Primer capítulo: Veinte.

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     - Mamá, saldré un rato. - Dije, mientras entraba en su oficina. Ese día había decidido acompañarla al trabajo, pero ya había pasado tantas horas dentro del mismo piso del edificio que ya sentía que me estaba asfixiando, y ya no sabía qué otra cosa hacer. Quería explorar, quería descubrir qué otros secretos escondía el lugar.
     - Bien, pero vuelve pronto. - Dijo, levantando la vista de su computadora. No había tenido tanto trabajo durante el día, pero era una mujer muy ocupada. - No salgas del edificio sin mi permiso, ¿Está bien?
     - Claro má, no te preocupes. - Dije con una sonrisa, alegre, mientras asentía y salía caminando por el pasillo.
     Me llamo Marianela. Tengo 17 años. Cuando me preguntan cómo me describo a mi misma les respondo "una chica curiosa tratando de buscar mi lugar en el mundo". Muchos dicen que no soy tan alta, y otros que no soy tan baja. Podría decir que siempre fue así.
     Tengo un pequeño grupo de amigos en el que puedo confiar, aunque no pasamos tanto tiempo juntos. Sólo el suficiente para mantener una fuerte y sólida amistad. Mucho sería excesivo, poco faltaría. El resto del grupo de personas con el que convivo todos los días en el colegio (en ese momento no, ya que eran vacaciones de verano) me caía mal, así de simple. Yo no les hablaba, ellos no me hablaban, el sentimiento era mútuo.
     Mi familia es pequeña. Vivo en un hermoso y cálido hogar con mi madre. Trabaja en una oficina, en la empresa de Kelvin de seguros. Me gusta charlar y pasar tiempo con ella cuando no está trabajando; mantenemos una buena relación.

     Pedí el ascensor. Apenas toqué el botón, se abrieron las puertas. Al parecer, todos los demás en el edificio estaban ocupados en su trabajo. Estábamos en el cuarto piso, así que para empezar a inspeccionar fui directo al último. Comenzó a ascender. Una música irritante de ascensor sonaba por los pequeños parlantes que este contenía en su interior. Más que irritante sonaba terrorífica. El ascensor llegó y comencé a caminar por los pasillos.
     Riiing. El timbre del primer descanso sonó. Seguido de eso, se esucharon las puertas de las oficinas cerrarse y, seguramente, los empleados dirigiéndose al piso 12 a tomar un café y relajarse.
     Salvo que en el piso 20 no había nadie.
     Caminando extrañada me dirigí hasta el final del pasillo, observando las oficinas vacías a mi paso. Al final de este había un ventanal, que reflejaba la ciudad. Era un día soleado, despejado, ni tan caluroso ni tan frío; un día con un clima agradable. Miré hacia mi derecha, donde una puerta, echa con un material distinto al de las demás estaba sobre la pared.
     "Prohibido el paso."
     Vamos, entrar era tentador. No hubiese sido la única en tener la idea de entrar.
     Y fue así.
     Abrí la puerta lentamente, haciendo un chirrido. La luz era escasa y titilaba, no había ventanas y una puerta se escondía al final. Tomé valor y cerré la puerta tras de mi, caminando hacia el final del pasillo. A mis costados, unas pinturas extrañas colgaban de la pared. Nunca las había visto en toda mi vida. Ni tampoco a sus autores.

    Cuando abrí la puerta me sorpendí. Era como la sala de descanso del piso 12. Exactamente igual. Un televisor en la pared, la cafetera sobre la mesa, gente sentada charlando, una ventana amplia, medio paquete de galletas en el estante... ¿Gente sentada?
     Aclaré mi voz.
     - Hm.
     Nadie pareció escucharme.
     - HM. - Dije, un poco más fuerte.
     Un hombre de unos 30 años se dio vuelta. Me miró con una mirada fría, tanto que me produjo un escalofrío. No sonreía, no estaba triste, solo mantenía su mirada fija en mi.
     - ¿Y tu quién eres? - Dijo, sin elevar ni bajar su voz.
     - ¿Qué hacen ustedes aquí? Deberían estar trabajando, o por lo menos en el piso 12 descansando como el resto.
     Una mujer rió irónicamente, pero tenía la misma expresión que el hombre. Una risa corta, sin intención de reírse. Una risa sarcástica. Me miró.
     - Es nuestro escondite, aquí nos escondemos del jefe.
     - ¿Por qué vienen a trabajar, entonces? - Dije algo molesta, alzando los brazos irritada. Traté de no demostrar tanto desprecio por sus actitudes.
    - No trabajamos. - Dijo un hombre mientras daba un mordisco a su galleta y luego la sumergía en la taza de café, seguramente amargo, sin azúcar.
     - Bien, dejen de bromear, se supone que son gente seria. - Entrecerré mis ojos.
     - No trabajamos aquí. - Repitió la mujer de pelo rojizo, nariz fina y edad media, como si fuese algo obvio. - No tenemos un lugar de trabajo, así que, bueno - abrió sus brazos refiriéndose al lugar -, nos "adueñamos" de esta vieja sala de decanso para trabajar aquí.
     - ¿Y por qué se esconden del jefe? - Me crucé de brazos, aún sin entender. Esta gente era de lo más extraño.
     - Porque el no lo sabe, por supuesto. Este piso fue inhabilitado hace años.
     Alcé una ceja. - ¿Acaso eso no es ilegal?
     - Nos debía un favor, y nosotros lo cobramos de esta forma. - Sonrió sarcásticamente. - Ahora no nos debe nada.
     - Bien, perfecto, creo que me debo ir... - Dije retrocediendo unos pasos levemente, dirigiéndome hacia la puerta de espaldas.
     - Tu no te vas. - El hombre que estaba tomando el café me señaló. Su pelo era castaño, usaba lentes, y no tenía más de 20 años. - Te estábamos buscando, Marianela.
     - ¿Qué? - Me detuve, mirándolo extrañada.
     - Toma. - Me extendió un papel, que estaba doblado en cuatro partes exactas, y lo guardó en el bolsillo de mi chaqueta. - No lo abras hasta que llegues a la oficina de tu madre.
     - Y te lo advertimos. - Dijo el hombre que estaba sentado, el primero con el que hablé. - No le digas a nadie que estamos aquí.
     - N-no, no lo haré. - Dije, sabiendo que no lo iba a cumplir. Salí corriendo camino hacia el ascensor, azotando la puerta al salir. Escuché risas hasta que llegué a mi destino.

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     "Señorita Marianela Termpard." Leí. Eso era lo único que decía. Le di vueltas, traté de buscar alguna otra palabra o letra en la hoja. No había nada de nada. Cerré el papel rápidamente cuando se abrió el ascensor deteniéndose en una escala al piso donde mi madre se encontraba, y vi el jefe entrar en él. Miró extrañado el papel, pero luego me dirigió una sonrisa amable.
     - Buenos días.
     - Buenos días, señor Kelin. - Respondí sonriendo de la misma forma. El señor Kelin era muy amable, uno de los mejores de la ciudad. Era conocido por sus sueldos altos y su actitud agradable. Eso sí, era muy exigente con quién escogía para trabajar en su empresa.
     - Dando un paseo, ¿Eh? - Rió un poco, apretando uno de los botones del ascensor, dirigiéndose un piso más abajo al que me dirigía yo.
     Asentí, balanceándome sobre mis talones sonriente. "Cierra la boca. Cierra la boca." me dije mentalmente; no podía decir nada de lo visto. Pero eso era algo imposible.
     - S-señor. - "Cállate. Cierra la boca." - ¿Alguien habita el piso 20? - "Metiste la pata, perfecto."
     - ¿Piso 20? - Rió otra vez. - Eso no existe. Dejó de existir hace años.
     - ¿Qué? - "¿Qué?" Vamos, esto no podía estar pasando. - P-pero... - Señalé el tablero de botones. Llegaban hasta el piso 19.
     Ladeó la cabeza algo confundido. - Todavía falta un año para que te hagas mayor, no deberías tomar bebidas alcohólicas hasta entonces.
     - No bebí nada, se lo juro. - Reí levantando las manos, tratando de que no pensara que estaba borracha. Pero si yo había ido... Miré de nuevo el tablero pero no estaba. ¿Qué estaba pasando? - Entonces las leyendas eran ciertas. - Mentí, agregando un tono misterioso.
     Llegué a mi piso y salí rápidamente saludando al jefe de mi madre. La puerta se cerró y comencé a correr hacia el baño de damas.

     Lavé mi cara tratando de no estropear mi maquillaje, que era escaso, pero no podría andar por ahí desarreglada. Me miré frente al gran espejo. Acomodé mi pelo, me fijé si no parecía algo distinta. Nop. Todo en orden. "Fue sólo un sueño". El papel seguía en mi bolsillo, intacto. Bien. Bien. No estaba loca. No estaba borracha. Todo había pasado. Traté de no temblar pero no pude. Todo era escalofriante, no podía evitar sentir miedo.
     - ¿Marianela? - Escuché la voz de mi madre por el pasillo. Me miré otra vez, me arreglé rápidamente y salí del baño.
     - Hija, ahí estás. - Saludó mi madre con una sonrisa. - He terminado por hoy, ¿Vamos por algo para almorzar?
     No me di cuenta del hambre que tenía.
     Asentí, tomé mi abrigo verificando que el celular se encontraba ahí, y salimos del edificio. Un taxi que pasaba por ahí frenó y nos subimos.
     Di un último vistazo al edificio, mirando hacia arriba.
     Las tres personas con las que había hablado me miraban fijamente desde la ventana.
     - ¿Cómo la pasaste hoy, hija? ¿Alguna novedad?
     - Muy bien. - Dije, sin dejar de mirar. Y antes de que el taxi arrancara camino a casa, tomé aire, y negué con la cabeza. - No, ninguna. Todo en orden.

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