Escape

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Después de caminar sin rumbo, me encontré en la hermosa casa de los gemelos. El auto de mi hermano no estaba, pero el de ellos sí. Una buena señal. 

Llamé a la puerta con frío y esperé a que la mujer que limpia la casa me recibiera con su típica sonrisa acogedora. Me vio un poco preocupada por el agua que caía de mis ropas y me invitó a pasar. Los gemelos estaban jugando la consola y cuando me vieron llegar sus sonrisas se habían borrado. 

   —¿Estás bien? —preguntó el mayor, pero la respuesta era obvia. No me encontraba bien del todo. 

Después de contarles todo, llorar y gritar hasta quedarme dormida. Los gemelos me ayudaron a buscar una solución, llamaría a mi tía. A pesar del gran cambio que mis primas habían hecho en mí estaba sonriendo más. Sabía que podría visitar a mi hermano siempre que quisiera y que mi padre no podría decir nada por las condiciones en las que estaba. 

  Esperé al tono de la llamada, mi estómago se revolvía esperando por el sonido de la voz de mi tía. 

¡Hola!—escuché después de cuatro tonos, un sentimiento de alivio me inundó. 

Hablé demasiado rápido, tal vez por mi ansiedad o por mi temor a que me dijera que no. Lo bueno de ella es que conoce tanto a mi madre como a mi padre. 

  "Por supuesto que puedes vivir aquí"

Los días pasaron, mi padre dejó de hablarme después de la gran discusión con mi tía. Mi hermano estaba tan hundido en su mundo con los gemelos que no me dio tiempo para despedirme. Una vez más en un avión para ir a visitarla...

Al llegar caminé con mis maletas en busca de la mujer que me abrazaría con una sonrisa y sus dos hijas. 

  —¿Todo el esfuerzo que hicimos no valió la pena?—preguntó Ileana para abrazarme con fuerza, ella es de mi edad. Es la menor de las dos y es un poco más baja que yo. Por otro lado está María, la mayor. A diferencia de su hermana y su madre ella tiene el cabello oscuro y los ojos azules, como mi tío quién murió en la guerra, pero su hermana y madre tienen los cabellos rubios y ojos color miel. 

  —¿Pero qué dices?—digo con una sonrisa—sigo vistiéndome con la ropa que me compraron—señalo la camiseta corta que me habían obligado a comprar el verano pasado. 

—¿Se te olvidó como usar el cepillo?—señaló mi cabello

—Me da flojera Ileana...—me quejo y ella ríe para llevarme con mi tía y su hermana, ambas me saludaron con una sonrisa y me abrazaron con fuerza. Por fin estaba a salvo. 

—Lamento que hayas tenido que esperar dos semanas para poder venir con nosotras, pero estás en buenas manos—dijo mi tía dándome una habitación. 

—Pensé que dormiría en el suelo como en el verano—dije analizando el lugar, ella comenzó a reír

—Solía usar esta habitación como bodega, pero la he limpiado para ti. Está unida con las habitaciones de Ileana y María. ¿Tienes hambre?—pregunta saliendo, la sigo hasta la cocina y veo a María beber de la caja de leche.

—Oh, rayos... no las había visto—dice limpiándose el bigote blanco por el líquido. Me río ante la mirada de desaprobación de su madre. 

—Descuida, yo lo hago todo el tiempo—me encojo de hombros y ella ríe, es cierto... Yo me crié con hombres que no saben mucho de tener clase. Tal vez aunque mis primeras lo intentaran una y otra vez, jamás lograrían cambiar mi personalidad. 

Me senté a cenar con las tres, era agradable este sentimiento y recordar el verano nuevamente me daba una presión en le pecho. Me sentía tranquila, feliz, después de todo no me fui a vivir con un monstruo y tampoco vería como lo poco que quedaba de mi familia se destruía del todo. Era un escape, pero al mismo tiempo mi salvación. 

¡Corriendo en TACONES!Donde viven las historias. Descúbrelo ahora