Capítulo 10

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Anthony, Stear y Archie, llevan a Candy a conocer lo que será su habitación

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Anthony, Stear y Archie, llevan a Candy a conocer lo que será su habitación. Y al estar ahí.

-Esta habitación es muy hermosa.

-Es tu nueva habitación... mamá la decoró pensando en tener una hija, pero solo fue un deseo – comentó triste Anthony.

-Bueno, nada de ponernos melancólicos, hoy tiene que ser un día feliz, porque Candy ya es una Andrew – dijo muy animoso Stear.

-Así es, ahora ya eres la señorita Candy White Andrew – dijo Archie.

-Ahora tienes que alistarte para la hora de la comida, nosotros vendremos por ti más tarde para custodiarte hasta el comedor – dijo Anthony muy emocionado.

-Hasta más tarde Srita. Andrew – dijeron al unísono los hermanos Cornwell.

-Hasta más tarde chicos.

Los jóvenes salieron, Candy miraba fascinada la habitación rosada.

Esa habitación la había decorado con tanto esmero y amor Rose Mary, la madre de Anthony, tenía la ilusión de darle una hermanita a su adorado hijo, su enfermedad lo impidió, ahora esa habitación la ocuparía Candy.

La niñita pecosa se sentó en la blanda cama y sobre ella coloco sus preciados tesoros. Uno era un crucifijo, el cual la Srita. Ponny le regaló el día que partió del Hogar de Ponny. El otro, era un finísimo broche, el cual tenía parecido con el emblema de los Andrew.

Candy tomo aquel broche y se dijo.

-Tú has sido mi amuleto de la buena suerte – emitió un suspiro y prosiguió – aunque él no es aquel príncipe que conocí. No importa, eso ya no me importa, lo quiero a él, porque es él, porque es Anthony.

Aquel broche llego a manos de Candy el día que recibió la carta de su amiga Annie, esa en donde ella le pedía renunciar a su amistad. En cuanto Candy termino de leer aquella triste misiva, corrió hacia su colina favorita, la que ella nombro la Colina de Ponny. Su llanto fue acompañado de una fuerte lluvia, la cual paro al escucharse una melodía y como en los cuentos, ante ella apareció un jovencito de aproximadamente catorce años, vestía kilt y en sus manos llevaba una gaita, que era la que producía aquella melodía.

Candy pidió al joven que tocara, él accedió a su petición. Candy comentó.

-Se oye como si un montón de caracoles se arrastraran.

Aquel joven no pudo contener la risa ante simpático comentario, la pecosa también echó a reír. El joven dijo una frase que Candy jamás olvidaría.

-Eres mucho más linda cuando ríes que cuando lloras.

En un abrir y cerrar de ojos, aquel príncipe desapareció, dejándole como recuerdo el bello broche. A partir de ese momento, la pecosa iba todos los días a la colina con la ilusión de volver a verle, así fue durante unos meses, pero no lo volvió a ver. Candy concluyo que solo fue un sueño.

La Fuerza de la EsperanzaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora