatuajes, subía y bajaba con pesadez. Había sido espectacular.

     Abrió de nuevo los ojos para levantarse, no podía seguir perdiendo tiempo, pero mucho antes de que pudiese mover si acaso un dedo, la voz de Elena lo detuvo.

     —¿Ya estás contento? —preguntó la joven con su voz completamente quebrada, estaba destrozada; lo único que podía sentir era la vergüenza y el dolor. Derek solo permanecía ahí acostado, mirando la espalda desnuda de la chica, contemplándola—. Ahora que obtuviste todo lo que querías... Ya puedes dejarme en paz.

     Phelps, que relamió levemente los labios, y se levantó un poco de su posición, apoyando su brazo derecho sobre el colchón, y provocando que todo su cuerpo se juntase con el de la castaña. Pudo sentir como todos los músculos de ella se tensaban, pero no se movió, no hizo nada más que mirar la oscura pared. Derek movió todo el cabello que ocultaba el perfil de Elena, y lo colocó sobre su oreja, para luego susurrar en ella.

     —Claro que no, cariño. Nunca obtendré lo suficiente de ti. Además, debes recordar que eres mía, me perteneces, Elena. Y nadie nunca cambiará eso. ¿Entiendes? —en los labios de Derek apareció una sonrisa. Ahora se sentía completo junto a aquella joven que reposaba a su lado, escuchó con claridad como Elena sollozaba, ¿por qué no era tan feliz como él? Ahora mismo el amor había ganado tras diez años de adversidades, ahora ambos serían felices juntos para siempre, porque Derek no permitiría que le quitasen a su pequeña Elena de nuevo.

     El castaño besó la cabeza de la joven, posteriormente se levantó de aquella cama matrimonial y comenzó a buscar su ropa. Estaba vistiéndose.

     —Levántate, Elena. No podemos perder más tiempo —dijo con su profunda voz. Elena no pronunció ni una sola palabra, aún seguía mirando aquella oscura pared, intentaba ignorar la imponente presencia masculina de Phelps—. ¿Acaso no me has escuchado? —el castaño caminó justo frente a Elena, para agacharse a su altura, no podía ver bien su rostro, pero sabía que aun pequeñas lágrimas corrían a través de sus mejillas—. Colócate la ropa. Es hora de irnos.

     —¿Qué te hace creer que quiero irme contigo? —el pequeño susurro de Elena llegó a Derek como un reto, lo cual no le gustaba; a pesar de amar a Elena por sobre todas las cosas, él no podía soportar que lo retasen, en especial ella, quien al parecer no se daba cuenta con quien estaba tratando, tanto su padre, como Oliver Taylor y los Army lo habían retado, y nada bueno había salido de esas situaciones, o al menos no para ellos.

     —Colócate la ropa, Elena. Es hora de irnos.

     —Tú puedes irte —murmuró con firmeza la joven mientras se daba la vuelta hacia el otro lado de la cama, dándole la espalda al castaño—, y dejarme en paz a mí, ¿sí? Maldito animal.

     El plan primordial de Elena era esperar que Derek se alejase, si ya había obtenido lo que tanto había deseado, pues debía sentirse completo... Ya la había vuelto una persona impura. Esperaba que él se alejase escaleras abajo y luego se olvidase nuevamente de ella, tal vez para buscar más víctimas, a lo que ella, al permanecer sola en casa de los Army, solo correría a la de sus padres envuelta por la decepción y la tristeza, pero a salvo, en donde llamaría a su madre, le explicaría todo, y claro está tendrían que organizar una pronta visita con el ginecólogo. Pero lastimosamente ella sabía que nada sería así...

DEREK © #1 [✓]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora