Capítulo 11

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No sé qué me sucede, pero el temblor de mi cuerpo continua. Estoy temblando y al momento de Inuyasha tomarme y abrazarme todo dentro de mi da una sacudida y las lágrimas salen sin control. Ya no poseo ese control característico en mí, quiero que alguien entienda mi dolor, que sepan que estoy rota sin yo tener que recurrir a las palabras.

Le dije que le temo. Y es cierto, Naraku es a la persona que más le temo, no hay nada a lo que le tema más que a él. Él y sus ojos calculadores, su abuso sobre mí, sus gritos, todo.

La colonia de Inuyasha se filtra en mis fosas nasales como un suave aroma que me tranquiliza. Es muy acogedor. Mis manos cobran vida y envuelve el cuerpo de Inuyasha contra mí. Es extraño. No siento miedo, al contrario, es como si él estuviera recogiendo los pedazos rotos de mi alma e intentara unirlas.

Mis ojos se abren sin saber qué hacer, estoy abrazada contra él y no quiero dejarlo ir, abrazada contra un hombre al cual debería de temer porque es algo que ni yo puedo controlar, pero mis manos solo lo sujetan con más fuerza como si no quisieran que dejara se alejara de mí. Como si él fuera la última gota de agua en el desierto.

Nunca me había sentido tan bien en los brazos de otra persona, me siento tan reconfortada que me abruma, me abruma mucho.

Levanto la mirada y esos ojos dorados me miran con ternura y tristeza. Muerdo mis labios separándome de él. Inuyasha levanta la mano y con sus dedos limpian las lágrimas que hay en mis mejillas. La suavidad con la que me trata me deja idiotizada por un segundo. Quiero correr, pero temo arruinar todo. Todo esto parece tan irreal.

—Inuyasha—susurro, pero mi voz parece amortiguada. Estoy ronca y mi garganta se siente seca.

—¿Quieres agua?—pregunta el con una pequeña sonrisa para romper la tensión que establecí.

—Por favor—susurro nuevamente y él asiente. Se aleja de mí y me trae un vaso con agua. Lentamente la bebo y trato de calmar mi corazón.

—¿Cómo te sientes Kagome?—pregunta regalándome una pequeña sonrisa, sé que trata de liberar la tensión en el ambiente.

—Yo olvida lo que dije por favor—su rostro se torna serio y acaricia mi mejilla. No sé por qué dejo que lo haga, pero mi cuerpo queda calvado sin hacer ningún movimiento. Inuyasha reparte caricias en mi mejilla y me encuentro eso tan extraño.

—Habla Kagome, yo estoy para ayudarte—me dice suavemente—cuando respondiste a lo que más le temes te referiste a Naraku ¿verdad? —sus ojos dorados me miran en busca de respuesta. Yo solo muerdo mis labios evitando su mirada—Kagome, tienes que poner de tu parte para que pueda ayudarte—me dice.

—¿Te puedo pedir algo?—pregunto despacio y el asiente—¿me puedes abrazar como antes?—abro mis ojos con sorpresa y él también. Traga en seco y se acerca. Sus brazos me envuelven nuevamente y me recorta el sentirme protegida.

Cierro los ojos disfrutando de la colonia de Inuyasha. ¿Por qué no le temo a él? Creo que es hecho de que su madre es Izayoi. Sé que ella nunca criaría a un enfermo mental que le guste maltratar a las mujeres.

Sé que debo hablar, pero me atemoriza mucho. No quiero que Inuyasha se aleje de mi por saber la verdad, tampoco quiero ver esa mirada de lastima en su cara, quiero que me siga mirando como hasta ahora: como a una persona normal.

Me gusta como huele. Su aroma es tan suave como las caricias que repartía en mi piel hace un momento. Sus brazos tan cómodos que me gustaría estar encerrada en ellos para que Naraku no me maltrate.

—¡Kagome!—la puerta se abre y ambos nos separamos. Sango me mira con los ojos abiertos y bastante sorprendida—disculpen, no sabía que estabas ocupada—dice mirando a Inuyasha con recelo.

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