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En el principio de los tiempos cuando en el mundo no había más que tinieblas y soledad, y aquel que tiempos después se convertiría en el creador de toda la vida como la conocemos merodeaba en busca de una solución para todo aquel vacío, existía otra criatura que vagaba en las sombras. Una criatura que, ajena al valor que poseía, no tenía ningún propósito ni anhelo.

Cuando Dios dijo: "Que exista la luz", aquella criatura se mantuvo oculta en las sombras, temerosa, saliendo de aquel escondite sólo cuando la luna aparecía y ésta se sentía protegida por su oscuro y frío manto. Luego, cuando el mismo Dios dijo: "Que exista un firmamento entre las aguas, que separe aguas de aguas", ella se sumergió en los mares, aún más temerosa de aquello que fue llamado cielo y tierra; y entonces, cuando aquel Creador hizo a los primeros seres vivientes aparecer en mares, tierra y cielo, la criatura se vio obligada a salir de su escondite, llena de resentimiento hacia aquél que insistía en invadir su espacio con más y más cosas desconocidas. Fue en ese entonces que Dios se percató de su existencia, y de su valor.

«¿Por qué vives?» le preguntó un día. Y la criatura, que tenía la apariencia de la bruma y temblaba con el más mínimo soplo del viento, no comprendió. ¿Vivir? ¿Qué era vivir?

Él, en cambio, sí comprendió, entendió entonces que aquel ser era tan viejo como él; y no podía ser dejado de lado, desamparado o abandonado. Extendió su mano y, soplando ligeramente sobre ella, le obsequió forma y conciencia.

Volvió a cuestionarle: «¿Por qué vives?»

En esta ocasión, la criatura lo observó:

Para proteger el equilibrio.








Escuchar aquel nombre provocó en su cuerpo un choque y en su ser una mayor desestabilidad. Fue como si alguien sacudiera su cerebro e hiciera una grieta en algún profundo sello que guardaba cosas acerca de ella de las que era una completa ignorante. Su corazón volvió a oprimirse y ella se encogió aún más. Entonces el brujo la sostuvo con firmeza y la ayudó a recostarse nuevamente.

—Lo siento —dijo—, lo siento. No hagas caso de lo que he dicho.

Pero para Bee, que se encontraba en un momento crítico en el que su mundo y lo que creía realidad parecía desmoronarse y ser sólo falsedades, era imposible ignorar cualquier palabra dicha. Alzó los ojos en su dirección, dándose cuenta de la aflicción y pesadumbre que se reflejaban en los de aquél. Estiró la mano nuevamente, incapaz de evitar sentir pena ante esa expresión, y tocó su mejilla.

—¿Quisieras explicarme?

El brujo dudó, cerró los ojos y sostuvo la mano que le acariciaba el rostro, presionando aquel contacto.

—Creo que en este momento yo no...

—Vin —por primera vez, aquel nombre se sintió extraño en sus labios—, te lo suplico.

Aquél la observó, con las pupilas alargadas y los ojos vidriosos. Se inclinó ante ella de la forma en que se inclinaría ante un rey, y apartó su mano del rostro para mantenerla entre las suyas.

—Una suplica no es necesaria. Lo que desees, serán órdenes para mí.

¿Órdenes? El brujo se enderezó, mirándola ahora con una solemnidad desconcertante, que la hacía temblar y disminuía el tormento que se había estado acumulando en su corazón. Bee se enderezó con lentitud, por sí misma, y encaró a aquel joven que desde el primer encuentro había despertado en ella un sentimiento que parecía haber estado dormido durante mucho tiempo.

—¿Qué soy yo para ti?

Los ojos de aquel relucieron, y no dudó al responder:

—Mi razón de existir.

 [PAUSADA] Érase una vez: El secreto detrás de la historiaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora