El diablo, yo y una copa de vino (A LA VENTA EN FÍSICO)

CAPITULO XXI

Llevaba semanas sin hablar con Elizabeth y tenía la ferviente necesidad de compensarle, de verla, de sentirla..... Decidí que iba a llevarla al mejor restaurante del mundo, aún exponiendome al público, esa ocasión merecía la pena.

No obstante antes tenía que acabar con la siguiente de la lista que esperándome estaba ya en el sótano. Le envíe un mensaje al móvil y me dispuse a terminar el trabajo. Bajé las escaleras y me esperé un momento detrás de la puerta. Estaba llorando desesperada e intentando liberarse de algún modo. Entre y me quedé mirándola era tan parecida a ella. Estaba de buen humor así que haría el proceso rápido, tenía más cosas que hacer. Le inyecte un poco de anestesia y le clavé el cuchillo en el pecho, ella grito de dolor pero yo hice no caso alguno, me gustaba ver como sufría. Después la abrí en canal y con la sierra circular dividí el esternón en dos. Al cortarle las arterias sus ojos se quedaron en blanco, ya para siempre. Le extraje el corazón y lo exprimí en el interior del cuenco de cuarzo. Me fui a la primera planta y me puse a limpiar el cuchillo y la sierra circular algo tan precioso y útil no debería estar sucio ni manchado. Al acabar me sequé las manos y me encaminé hacia mi habitación. Allí me vestí y me arreglé para mi velada con Elizabeth. Me puse mi esmoquin con su camisa blanca y mis zapatos negros preferidos. Abrí el cajón de mi mesita de noche y saqué una caja pequeña de tela de color azul marino, al abrirla contemplabas un espectacular anillo engarzado de diamantes. El anillo era de oro y en el centro había un diamante tan hermoso como ella. El resto del anillo estaba engarzado de unos rubís lógicamente un poco más pequeños que el diamante pero ella se lo merecía. Guardé la caja y fui en busca de las llaves del coche. Mi casa quedaba un poco lejos y no quería llegar tarde a buscarla. Cerré la puerta y me metí en el coche, estaba deseando verla, arranque el coche y fui en dirección a su casa.