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—Se está tardando mucho.

La voz de una mujer (que se le antojaba desdeñosa) llegó como un susurro a sus oídos. Comenzaba a despertarse, aunque todavía se sentía flotando en la inconsciencia.

—El veneno se había esparcido por todo su cuerpo, era demasiado para un mundano —repuso otra a su vez, en esta ocasión masculina—. Diría que logró resistir demasiado, así que es normal.

Silencio. Fue apenas medianamente consciente, entonces, de que ella conocía esas voces.

—... ¿Y si está muerta?

—No se te ocurra decir eso frente a Bred. —chistó al instante la segunda voz, malhumorada.

La mención de Bred fue como una descarga eléctrica para ella, y pronto se encontró más consciente que inconsciente. Aún así, prefirió continuar inmóvil, atenta a la conversación que aquellos dos estaban teniendo.

—No lo entiendo —se quejó Nora, disgustada—. Es una simple mundana, ¿por qué siquiera se molesta en ayudarla?

Otra ligera pausa. Un suspiro grave y cansado.

—Sabes que eso no es del todo cierto —le gruñó Treyn—. Ella es...

—Espera —percibió el susurro de la tela al moverse y el recelo en la voz de Nora—. Acaba de mover los párpados.

¡Oh, genial!

—Iré a avisarle a Bred, espera aquí.

Y así, sin más, los pasos de Treyn se alejaron y escuchó la puerta cerrarse tras él. Se maldijo a sí misma. Probablemente la curiosidad y el interés que comenzaban a captar sus palabras la habían hecho reaccionar, su cuerpo la había traicionado. Comenzó a removerse, despacio. ¿Qué sentido tenía seguir manteniéndose inmóvil cuando ya había sido descubierta?

El cuerpo le dolía, se sentía tiesa, como si hubiese hecho ejercicio en exceso el día anterior y ahora cada uno de sus músculos le reclamara. Pero estaba claro que ella no había hecho ejercicio, y tampoco recordaba lo que había hecho anteriormente. Rodó sobre sí, descubriendo por primera vez que se encontraba en una cama mullida y sobre unas sábanas terriblemente suaves. Se tomó su tiempo, presionando sus ojos y estirando cada miembro de su cuerpo. También, notó que había un olor peculiar, intenso y difícil de descifrar (y otro ligero a rosas), que le embriagaba el olfato. Suspiró, casi olvidándose de que no estaba sola ni tampoco sabía dónde. Entonces abrió los ojos, parpadeando.

Estaba iluminado, no por lámparas o focos, sino por una luz natural. Sus ojos se quedaron clavados en el techo de un pulcro color blanco, volvió a parpadear y recorrió con la mirada la habitación. Apenas había logrado descubrir el color plateado intenso de las paredes y las mesitas de noche a los lados de la cama —con sábanas también plateadas—, cuando un carraspeó (demasiado brusco y disgustado) llegó a sus oídos. De inmediato, su atención se desvió hacia el frente, donde se topó con Nora, toda altivez y elegancia. Estaba sentada sobre un mueble estilo retro, cruzada de piernas y con una mueca despectiva pintada sobre todo su rostro. Estaba claro que ella no era de su agrado; y el sentimiento era mutuo.

La mujer, vestida con unos pantalones entallados, una blusa azul bastante bonita y unas botas altas y refinadas, se puso de pie con la misma gracia con que la había visto moverse días antes. Bee no apartó la mirada de ella, siguiendo cada uno de sus pasos mientras ésta avanzaba hacia el lado izquierdo de la cama. Nora se inclinó sobre una de las mesitas y, tomando en sus manos una taza que no había visto ahí segundos antes, se giró hacia ella.

—Bebe.

Fue todo lo que dijo. Hasta ese momento, Bee no se había imaginado que una simple palabra pudiera estar cargada de tanto disgusto. Sin poder evitarlo, una sonrisa mordaz se deslizó por sus labios; Nora, al notar ese pequeño gesto, frunció el ceño y la miró con intensidad. Si las miradas mataran...

 [PAUSADA] Érase una vez: El secreto detrás de la historiaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora