Capítulo 33

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Mis párpados pesan y mi cabeza siente que en cualquier momento puede estallar del dolor tan fuerte que tengo. Un gemido de dolor se escapa de mi garganta a la vez que trato de abrir mis ojos.

Tengo que cerrarlos cuando la luz que hay frente a mí me ciega. ¿Ya estoy muerta? Mi cabeza sigue latiendo y abro los ojos para acostumbrarme a la luz. Miro el lugar y me doy cuenta de que es un hospital, lastimosamente me he familiarizado con este lugar cuando los golpes no podían sanar en casa... cuando perdí mi bebé.

Respiro agitada al recordar la manera desagradable en la cual el doctor me dijo que no tendría hijos nunca más y que mi bebé no resistió el impacto. Recuerdo verme llorar tanto que sentí que ya no podría parar, que mi corazón no podía resistirlo más.

La puerta se abre y una cabellera conocida para mi aparece, ella me mira con una gran sonrisa en su rostro y lágrimas de felicidad en sus ojos. Trato de sonreírle, pero mi cabeza siente que estallará en cualquier momento.

Sango se acerca y me encierra en sus brazos llorando a mares y susurrando un gracias a la nada, me abraza tan fuerte que me tengo que quejar para que me suelte un poco. Ella me sonríe como si no creyera que estoy frente a ella.

—Estoy bien—le digo al verla inspeccionarme con la mirada.

—Estaba tan preocupada Kagome—me vuelve a abrazar y le regalo una sonrisa.

—¿Cómo llegué aquí?—pregunto aceptando el vaso de agua que me pasa.

Ella se sienta a la orilla de la cama con su mirada marrón puesta en mi cuerpo que no quiero ver, solo quiero saber que pasó con ese maldito infeliz de Naraku.

—Creo que Inuyasha sabrá explicarte mejor lo que pasó—me asusto.

—¿Lo... maté?—ella me mira horrorizada.

—Eres demasiado buena para mancharte las manos con esa basura, aunque si le hiciste algo que jamás olvidará—asiento y la puerta se abre.

Mi rostro se ilumina al verla correr hacia mí y abrazarme. Su aroma me envuelve y me siento en paz conmigo misma a la vez que una lágrima rueda por mis mejillas. Gracias al cielo que se encuentra bien.

—¿Cómo estas, Kagome?—pregunta Hitomiko mirándome preocupada—¿no te hicieron nada malo verdad?—niego con una sonrisa.

—Solo estoy un poco cansada—beso su mejilla—¿ya conociste a mi mejor amiga?—pregunto con una sonrisa.

—Si, ella es muy amable... también conocí a un chico muy guapo—me hace ojitos coquetos que me saca una carcajada.

—Es bueno verte así, de la única manera en la que debías estar—mi corazón se detiene al verlo en la puerta, mirándome de esa manera que altera mis nervios y todos mis sentidos poniéndolos en alerta a lo que pueda pasar.

—Y ese es el guapetón—me susurra y yo solo asiento sin quitarle la mirada al peli plata que me sonríe de esa manera, esa manera que me enamora.

—Vamos Hitomiko, creo que ellos deben hablar a solas—dice Sango levantándose.

—Pero quiero escuchar—Sango enarca una ceja y ella resopla—vendré pronto. Adiós Inuyasha—las veo salir y miro a Inuyasha con una sonrisa sin poder evitarlo las lágrimas bajan por mis mejillas. Él corre y me abraza.

—¿Se acabó?—pregunto dejando que su aroma varonil me tranquilice.

—Sí, eres la mujer más valiente de todas—me hace mirarlo y me sonríe.

—¿Qué paso con él y Midoriko?—sus manos acarician mi cabello y me hace enterrar la cabeza en su cuello.

—El disparo que le diste termino en su entrepierna—me levanto con rapidez y le miro—Naraku no podrá jamás volver a profanar una mujer, ahora perdió la única parte que lo hacía un hombre, porque un ser como él no era hombre, era una bestia—él besa a mi cabello.

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