Capítulo 7. El tiempo borra las heridas

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Y si no las borra, hacen que sean menos sangrientas que antes. Bueno, eso es lo que pienso yo.

— ¡Estoy cansada! —me quejé en cuanto tuve oportunidad, cuando se fue la señora que llegó a la guardia con un corte profundo por un accidente doméstico que necesitaba puntos; una anciana adorable y un tanto bipolar que me recordó a mi propia abuela.

Aiden me miró de soslayo haciendo de cuenta que no oía mis comentarios, mientras seguía escribiendo en la historia clínica de la paciente. Él estaba en el escritorio lateral mientras yo estaba tirada sobre la camilla fingiendo malestar.

— aaaaaaaaaahhhhhhhh —grité dramáticamente despacio, estirándome y a punto de caerme al piso.

— Eres insoportable —murmuró Aiden. «Vaya novedad» pensé. Él levantó, por primera vez, la vista hacia mí con advertencia y algo me dijo que yo había dicho eso en voz alta. ¡Maldición!

— Disculpa, pero no fue mi idea que yo fuese tu asistente esta noche —comenté.

— Si, gracias por recordar mis errores —dijo poniendo los ojos en blanco, lo que me resultó muy gracioso porque él no es de usar aquella expresión.

— De nada —respondí encogiéndome de hombros.

El silencio volvió y yo me dediqué, una vez más, a contemplar la sala de consulta. Mediana y de paredes blancas, era cómoda y limpia, con todos los recursos necesarios distribuidos magistralmente. Contaba con un escritorio, camilla, una balanza, un mueble gigante y una pequeña pileta.

Con un suspiro molesto, me bajé de la camilla y me dirigí hacia la balanza. Me subí allí y me puse a juguetear intentando saber mi peso. 58 kilogramos. Sonreí para mí misma con mi peso normal, y de pronto sentí vibrar mi móvil en el bolsillo. Lo saqué y abrí el mensaje de texto.

«Hola hija, ¿cómo estás? » Preguntó mi mamá.

«Todo bien, en el hospital. ¿Allá cómo están las cosas?» Pregunté enseguida, pero la respuesta tardaba en llegar. Mi mamá solía tardar una eternidad en escribir un mensaje aunque llevase dos letras.

«Todo bien. Tu padre sigue con sus vacaciones, y yo ando con dolor de espalda. ¿Qué podrá ser?» Inquirió. Resoplé y me acomodé haciendo que la balanza se tambaleara.

«Miles de cosas pueden ser. Deja de preocuparte que cuando vaya me fijo» le respondí.

«¿Y cuándo vas a venir?» Y ahí estaba la bendita pregunta, a la cual yo siempre respondía: cuando tuviese tiempo. Entonces ella decía: ¿Y cuándo tienes tiempo? A lo que yo respondo: nunca.

«Intentaré ir mañana» respondí queriendo ahorrar todos los pasos de la conversación y recordando que mañana era la cena familiar semanal.

«Sería una gran alegría tenerte acá. ¿Cómo se encuentran Lo-Lo?» preguntó, y me reí ante el sobrenombre que mi mamá les habían inventado a Logan y Loreley.

«Ellos están bien, como siempre» respondí.

El sonido de Aiden aclarándose la garganta me sacó del embrujo del móvil y me giré hacia él, que se encontraba de pie mirándome con cierta expectativa.

— Hemos terminado —dijo, y asentí rápidamente bajándome de la balanza y despidiéndome de mi madre aún más rápido.

Apresuré mi camino hasta llegar a él, que abrió la puerta para ambos y me dejó pasar primero con total caballerosidad. Con un suspiro resignado guardé el celular en mi bolsillo.

Cerré los ojos un segundo y disfruté del silencio que gobernaba el hospital en ese momento. Había soledad a través de los pasillos. Los pacientes dormían, algunos del personal también, y solo podía existir un poco de vida en el sector de emergencias.

Sin Anestesia (SA #1) [Finalizada]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora