Abrí los ojos lentamente. Mi cuerpo se sentía extrañamente ligero, como si flotara. La cálida sensación del agua a mi alrededor me hizo entender dónde estaba: la tina. Pero no recordaba cómo había llegado allí. ¿Me había desmayado otra vez? Seguramente sí.—Al parecer, a los reptiles hay que hidratarlos con sales marinas y vitaminas... interesante.
La voz grave y calmada de Chrollo rompió el silencio, sobresaltándome. Miré alrededor y lo vi sentado al otro lado del vidrio que formaba una pared transparente en el baño. Su expresión era una mezcla de curiosidad y control, como si estuviera evaluando un experimento. Bajo otras circunstancias, quizás su posición habría parecido atractiva, casi seductora, pero en ese momento solo sentí irritación y una creciente incomodidad. ¿Qué demonios estaba haciendo ahí?
—¿Tú me ayudaste? —pregunté, tratando de no sonar tan vulnerable.
—¿Por qué no me dijiste que eras un reptil? —replicó con una calma exasperante, ignorando por completo mi pregunta inicial.
—¿Eh? —Mi confusión era genuina, pero su tono no me daba tiempo de procesar.
—Tu piel necesita cuidados específicos —continuó, como si estuviera recitando un manual médico—. Tienes que mantenerla hidratada, eres más frágil frente al frío, pero tienes una gran ventaja frente al calor.
—Eso no te interesa —repliqué con el ceño fruncido, mi incomodidad creciendo—. Primero, deja de buscar información en internet. Muy pocas personas tienen esta maldición, y segundo, si descubro que me has tocado partes indebidas... te corto lo que te cuelga.
Sus ojos brillaron por un instante, no con miedo, sino con algo que parecía ser diversión. Se levantó de golpe, cruzó la distancia entre nosotros y abrió la puerta del vidrio con un movimiento brusco. Antes de que pudiera reaccionar, tomó mi mano y me obligó a levantarme, dejando que el agua salpicara por todos lados.
—En primer lugar, eres mi mujer, así que me corresponde preocuparme por ti —dijo con una intensidad que no esperaba—. Y en segundo lugar, esto no es una maldición. Es un don.
Lo miré indignada, apretando los dientes. ¿Quién se creía para imponerme su perspectiva? Esto era mi cuerpo, no suyo.
—Yo no soy tu mujer, demonio —le espeté, apartando mi mano de la suya.
—¿Y tú qué te crees, un ángel? —respondió, su tono burlón y molesto a partes iguales.
La tensión explotó en una acalorada discusión. Los gritos llenaron el baño, resonando por la casa.
—¡Y para aclarar algo! —grité, sintiendo cómo mi paciencia se desmoronaba—. ¡No me caes! ¡Solo espero saber qué demonios piensas hacer conmigo!
—¡Y sigue esperando! —rugió él, acercándose más—. ¡Eres una caprichosa!
—¡Y tú, un depredador!
No sé cuánto tiempo estuvimos gritando, pero en algún momento, la puerta del baño se abrió de golpe. Los miembros de la troupe estaban allí, observándonos. Sus expresiones oscilaban entre la confusión y la incomodidad, pero nadie se atrevió a interrumpir... nadie excepto Feitan.
Silencioso como siempre, se acercó desde un rincón de la sala. En sus manos llevaba una toalla que me tendió sin mirarme directamente. Su rostro estaba rojo, y parecía incómodo, como si cada movimiento fuera un esfuerzo.
—Vístete, mujer. —Su tono era seco, pero había una leve rigidez en su voz—. No ves que estás mostrando lo que, en definitiva, es del jefe.
Tomé la toalla rápidamente, sintiendo el calor subir a mi rostro. Envuelta en la poca decencia que me quedaba, salí de la tina y me cubrí lo mejor que pude. No me atrevía a mirar a nadie, pero sentía cada una de sus miradas, analizando mi cuerpo, sus ojos deteniéndose en mis escamas, ahora brillando con un tenue color aguamarina bajo la luz.
Mis dedos, parcialmente unidos por membranas, eran un recordatorio brutal de lo que era. Bajé la mirada, avergonzada.
—Lo sé... soy asquerosa... —murmuré, sintiendo que el nudo en mi garganta se hacía más grande.
El silencio que siguió fue abrumador. Pero luego, una voz inesperada rompió el hielo.
—No... eres preciosa.
Levanté la mirada, sorprendida. Mi primer pensamiento fue que esas palabras habían salido de Feitan. Su rostro estaba inmóvil, pero sus ojos resplandecían de manera peculiar, reflejando las luces suaves del baño. Sin embargo, al girarme un poco, vi que no era él quien había hablado.
—¿En serio...? ¿Chrollo? —pregunté en un susurro, mi incredulidad palpable.
El líder me miraba fijamente, su expresión seria, pero sus palabras resonaban con una intensidad inesperada. Su elogio no sonaba superficial; era como si realmente creyera en lo que acababa de decir. Pero, al mismo tiempo, su afirmación solo aumentaba mi confusión. ¿Qué se supone que debía hacer con eso?
Detrás de él, Feitan desvió la mirada, apretando las manos dentro de los bolsillos de su gabardina. Su postura, aunque aparentemente relajada, tenía una rigidez que no podía ignorar. Había algo en él, algo en cómo su presencia parecía llenarlo todo sin necesidad de palabras. Pero por ahora, mis pensamientos estaban demasiado dispersos para enfocarme en eso.
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-una recién salida del manicomio.
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el humo impregnado en ti (HxH)
Historia CortaCuando una chica sea secuestrada sabrá lo que es un síndrome muy conocido... Pero .... Ella será capaz de soportar aquella aventura? * Completa pero actualizandose en narrativa y profundidad