El diablo, yo y una copa de vino (A LA VENTA EN FÍSICO)

CAPITULO XXVI

No solo me engañaba con otro, ¡Encima tenía una hija! Cuando acabará con su madre iría a por ella. Las pondré juntas en sus respectivas vitrinas, en la pared de mi sótano como trofeo y mi querida Elizabeth con su anillo de boda. Estaba airado absorto en mis propios pensamientos, dolía tanto no poder tener aquello que tanto amaba! ¡Morí por ella! Moriría todas las veces necesarias para tenerla y aun así ¡ella me engañaba! No podía pensar con claridad solo quería sangre...

Me despertó de mis tenebrosos pensamientos un intento de grito de mi víctima. Estaba preparada: El camisón, los labios pintados, sus cabellos alisados en perfectas ondulaciones, todo listo para su funeral...Con ella no me tomé tantas molestias, primero le corté en las muñecas y dejé que se desangrara vertiendo la sangre en un cubo. Mientras este se iba llenando cogí un vaso y lo llené hasta la mitad con la sangre y fui a buscar vino para llenar la otra mitad. Con la mezcla hecha me la bebí de un trago y sentí un escalofrío recorriendo todo mi cuerpo. Para asegurarme me miré al espejo y contemplé satisfecho que un resplandor rojo sangre recorría mis ojos para quedarse en ellos unos segundos y luego irse, tras eso una oleada de poder me invadió. Volví a mirar a mi víctima y vi que estaba completamente pálida y sin una gota de sangre. Con una sonrisa de 100 kilovatios en la cara y a modo de burla corté su torso hasta marcar una T que más tarde llené de sangre. Después me divertí con ella. Tarde un rato en decidir que tortura utilizar con ella pero al cabo de un corto espacio de tiempo encontré la tortura perfecta, ya estaba muerta así que no podía infringirle más dolor. Cogí el martillo y lo puse sobre uno de sus pies, lo levanté y cogí inercia deje caer todo su peso en sus delicados y frágiles huesos, oí el chasquido que indicaba que se habían roto y continué haciendo, cuando acabara con sus huesos no serían más que polvo...