III

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Me desperté sobresaltada, mi respiración era errática, como si acabara de escapar de un mal sueño... pero no era un sueño. Todo estaba borroso, y lo único que recordaba era el rostro sonriente de Dawne, rodeado de globos y pastel en su cumpleaños número 12.

Intenté incorporarme, pero el frío y la humedad del lugar me golpearon de lleno. Mis manos estaban atadas con cadenas gruesas, oxidadas, que rechinaban al mínimo movimiento. Cuando traté de extender un brazo, el otro retrocedió automáticamente, tirando hacia atrás con fuerza.

—Son una sola cadena... —murmuré, analizando el mecanismo. Cada movimiento era un tira y afloja.

La humedad en el aire era intensa, suficiente para que mi aliento se convirtiera en un leve vapor. Comencé a liberar humo, lento, apenas visible, esperando encontrar alguna forma de usarlo a mi favor. Pero detuve mi respiración al escuchar pasos acercándose, pesados y calculados.

—Así que... eres tú.

La voz resonó como un eco, grave y llena de autoridad. Me escondí rápidamente en una esquina oscura, dejando que mi cuerpo cambiara. Mi cabello corto se alargó hasta caer sobre mis hombros, mis ojos reptilianos se volvieron de un verde brillante y mi piel escamosa se transformó en un tono humano, terso.

—¿Q-quién eres tú? —mi voz tembló, aguda y asustada, como la de una niña indefensa. ¿Alguien me dará un Oscar algún día?

De entre las sombras emergió una figura alta e imponente. Su cabello negro estaba peinado perfectamente hacia atrás con gel, reflejando la poca luz que había en el lugar. En su frente lucía un tatuaje de una cruz negra, que parecía ser un símbolo de poder que él llevaba con orgullo. Sus ojos, oscuros y profundos, me analizaron con calma, como si pudiera ver a través de mi máscara.

—Nadie lo sabe —respondió con una sonrisa fría—. Pero algunos me llaman Lucifer, otros jefe. Y tú… tú me llamarás amo.

Tragué saliva, aunque mi garganta se sentía seca como el papel. Mantuve mi postura débil, acercándome lentamente para que pudiera ver mi figura bajo la tenue luz. Quizás con eso pudiera hacerlo dudar de quién creía que era.

—¿Por qué me tienes aquí? Yo… yo soy solo una estudiante honrada. Tus hombres cometieron un error. ¡No deberían haberme traído aquí!

Seguí avanzando hasta que las cadenas me detuvieron con un tirón seco. Me estremecí, maldiciendo en silencio.

—Necesito algo que tú tienes —respondió, y esta vez sus palabras sonaron más como un dictamen que como una petición.

Se movió hacia adelante, y pude ver con mayor claridad cómo el tatuaje de la cruz resaltaba en su piel pálida. Era como si aquel símbolo estuviera diseñado para intimidar. Su sonrisa se amplió ligeramente, mientras sus ojos seguían fijos en los míos.

—¿Algo mío? —pregunté, forzando un tono incrédulo mientras trataba de pensar en una forma de escapar—. Sé más específico.

—Tu nen.

Mi corazón se detuvo por un segundo. Sabía exactamente a lo que se refería, pero no había forma de que le diera lo que pedía. Ni loca liberaría mi humo, no en este momento.

De repente, detrás de él aparecieron dos figuras más. Uno de ellos parecía un niño, aunque algo en su sonrisa torcida lo hacía mucho más inquietante que cualquier adulto. Su cabello rubio y su actitud despreocupada lo hacían parecer casi inocente, pero sus ojos decían otra cosa.

—Atrápala —ordenó Lucifer, con un gesto despectivo—. Y asegúrate de que esté más cómoda. Desde hoy, es nuestra invitada.

Mi cuerpo reaccionó antes que mi mente. Me moví frenéticamente, tratando de evitar cualquier contacto, pero uno de ellos era más rápido de lo que esperaba. Un piquete, apenas un pinchazo en mi frente, fue suficiente para que la oscuridad me envolviera de nuevo.

Todo se desvaneció. Otra vez.

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-una recién salida del manicomio

el humo impregnado en ti (HxH)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora