Capítulo nueve: Búsqueda.

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        En el momento en el que vi su rostro, sabía que algo malo iba a suceder.
        Al verme al lado de Jessica, su sonrisa seguía implacable. Las imágenes de alrededor dejaron de funcionar, excepto la suya que se encontraba en sus manos. Era nuestra única fuente de luz. Hasta que se apagó, y su risa comenzó a resonar por las paredes del pozo. Jess no entendía nada. Comencé a correr, sin preguntarme si ella me seguía o no: no me interesaba. Subí los peldaños rápidamente. La risa de Paul seguía sonando, y cada vez más fuerte. Me tropecé. Sentía los escombros caer atrás mío, tan cerca que tuve que obligarme a levantarme. Casi me caigo por el vacío del costado. Me había salvado de mucha suerte. Cuando llegué a la salida de la cueva, justo a tiempo, todo se desmoronó, dejando el lugar en silencio. Un gran cráter se encontraba a escasos centímetros de donde estaban mis pies. Había tantos escombros que no podía contarlos. El gran agujero era ahora algo terrible. Emprendí camino al campamento, rápidamente.
        Como sabía, antes de llegar vino el manto negro y me llevó.
        Cuando abrí mis ojos, ya no estaba ni en el bosque ni en la habitación. Estaba en lo que parecía ser una casa. Afuera, el amanecer. Debíamos aprovechar el sol que, por primera vez, podíamos ver. Sebastian me ayudó a levantarme y juntos miramos el lugar.
        Primero recorrimos el primer piso, que constaba de un living, con unos sillones que parecían muy viejos; comedor, con una mesa muy larga, como si hubiese vivido mucha gente; y una cocina, que de cocina no tenía nada. El segundo piso tenía los dormitorios y el baño. Todo estaba bastante deteriorado, pero era suficiente. No me interesaba tener lujos, si no un techo bajo el cual sobrevivir. Pero sabíamos que por semejante regalo, íbamos a tener consecuencias.

        - Con respecto a lo de Jessic...
       - ¿Nella? - Me dijo, interrumpiéndome. - No es obligación contarme. Solo tu sabes lo que pasó, y me basta con eso. Si no quieres decirlo, está bien, porque sé que todo lo que está pasando es totalmente desquiciado, y seguramente fue algo relacionado a eso. De todas formas, me alegro de verte y que sea de día. También esto me dice que tu no fuiste la culpable.

        Asentí, sonriendo levemente, aunque algo nerviosa. Cuando fuese el momento, le contaría todo lo sucedido. Esperaba que ese momento nunca llegara.
        Luego de recorrer la casa lo primero que hicimos fue ir directo a la heladera, que, claramente, no cumplía su función, por la falta de electricidad. Era como guardar las cosas en una caja. No estaba tan llena como esperé. Tendríamos que racionar la comida bien, y cazar y recolectar, como hacíamos en el bosque. Sólo que con una persona menos.
        El único teléfono que había no tenía señal. Las luces no funcionaban. Tampoco el gas. Por lo que salimos a buscar ramitas y hojas para hacer fuego y antorchas para iluminar. 

        El patio tenía algunos juegos muy viejos. Luego, lejos del cercado, el profundo bosque.Y el sol. Que ya brillaba radiante sobre el cielo. Temía que durara poco, y que fuese lo suficiente antes de la primera noche.
        Ayudé a Seba a conseguir ramas y hojas secas. Ibamos guardando todo en una gran bolsa que encontramos en la cocina. Iba a ser de gran ayuda. Tratamos de no internarnos tanto en el bosque para no perdernos otra vez. Miré hacia la casa desde una pequeña colina a varios metros. Era grande. Grande y terrorífica. No sé por qué, pero siempre que fuimos caminando los dos sentía una presencia atrás de nosotros. Unos terceros pasos que acompañaban a los nuestros, pisando la tierra seca del bosque. Temí que nos siguiera todo el día. Pero siempre que miraba para atrás, no había nada.
        Cerca de lo que debía ser el mediodía, nos sentamos bajo un tobogán viejo que se encontraba en el patio de la casa. Nos sentamos abajo, ya que si alguien se deslizaba podía llegar a romperse.
        Le di un mordisco a la manzana que pertenecía al grupo de las que encontramos en un árbol, y estiré mis piernas, algo cansada de correr sin parar.

        - ¿Estás bien?

        Asentí. Luego lo miré, esperando que el me contestara la misma pregunta.

        - Sí. Extraño un poco a casa, de todas formas. - Me miró. - Pero me alegra tener alguien con quien charlar.

        Sonreí, asintiendo. Sentía lo mismo: extrañaba a casa, mucho. Extrañaba los regaños de mi madre, las charlas con mis amigas, la ciudad, todo. Pero me alegraba no estar sola y estar con Seba. ¿Jess? Un misterio, pero no quería ni pensar en ella. Me pregunté a dónde estaría. ¿Habría llegado el manto a salvarla? ¿Habría muerto? ¿Se habría trasladado junto a Paul? Podía pensar en muchas cosas, pero en lo único que traté de pensar fue en seguir recolectando cosas en cuanto junté fuerzas.
        Ya era de noche, y ya habíamos cenado, antes de acomodar dos camas al lado del cálido fuego que habíamos preparado en uno de los dormitorios, donde también guardamos las cosas juntadas. Las paredes tenían manchas de humedad, el color que solía ser un amarillo muy fuerte ahora era beige. Luego, cada uno se fue a dormir a su respectiva cama, y yo cerré mis ojos; estaba muy tranquila. Hasta que escuchamos pasos, que subían la escalera peldaño por peldaño.

        - Ya se que están aquí. - Canturreó una voz femenina, lentamente, como sus pasos secos. - Salgan de donde están.

        Abriendo mis ojos rápidamente, observé a Sebastián, que me miraba con sus ojos llenos de miedo, seguramente igual que los mios. Los dos nos levantamos y, sin hacer ruido, nos escondimos en el armario. Cerramos la puerta del mueble con llave. Nos sentamos ahí, y yo cerré mis ojos, esperando que todo pase.

    

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