11

165 23 0
                                    

Bred nunca se había sentido tan fascinado, irritado e intrigado en toda su vida —o lo que recordaba de ella—, era como si se estuviera poniendo a merced de aquella criatura. Misma que de un momento a otro se había girado y empezaba a emprender su huída. Bred se adelantó, demasiado renuente a que aquella lo abandonara sin responder.

—¡Espera! —le gritó—. Estoy buscando a alguien: un ser que pertenece al Báratro, ¿sabes algo?

Aquella se detuvo, giró a medias y lo miró.

No hay nada como eso aquí, dijo. Dejen éste lugar, demonios.

Y se perdió entre las sombras.

¿Qué había sido todo eso? Más importante aún, debía regresar con Treyn y contarle todo lo sucedido. Después de todo, no había imaginado nada: él tenía razón.









Aquel lugar que aquella mañana se había convertido en el improvisado y familiar campamento para la familia Wesley, en ese momento se encontraba sumergida en una abrumadora tensión. Mientras Leo salía corriendo de una de las casas de campaña, el grito de Bee rompía el silencio de la noche, y Diane y Angela se despertaban alarmadas. Las últimas dos corrían hacia Leo, y de pronto los tres se movían en diferentes direcciones, auxiliando a Bee y tratando de tranquilizarla; y el pequeño gato negro los observaba desde los arbustos, con sus grandes y obscuros ojos alterados.

Pasaron aproximadamente quince minutos antes de que Bee por fin perdiera el conocimiento y dejara de gritar, ardiendo en fiebre y con Diane situada a su lado —a pesar de ser una casa de campaña de espacio reducido— cuidándola; mientras Angela, en un intento por localizar una posada y una farmacia, buscaba un poco de señal con su celular. Cuando aquel lugar volvió a sumirse en silencio, el felino se enderezó, ladeó la cabeza y comenzó a caminar hasta la casa de campaña en donde Bee dormía un momento antes. Si lograba entrar, se encontraría con Diane y, bajo esas circunstancias, lo que la madre adoptiva de Bee pudiera hacer era un misterio. Sin embargo, antes de que aquel gato pudiera cruzar la mitad del camino hasta donde su ama yacía, Leo emergió de las sombras del bosque y el felino se detuvo.

—Ah...

Fue lo que Leo exclamó al verlo y luego, haciéndolo sobresaltar, su madre lo llamó desde la casa de campaña.

—Mierda... —murmuró, y se apresuró a recoger al animal—. Si mamá lo ve, será el fin y Bee me matará por ello cuando se entere —suspiró, le echó un vistazo al felino y lo escondió a su espalda antes de exclamar:—. Voy, ¿qué sucede?

—Necesito más agua —respondió Diane, asomándose por la abertura de la entrada—, la fiebre está tardando en bajar. Por cierto... —su madre frunció el ceño—, ¿qué estás haciendo parado ahí en medio?

—Eh... Yo estaba —titubeó—, iba a buscar...

—No importa —lo interrumpió su madre, volviendo a meterse en la casa de campaña—. Date prisa y trae el agua.

Leo soltó un suspiro, se dio la vuelta, con el gato oculto entre las manos, y volvió a zambullirse en la espesura del bosque.







—Oh, cielos. ¿Qué estabas haciendo? —reclamó al gato—. Tras todos estos años, deberías saber ya que debes mantenerte oculto de los demás —lo miró con el ceño fruncido, y el felino se inclinó y comenzó a lamerse el pelaje. Leo soltó un suspiro—. Y ahora estoy hablando con un gato como si éste pudiera entenderme... Genial, Leonardo.

Le echó un último vistazo al gato, antes de darse la vuelta e inclinarse a recoger agua del pequeño lago: el felino, por supuesto, seguía sentado a un lado del río y sobre el pasto, lamiéndose. Pensándolo bien, era bastante razonable que aquel  gato hubiera intentado acercarse  a Bee, debía estar tan alterado como todos. Era un animal, pero a fin de cuentas sería capaz de percibir cuando algo  no iba la mar de bien, más aún si eso tenía algo que ver con su querida dueña.

A Leo no le tomó mucho tiempo recoger el agua que necesitaba y, habiendo terminado, se dio la vuelta dispuesto a recoger de nuevo al gato. Sin embargo, el gato ya no se encontraba donde lo había dejado. Maldijo por lo bajo, y pensó en llamarlo. Pero en ese momento, se percató de que ni siquiera sabía cuál era el nombre de aquel gato. ¿Siquiera tenía uno? Tratándose de Bee, bien podría haber optado por llamarlo gato simplemente. Suspiró.

—Gati...

Un escalofrío le recorrió el cuerpo cuando, en su pierna izquierda, algo se deslizó. Miró hacia sus pies, a punto de soltar un grito. Y entonces soltó otro suspiro, aliviado: aquel gato negro le devolvía la mirada.

—¿Qué sucede contigo? —se quejó, alzando al gato hasta ponerlo a su altura—. Casi me matas del susto por segunda vez en la noche.

Meow. Leo frunció el ceño.

—¿Qué sucede? —Meow.— ¿Tienes hambre?

Los ojos del felino se clavaron como cuchillas en los suyos, molesto. ¡Quiero verla!, gritaban. Sin embargo, Leo —a diferencia de Bee— no fue capaz de entenderlo.













Movió su pie de arriba abajo con impaciencia mientras esperaba que el elevador lo llevara a su destino y, apenas se abrieron las puertas, Bred salió pies en polvorosa hacia la habitación que compartía con Treyn.  Ni bien había terminado de abrir la puerta cuando comenzó a llamarlo.

—Hey —respondió el joven, asomando la mitad de su cuerpo desde una de las otras puertas dentro de la habitación—. Acabo de terminar de recoger las cosas, ¿te importa si me quedo un momento más a...

—¿Qué? No. Olvídate de eso —le interrumpió, cerrando la puerta tras de sí y aproximándose más a su amigo, la emoción haciéndose notoria en su rostro con cada paso que daba—. No vamos a ningún lado.

Treyn frunció el ceño y terminó saliendo de su escondite.

—Pero creí que habías dicho que... —se interrumpió, arrugando más el ceño si es que era posible—. ¿Por qué luces tan eufórico? ¿Qué sucede?

Bred lo pasó de largo, fue directo hacia la habitación, donde sabía estarían sus cosas, y comenzó a dar vueltas allí, buscando, hasta que al fin después de unos segundos se giró hacia Treyn y exclamó:

—¿Qué haces ahí parado? Saca tu laptop de una maldita vez.

—Espera un momento —se quejó Treyn—. Primero: cálmate. Segundo: no te estoy entendiendo un carajo. ¿Qué demonios sucedió?

Él lo miró un segundo, miles de ideas y sucesos corriendo en su mente y enredándose como una bola de estambre unos con otros. Sacudió la cabeza, tratando de tranquilizarse. Treyn tenía razón; estaba demasiado acelerado. Respiró hondo y exhaló, lo repitió, y luego miró a su amigo de la forma más serena posible.

—La encontré.

Y le relató a su amigo lo que había acontecido hacía sólo unos minutos.

 [PAUSADA] Érase una vez: El secreto detrás de la historiaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora